Guaidó habló claro, por Fernando Rodríguez
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Parte de la incomunicación tan mentada entre los políticos y las mayorías tiene que ver con la falta de información de estos hacia aquellas. Sobre el diálogo en México lo que se oye por allí, al menos para los que todavía quieren saber, es siempre hipótesis de opinadores, unos más hábiles e informados que otros. No se va a conseguir nada porque Maduro va a darle una patada a la mesa y lo que quiere es ganar tiempo (eso de ganar tiempo siempre me ha parecido curioso, ganar cuánto tiempo y para qué, si tiene más de 20 años en sus alforjas y se supone lo suficientemente guapo y apoyado como para darle patadas a las mesas). Para qué necesita tiempo.
Le van a quitar las sanciones, pero a cambio de cuatro centavos, unos presos –ya conseguirá sustitutos–, algunas reformas electorales insustanciales y unas promesas de respetar la Constitución que ya sabemos lo que valen. Hay hasta optimistas que dicen que ahora sí, porque la opinión internacional está mosca y el gobierno está en caída libre, sin diésel, sin vacunas y con electricidad temblorosa. Así se puede seguir elucubrando si motiva el acertijo.
Hay quien no debe ni saber de la existencia del tal diálogo. ¿Qué no? Fíjese, según la encuesta Delphos-UCAB, algo más de la mitad de los venezolanos no se enteró de que hubo unos cambios significativos en los rectores del CNE. ¿Curioso, verdad?
Bueno, lo que le dijo esta semana Guaidó a Infobae es muy claro y disipa unas cuantas dudas fundamentales. Quedan otras, pero no se puede pedir tanto. La primerísima es que lo que se va a buscar es esencial y rotundamente —casi única presa— una elección presidencial adelantada. Pronta, hecha como Dios y Constitución establecen. Lo demás es secundario, más bien retórico. El país cambiará cuando cambie el Ejecutivo, es la única manera de salir de la pesadilla. Cosa que en nada sorprende, pero la dice quien lo dice. También parece tener muy claro —lo reitera— con qué tipo de rufianes está negociando.
En segundo lugar, las elecciones de noviembre van y no se opone, sin mayor entusiasmo –él mismo no ha decidido si votar–, no van a cambiar mucho las cosas. No son solución, pero tampoco es cuestión de abstenerse.
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Ahora bien, de no darse esta permuta central, pues seguirá la presión internacional y todo irá peor para el régimen y, desgraciadamente, para el pueblo venezolano.
Vea usted cuánto avanzamos en conocimiento de lo que ha de acontecer. Pero quedan, también, incógnitas. Se supone que hay más de una oposición en México. Digamos que al menos la de Capriles, para simplificar, aunque es posible que haya varios matices más.
Si la resolución de la negociación es la que desea Guaidó, pues ni modo, todo el mundo debería estar contento. Pero si no, las cosas pueden complicarse, porque Capriles posiblemente no anda en el plan de continuar sacando a Maduro por la fuerza sino por opciones más conciliadoras y a largo plazo, cohabitacionales se diría. De manera que allí podría surgir quién sabe qué. Que la pelea no sea entre dos sino entre tres… y ruda. Recuérdese el carajazo de Leopoldo López. Eso sí no lo sabemos. En ese caso, la intervención de José Gregorio y María Lionza van a ser de rigor.
Fernando Rodríguez es filósofo. Exdirector de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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