Guaidó, opacidad vs. Libertad, por Wilfredo Velásquez
Hay reflexiones que por íntimas, por personales, pueden resultar muy dolorosas.
Vivimos tiempos terribles, tiempos sin libertad, de represión, de aislamiento y extrema pobreza, doblemente gobernados e infinitamente desolados, muriendo de mengua y en medio de una crisis generalizada, definida como una emergencia humanitaria compleja. Hasta la denominación técnica resulta amenazante.
Siempre hemos exaltado las condiciones humanitarias del venezolano y es cierto, somos solidarios, y en buen venezolano, “somos buena vaina”, pero en medio de la melancolía que provoca el encierro me pregunto: ¿lo seguimos siendo?, ¿seguimos conservando los valores de la generación de nuestros padres? ¿Queda algo de la solidaridad, honestidad, honradez y el compañerismo que practicaron nuestros abuelos y nuestros padres?, ¿seguimos entendiendo la vida como la entendían ellos? ¿O definitivamente perdimos los valores que resaltaban nuestra condición y el ADN de la corrupción ya se instaló en todos nosotros?
Resulta peligrosa la curiosidad introspectiva en tiempos de dictadura y pandemia, dos condiciones terribles para aventurarse en el registro interior de nuestras propias y desoladoras angustias.
Sin embargo pasa y a riesgo de abrirle las puertas a la desolación espiritual, hay que encararlas.
Nuestros indicadores de desarrollo humano resultan testigos despiadados de la miseria que nos habita y de la dolorosa ruina en que está sumido nuestro país.
Asomarse a esto desde los sentimientos, resulta más aterrador que el análisis, frío y técnico de las cifras, tal como estamos acostumbrados.
La gestión socialista del gobierno, la orientación comunista del estado nos ha traído a una situación de pobreza generalizada, que raya en pobreza atroz, esto, por doloroso que sea hay que reconocerlo como el resultado de la gestión de gobierno chavista, sencillamente, sin ambages, podemos decir el gobierno es el culpable. ¿Pero es eso realmente cierto?, ¿no somos los ciudadanos también responsables? En primer lugar, por haber renunciado, dócilmente a nuestra propia condición de ciudadanos y dejar nuestro destino en manos del régimen y de quienes han asumido la conducción de la oposición.
Resulta incuestionable que la mayoría, la considerable mayoría de los venezolanos está en desacuerdo con el régimen y que, aun así, seguimos buscando caudillos, mesías recién avenidos a la política, que todavía están pegados a los teteros de sus mentores, a quienes confiamos nuestro destino, sin plantearles ningún tipo de condiciones. Parecemos unos huérfanos maltratados en un hospicio, esperando ingenuamente un padre adoptivo que nos libere de los rigores de la orfandad, sin percatarnos que el líder que asumimos está políticamente más desvalido que nosotros mismos.
Desde enero de dos mil diecinueve, asumimos al líder recién surgido de los acuerdos del G4 y nos comprometimos con la estrategia liberadora que nos prometió. Pese a los resultados no podemos señalar la estrategia como errónea, pero si podemos afirmar que tácticamente se cometieron tantos errores, que ahora, cuando el régimen arremete bestialmente contra los últimos vestigios de la institucionalidad democrática, surge la necesidad de evaluar y redefinir el rumbo estratégico que nos conduzca al restablecimiento de la democracia.
Estamos tan presionados por la dictadura y es tan grande y dolorosa la pérdida de libertad, que asumimos a un caudillo que sigue a otro caudillo. Fue escogido e impuesto por un contagiado de caudillismo decimonónico, cuyas ambiciones lo han llevado a creerse el prócer mesiánico que necesita el país y a poner sus ambiciones por encima de cualquier estrategia que nos pueda conducir a la salida del régimen. La escogencia de Guaidó fue producto del acuerdo entre los partidos mayoritarios para ejercer la presidencia de la Asamblea Nacional alternativamente, y se dio porque el primer candidato, acosado por el régimen no pudo hacerlo.
Asumir la presidencia interina de un país de la manera que lo hizo Guaidó fue un acto temerario y necesario, tanto que el anterior presidente de la Asamblea dejó al país en el limbo por casi seis meses, por no atreverse a asumir la presidencia en el momento que se declaró el vacío constitucional.
Aun así, digo y es justo reconocerlo, Juan Guaidó lo ha hecho lo mejor posible, que sus logros tanto nacionales como internacionales, son formidables.
Si bien sabemos que los dirigentes políticos se hacen al calor de las confrontaciones, que van creciendo al fragor de las luchas y aprendiendo de los errores cometidos individualmente y por las organizaciones a las que pertenecen, podemos aceptar que Juan Guaidó, ya no es el joven desorientado, de discurso telegráfico, fragmentario y entrecortado que parecía hablar en clave morse, que ya no es el joven de apariencia frágil e insegura que acompañamos a comienzos del mes de enero de hace dos años, también podemos aceptar que ha superado las terribles dificultades de enfrentar a un régimen como el que nos gobierna, con excelentes resultados, aceptamos también que dos años es poco para salir de un gobierno que abarca hasta el último resquicio del poder, al que internamente solo se le opone el férreo talante democrático de los venezolanos, mediatizados por las ambiciones personales de la dirigencia opositora.
La estrategia planteada no se ha desarrollado efectivamente, pero en política es así, también el enemigo juega y en nuestro caso sin apego a ninguna regla democrática.
Dos aspectos fundamentales juegan internamente en su contra que, si no los asume y supera con entereza, lo enterrarán en la historia y saldrá de la escena política como llegó, intempestivamente y como alguien incapaz de sacudirse a quien lo puso en tan difícil e histórica posición.
Juan Guaidó se ha crecido, pero no ha tomado conciencia del papel que juega y el manejo de los tiempos en política, tomo de manera ilustrativa la frase de un amigo, los adulantes, al principio molestan, después uno se acostumbra y terminan haciendo falta.
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Venezuela sufre dos gobiernos, uno desde Miraflores y el otro dirigido desde la Asamblea Nacional, ambos manejan recursos, y en ambos casos se están manejando sin control, tampoco el gobierno de Guaidó está actuando sujeto a los controles que prevé la ley, resulta evidente la opacidad que le rodea, tal como otros miembros de la oposición han venido señalando. Lo resalté en un artículo anterior, no ha llenado los extremos burocráticos que le permitan, el registro seguimiento y control de las decisiones, lo que en muchos casos tranca el flujo de los recursos, en un gobierno que por su interinato debió ser extraordinariamente dinámico, ágil en sus decisiones y extremadamente transparente. Si no lo resuelve las decisiones que tome, por buenas que sean no podrán implementarse y mucho menos controlarse.
En Venezuela sabemos que el que hace gárgaras, algo se traga, y es evidente que muchos de los de su entorno quieren hacerlas, así que debe agilizar su administración de acuerdo a la ley y en condiciones óptimas de transparencia.
En la lucha política surgen líderes continuamente y más en una situación tan cambiante como la nuestra, tiene que reconocer Guaidó, que el líder que asumimos es él, que quienes le auparon, por importantes que hayan sido, pasaron a otro lugar, que debe romper el cordón umbilical con su mentor y poner en primer lugar los intereses nacionales, por encima de los intereses partidistas e inclusive de la coalición de partidos. Si no, que la historia y la patria os lo demande.
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