Guasón: un alma como un desierto, por Ángel R. Lombardi Boscán
A Semprún le sirven para concluir que el horror no es el Mal, es sólo su apariencia, su maquillaje, pues el Mal, trágicamente, es «uno de los proyectos posibles de la libertad constitutiva de la humanidad del hombre». La libertad puede ser raíz tanto de la humanidad como de la inhumanidad del ser humano.
Armado de esta convicción, Semprún puede aceptar la muerte en Buchenwald no en los términos mortales del régimen nazi, sino, valga la nueva paradoja, en los términos vitales de la fraternidad. La escritura o la vida es un conmovedor relato de cómo se escoge la fraternidad en la muerte, porque si para el pensamiento racional la muerte es el único evento cuya experiencia individual nos es vedada, la experiencia colectiva del campo permite vivir la muerte como hecho fraternal. Un poema de Vallejo, maravillosamente evocado a lo largo del libro como parte de la belleza rapsódica de Semprún, da la dimensión trágica de esta forma de morir:
Carlos fuentes
Un alma como un desierto
Desiertos del alma
“Nadie tiene derecho a obrar mal, ni aun cuando a él le hubieran hecho daño “. Víctor Frankl
«Al fin de la batalla, / y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre / y le dijo: ‘¡No mueras, te amo tanto!’. / Pero el cadáver, ¡ay!, siguió muriendo… «. César Vallejo
Hay dos libros que he leído y aprendido mucho de ellos. El primero es de Romano Guardini y lleva por título: “Las edades de la vida” (1960) dónde éste insigne teólogo alemán hace un repaso de la evolución humana desde la psicología y pedagogía con un sentido cristiano ineludible resaltando como la principal condición del adulto la de llevar una vida responsable en libertad. Algo que por cierto riñe con la vida de ficción de éste anti-héroe humanizado por el Director Todd Phillips y caracterizado por un excepcional Joaquín Phoenix, desde ya gran favorito para ganar el Oscar a la mejor actuación masculina.
El Guasón de Phillips es un básicamente un niño. Nunca llega a los niveles del hombre adulto consciente de sus posibilidades y límites. El Guasón es una persona enferma y dañada en lo más profundo de sus entrañas psicológicas que sólo procura darse una identidad genuina más allá de las propias taras, y fracasa. Su psicopatía está latente todo el tiempo hasta que irremediablemente explota y se encauza hacia un nihilismo caótico que uno supone que es liberador y auto afirmativo aunque represente la negación de la vida misma.
En realidad, el arquetipo es un comic, el opuesto a Batman, otro héroe tan sombrío como el mismo Guasón sólo que uno es bueno y el otro malo de acuerdo a las convenciones establecidas.
Lo interesante de la película es que Batman brilla por su ausencia y todo se reconcentra en el camino a la perdición total y absoluta de Arthur Fleck, un auténtico paria humano, en su metamorfosis hasta asumir la identidad del Guasón.
Arthur Fleck, no tiene plan político/social. Es más, ni le interesa. Tampoco es un criminal sediento de venganza por una vida llena de infortunios y abusos. El pobre hombre lo único que quiere es ser comediante y a través de su risa imposible lograr la aceptación y el reconocimiento que la mayoría buscamos. Sólo que es un ser humano maldito incapaz de conectar con nadie porque es pobre, no tiene familia ni empleo. Quienes dicen quererle terminan defraudándole y avergonzándole y esto es la marca de su tragedia.
El sufrimiento que padece, humillación tras humillación, al final le convierte en un rebelde sin causa, en un revolucionario urbano de los despreciados de la tierra: un anticristo. El final es apoteósico porque desde el barro otea una grandeza que nunca imaginó presidir. La insania del Guasón, fría e indolente, termina siendo purificadora. Un mensaje para los postmodernos anti sistemas que no terminan de saber las alternativas a lo que cuestionan con tanto estruendo agitador.
En el cine durante la proyección del Guasón, la película, nadie habló ni se prendieron los teléfonos celulares ni se abandonó la sala de cine para ir al baño y tampoco hubo el inevitable cuchicheo. Y me estoy refiriendo a la experiencia de una sala de cine en Venezuela cuyo relajo es más que evidente. Todo el público quedó paralizado e hipnotizado por éste payaso mediocre que cuando tiene que llorar lo hace riendo y cuando tiene que reír sus emociones quebradas se lo impiden.
El venezolano es hoy una población aplastada por el infortunio de vivir en una cárcel al aire libre y cuya prosperidad física y material nos fue robada por el gobernante de turno.
Así que hubo una especie de epifanía, una conexión espiritual entre el público y las desgracias de Arthur Fleck y sus naturales ansias de cobrarse tanto rencor sobre sus más directos maltratadores.
Hoy, que hay inexplicables disturbios en los “prósperos” Ecuador, Perú, Chile, Colombia y Bolivia es inevitable no relacionarlos con la propuesta de un Guasón que hace del resentimiento su principal apuesta liberadora sin medir las consecuencias de sus actos. ¿La película inspiró a quienes protestan y saquean en contra del status quo? No lo creemos. Pero sí alienta un programa acerca de una distopía fundamentada de una marcha de la locura muy propio de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, muy especialmente, el venezolano de hoy en día cuya esencia es la de atropellar y mancillar a sus gobernados.
El otro libro paradigmático para relacionarlo con la película corresponde al psiquiatra Viktor Frankl, un sobreviviente de los campos de concentración de los nazis en el concurso de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y que lleva por título: “El Hombre en Busca de Sentido” (1946). A diferencia del Guasón y de las acciones de los resentidos de la tierra que proclaman la venganza, piedra filosofal del credo populista latinoamericano, aquí se nos ofrece el triunfo de la razón. Frankl, no perdona a sus bestiales carceleros, eso se lo deja a Dios.
Lo que sí reivindica es las capacidad del hombre de ser genuino y digno consigo mismo afrontando las pruebas más extremas, incluso, las que implican perder la vida por un acto de la maldad desperdigada. “El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física”. Y complementa con esto que es lapidario y el eje de su propuesta terapéutica bajo el nombre de: “Logoterapia”: “la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino”.
Fiódor Dostoyevski nos invitó a ser dignos de nuestro sufrimiento, de cargar nuestra cruz desde un silencio templado sobrellevando la soledad de la que somos prisioneros desde el mismo nacimiento.
En un mismo sentido el Buda oriental también hacía referencia a esto al señalar que nacemos para morir y en ese ínterin hay que lidiar con la enfermedad y la vejez. La Biblia advierte sobre éste “Valle de lágrimas” mientras que los vendedores de felicidad niegan todo esto. El sufrimiento no es popular en una época de hedonismo vendido por las redes sociales, muy especialmente, el Instagram donde la felicidad es perpetua.
El Guasón/Arthur Fleck es un analfabeto emocional y ésta condición le impide asumir su destino desgraciado desde la agudeza del humilde que no espera nada de la vida porque sabe que la vida siempre espera algo de nosotros. Finalmente la sordidez del Guasón, su pena andante, termina disipándose cuando se disfraza de payaso e irrumpe a la fama al son de una música retadora y con pasos de baile a lo Fred Astaire. Su furia redentora es una apuesta al caos sin disimulos.
Guasón no sólo es una buena película en un sentido formal sino que su contenido es denso y crudo para un debate desde la psiquiatría como disciplina del dolor mental humano. Dolor por existencias fallidas y sufrimientos recibidos por la maldad de la gente que nos rodea, y que paradójicamente, muchas veces son los más cercanos y que dicen querernos. Cuando en realidad, bien sabemos, que otra precondición del adulto es aquel que se quiere así mismo.
Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia