Guerra Fría, por Teodoro Petkoff
La sorda –aunque a ratos estridente– confrontación entre los gobiernos de Bush y de Chávez ha subido al escenario de la OEA. El gobierno norteamericano se presenta con la proposición de reformar la Carta Democrática para dotar al organismo interamericano de una capacidad de “monitorear” el comportamiento de los gobiernos que lo integran. Puesto que la proposición tiene nombre y apellido (Hugo Chávez), su naturaleza absolutamente casuística y puntual hace poco probable que ella pueda ser aprobada por esta OEA de hoy. Es muy difícil que un planteamiento estrechamente asociado a los intereses políticos circunstanciales del gobierno de Bush, que responde claramente a los intereses políticos de éste en relación con el gobierno de Chávez y no a los intereses generales de América Latina y el Caribe, encuentre eco en la mayoría de los gobiernos de la región. La postura de Condoleezza Rice en Fort Lauderdale recuerda demasiado a la de Foster Dulles en la Conferencia de 1954, en Caracas, donde se montó el tinglado político que llevó a la intervención de Estados Unidos en Guatemala, contra el gobierno de Jacobo Arbenz.
Pero hoy tal cosa no es posible. Muy pocos gobiernos existen ahora en el continente que estén dispuestos a aceptar a rajatablas la peregrina idea de que “lo que es bueno para Estados Unidos es bueno para América Latina y el Caribe” –y mucho menos en unos Estados Unidos versión Bush. De hecho, la “irrelevancia” de la OEA de la cual se habla hoy, mucho tiene que ver con los largos años en que el predominio castrante de los Estados Unidos le hizo perder músculo y nervio. No por casualidad, hace años, nacieron el Grupo de Río y luego los grupos Contadora y Esquípulas, como una tentativa –relativamente exitosa, por lo demás– de enfrentar crisis en nuestro patio sin que los Estados Unidos estuvieran presentes entre los protagonistas. Dotar a la OEA de la efectividad y la autoridad que hoy precariamente posee pasa por esa suerte de “refacción” de ella a la cual se ha referido su nuevo secretario general.
Refacción que sería básicamente política y para la cual las condiciones están maduras hoy, dadas las nuevas tendencias políticas que se abren paso en América Latina y el Caribe. En los círculos gobernantes norteamericanos deberían estar percibiendo ya que la OEA no puede ser manejada más como una extensión del Departamento de Estado. Son varios importantes gobiernos que, más allá de lo que piensen del venezolano, no están dispuestos a actuar respecto de éste conforme a los intereses estadounidenses y que rechazarían una postura que implique carta blanca para una suerte de injerencia patrocinada por los gringos en cualquiera de los países al sur del Río Grande. De hecho, no sería raro que el debate que Miss Rice auspicia termine por ser un debate sobre la política norteamericana en y hacia América Latina, en el cual salga a relucir esa larga historia que ha ido desde el desdén más absoluto hasta los desafueros y abusos más lacerantes, para respaldar entonces el reclamo de un “nuevo orden interamericano”, sustentado en el respeto mutuo, la tolerancia y la no injerencia del padrote.