Hablar con las flores, por Aglaya Kinzbruner
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¿Cómo se habla con las flores? No lo sabemos. Pero ese diálogo existe. A ese diálogo se suman susurros y además las flores se mueven un poco. ¿Cómo harían los italianos si se les prohibiera mover las manos cuando hablan? Faltaría mitad del lenguaje y se quedarían mudos. ¿Cómo harían entonces para cantar «O sole mío?» Esa es una de las fallas no cuantificables del lenguaje. Daremos un ejemplo.
Cuando un colombiano dice «Mañana voy a trabajar» ¿quiere decir lo mismo que cuando un venezolano dice lo mismo? En absoluto. Porque el concepto de mañana, aunque lingüísticamente igual, varía de país a país y el del trabajo ni hablar. Recuerdo como uno de los directores de una empresa donde trabajé, nomás al llegar, ponía el maletín sobre el escritorio y el paltó en la silla y desaparecía. Al acercarse alguien a la secretaria pidiendo una cita para hablar con él, ella impasible decía – no está. Al enseñar la persona el maletín y la chaqueta como prueba de la presencia del personaje, ella decía tranquila – eso significa que no está. Porque como habrán adivinado, el maletín y la chaqueta eran sólo stage props, elementos de utilería.
Entonces una se pregunta cómo hacen tantos políticos importantes como, por ejemplo alguien como el Asesor de la Casa Blanca para América Latina, y, no nos referimos a él en particular, es sólo un ejemplo, quien habla un castellano perfecto, obviamente está súper preparado para un cargo de esta naturaleza, pero ¿sabrá las diferencias entre un «mañana» mexicano, uno colombiano o uno venezolano? Y, peor todavía, ¿un «trabajo» en México, Chile o Venezuela? Venezuela, es aunque quizás no parezca, diferente a cualquier otro país.
¿Cómo ayudarlo? ¿Serviría para eso un artículo del National Geographic? Temo que no. ¿La Doña Bárbara de Rómulo Gallegos? Aunque hermoso, es de otra época. ¿País portátil de Adriano González León? Maravilloso pero fuera de tiempo para lo que nos interesa.
Podríamos quizás recomendar un libro de Alicia Freilich, Yajne, la Buscona, una crononovela, como comenta la autora. Se lee con facilidad y nos cuenta distintas etapas de la vida en nuestro país, enlazando cada una con canciones de la época, una voz cantarina que le da unidad al texto.
Yajne es una mujer curiosa que mira de cerca y de lejos, analiza, recuerda y reúne tres mujeres en una, la hacendosa de la casa, la intelectual y la periodista. Yajne es el nombre de la protagonista en yiddish, una antigua lengua que proviene del alto alemán. Cualquiera que sepa alemán podrá entenderlo, al menos en un 80%, pero no podrá escribirlo ni leerlo porque tendría que conocer bien el alfabeto hebreo. Se presta, seguimos con el yiddish, a un humor un poco cortante, afilado, por ejemplo, tzvey yidu, drei meiningen, dos judíos, tres opiniones. Se considera un idioma y no un dialecto porque posee su propia literatura. Un ejemplo podría ser una leyenda, el Golem, escrito por el rabino Judah Loew de Praga.
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Este personaje de ficción ejercía una fascinación increíble sobre Jorge Luis Borges quien le dedicó un poema maravilloso del cual transcribiré sólo la última parte:
En la hora de angustia y de luz vaga
En su Golem los ojos detenía
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar su rabino en Praga?
Y aquí todo igual. El año nuevo empezó con muchas protestas y un entierro. Murió el Petro. Requiescat in pace.
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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