Hace 40 años resucitó Raiza, un hada de bata blanca, por Rafael A. Sanabria M.
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El martes 1 de septiembre de 1981, una aeronave Cessna que se dirigía desde San Carlos de Río Negro en el Amazonas hacia Puerto Ayacucho, se precipitó sobre los árboles de la selva. Viajaban el piloto Rómulo Ordóñez, el juez colombiano José Manuel Herrera Correa (de la población de El Gallo), el oficial Salvador Mirabal y la doctora Raiza Ruiz quien era, por decisión propia, médico residente. Ese día iba a Puerto Ayacucho a cobrar su primer sueldo.
La aeronave estalló y todos sobrevivieron pero en breve lapso fueron muriendo, excepto Raiza. El oficial murió al ser sacado de la nave. Los otros, buscando ser rescatados decidieron caminar por la selva. En el primer río se pararon a beber agua, el juez adolorido y quemado, decidió quedarse allí a morir en paz.
El jueves 3, Ordóñez y Raiza escucharon aviones en medio de un claro. Saltaron para hacer señales, pero mientras saltaba Ordóñez murió. Raiza siguió sola caminando por la selva. Mientras, los rescatistas localizaban la aeronave accidentada. Ese mismo jueves los padres de Raiza eran notificados de su muerte y comenzaron a preparar los actos fúnebres.
El viernes 4, mientras ella caminaba deshidratada por la selva, su familia la lloraba en un íntimo acto velatorio. En Puerto Ayacucho se enviaban cuatro urnas y un soldador al lugar del siniestro para meter allí los restos de los fallecidos y se sellaran, porque debían de estar irreconocibles. Después se supo que esto no pasó.
El sábado 5, mientras los padres de Raiza enterraban una urna con su supuesto cadáver «irreconocible», ella se topaba con unos niños de la etnia baré que la observaron y fueron a avisar a sus padres.
El domingo 6, Raiza rescatada, estaba rodeada de indios baré que cantaban para salvarle la vida, le limpiaron los gusanos de las heridas y la llevaron hasta su aldea: Agua Blanca. De ahí la llevaron el lunes 7 hacia San Carlos de Río Negro. Al llegar a San Carlos de Río Negro no había médico que la atendiera porque se había ido a su entierro en Caracas. El odontólogo y una enfermera auxiliar la ayudaron mientras ella daba instrucciones: toxoide, suero, ampicilina y ¡anís!
Una monjita se fue a Colombia a buscar el anís que Raiza había pedido para matar los gusanos en sus quemaduras, pero como las fronteras estaban cerradas, la agarraron y estuvo detenida unos días.
De la ayuda recibida de los Baré, Raiza ha comentado: «Si no fuera por la intervención de ellos, te garantizo que no estuviera viva».
De San Carlos salió gracias a la diligencia de un gringo, veterano de Vietnam, que estaba en la zona con las Nuevas Tribus y fue quien piloteó el avión que la llevó a Puerto Ayacucho, donde a su vez la trasladaron a Caracas para que fuese atendida por médicos especialistas.
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Junto con ella apareció una pregunta: ¿de quién eran los restos que habían enterrado bajo el nombre de Raiza Ruiz? El jueves 10 se exhumaron los «restos irreconocibles» y hubo sorpresas: en lugar de cadáver, había un saco de cal de 40 kilos, un fémur de lapa y una costilla de venado. Las investigaciones arrojaron que este contenido había sido puesto en las urnas en el aeropuerto de San Carlos y no en el lugar del siniestro.
Se activó entonces la búsqueda de los cadáveres del capitán Ordoñez y del juez Herrera, pues en su lugar también habían puesto sacos de cal y restos de animales. Dos días después encontraron los cadáveres.
Aunque estaba viva, legalmente Raiza siguió siendo un cadáver, porque desde 1873 el principio general del Registro Civil en Venezuela dictamina que «ningún acta podrá ser rectificada ni adicionada después de extendida y firmada, salvo que lo ordene una sentencia judicial».
Dice Raiza Ruiz al recordar lo sucedido en el año 1981: «uno no sobrevive para las grandes cosas sino para vivir la vida normal, no hay cosa más grande que la vida normal, (…) ver las calles conocidas, para ayudar a los otros, incluso para saber quién fue a tu entierro y quién lloró por ti».
Por nuestros irrisorios absurdos judiciales, le tomó más de 25 años de lucha legal para recuperar su identidad y sus derechos de ciudadana viva.
Otro hecho curioso de este acontecimiento fue cuando la doctora Raiza Ruíz despertó en una ambulancia rumbo a Caracas. Para su sorpresa, vio a su padre rezando. Antes del siniestro el señor era ateo.
El caso resonó en todo el país y dejó para la historia un epígrafe en la memoria colectiva: «La mujer que regresó de la muerte». De igual manera dejó estampada la heroicidad de la mujer venezolana.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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