Hacia una confrontación indefinida, por Alexis Alzuru
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Planificar una confrontación prolongada contra el oficialismo es lo que procede en Venezuela. Habría que programarla así se tenga la esperanza de que el retorno a la democracia es cuestión de tiempo. Sin embargo, confundir expectativa con certeza es desinformar, no una estrategia para iniciar un proceso de transición.
Además, avanzar hacia una confrontación indefinida no excluye que se mantenga la ilusión y la presión para que el diez de enero Edmundo González Urrutia se juramente como el nuevo presidente. Ahora bien, esa narrativa emocional no debería ocultar que mantener la fe para que haya un milagro es un asunto y, otro es asegurar que el destierro de Maduro es inexorable.
Entregar el país al madurismo no es una opción; pero tampoco lo es vender como verdad la opinión de que Maduro dimitirá en cuestión de semanas. Basta reconocer que cuando se examina la evolución de los acontecimientos nacionales, en especial, en los ámbitos político y militar, así como las decisiones de la comunidad internacional, se advierte que lo más probable es que Maduro sea quien se juramente. Por supuesto, su gobierno será ilegítimo; y, por lo mismo, será repudiado, aislado y sancionado por el mundo occidental. No obstante, será más arropado por sus socios, así como más autoritario y violento.
Cuando el contexto de la república se analiza, amarrando sentimientos y esperanzas, se concluye que el venezolano que desee vivir en democracia tendría que prepararse para protagonizar una confrontación indefinida contra el madurismo y sus aliados cubanos.
Claro está, una confrontación prolongada contra el eje Caracas-la Habana supone que antes se materialice una transición en la oposición. Una reingeniería de su enfoque, sus objetivos, sus estrategias y encuadre comunicacional; pues la confrontación indefina difiere radicalmente de la forma de lucha que ha sido desarrollada durante los últimos 25 años. Por ejemplo, en la confrontación indefinida la valoración del oponente es de carácter analítico, no prejuiciosa. No se menosprecia. Tal cual ocurrió con H, Chávez en su momento; luego con Maduro y, en general, como han sido subvalorados los militantes del chavismo-madurismo.
En la confrontación indefinida al enemigo no se le teme; pero tampoco se le subestima. De allí que la premisa con la que trabaja establece que el oponente es racional, como cualquier persona; por lo cual, tiene capacidades, habilidades y siempre actuará para preservar e imponer sus intereses y visión del mundo; así sea considerada autoritaria y criminal.
En la confrontación indefinida se parte de una comprensión moral del sujeto; la cual, incluye al oponente, los socios y potenciales aliados, electores y, en general, al ciudadano. De allí que cuando se construyen pactos políticos se colocan dentro de paréntesis los prejuicios, diferencias valorativas, personales y se suspenden las barreras partidistas; pues en esta confrontación aplica el principio de asociarse, incluso, con el enemigo de mi enemigo. Lo cual se entiende porque es intensiva en la construcción de alianzas amplias y diversas. De allí que no se establecen diferencias, por ejemplo, entre quienes pertenecen a grandes partidos y quienes militan en pequeños o, como el caso de Venezuela, entre demócratas y exchavistas. Para no hablar del distingo entre santos y corruptos; puros y alacranes.
En resumidas cuentas, esta confrontación no personaliza la lucha política. Entre otras cosas, porque presume que, en esta época, restaurar la democracia depende del compromiso que cada ciudadano asuma con su libertad y no de lo que digan o realicen algunas elites; y, menos aún, dependerá de la popularidad, la sagacidad o heroicidad de algún dirigente, La confrontación prolongada prioriza la cooperación, no el mesianismo. De hecho, es intensiva en el trabajo colectivo, en la construcción de redes y equipos; lo cual, explica, por cierto, que esta modalidad de lucha excluya instrumentalizar al ciudadano.
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En la confrontación prolongada, la población, y, en especial los más vulnerables, son tratados como sujetos racionales, no como la carnada que sirve para amenazar o provocar la ira represiva del autócrata de turno. Tampoco son usados como la coartada que se necesita para crear aquellas condiciones humanitarias que justifican la intervención de ejércitos extranjeros.
Después de todo, en este tipo de confrontación se presume que el ciudadano tiene conciencia de sí. Se entiende que los pueblos tienen autoconciencia de sus condiciones morales e intelectuales y, por eso, no sólo no negocian su autonomía ni la soberanía de su nación, sino que cooperan para deponer al gobierno tiránico por poderoso que sea.
Alexis Alzuru es Doctor en Ciencias Políticas. Magíster y Licenciado en Filosofía. Profesor jubilado de UCV.
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