Hay mosaicos que duelen, por Tulio Ramírez

No amigo lector, no me refiero a los mosaicos que les caen encima a los transeúntes desde las construcciones en ruinas, tampoco a los que se desprenden gracias a ingenieros y arquitectos malformados y demagógicamente graduados, que laboran en constructoras que no supervisan y que usan materiales de tercera, aunque cobran como si hubiesen usado los de primera.
Tampoco me refiero a los mosaicos con los que varias generaciones aprendieron a bailar o les ayudó a conquistar la primera novia. Esos son los mosaicos de ese gran dominicano, más venezolano que la arepa de maíz pilao, llamado Billo Frómeta. Este artículo no se refiere a esos mosaicos, pero con el permiso de ustedes, aprovecharé la mención para hablar de pasadita sobre ese genial invento de Frómeta.
Para mis jóvenes lectores (espero tenerlos), seguramente les sonará extraño la palabra mosaico con la connotación musical que aquí le damos. Para ponerlos en contexto, les comento que los llamados Mosaicos de Billo consistían en una recopilación de temas con diferentes ritmos o melodías que se sucedían sin pausa en un solo surco del viejo disco de vinyl o de pasta.
Estos Mosaicos iniciaban con un bolero clásico, luego un son o un bolero son más rápido, terminando con una guaracha o con una conga. Generalmente se incluían cuatro temas. Recuerdo que cuando comenzaba a escucharse la última canción, o sea, la guaracha, el bailarín más jodedor gritaba desaforado a la pareja más cercana, «suéltala pa´ que se defienda».
Esos mosaicos no dolían. Aunque, en honor a la verdad, era posible que el bolerito con el que comenzaban podía ponerte nostálgico si te recordaba a quien te había cortado las patas unos días antes, pero hasta allí. Luego con la guaracha revivías y retomabas el sentido de la vida. Esos temas te llevaban de la tristeza a la alegría, en una suerte de montaña rusa musical.
Bueno, dejemos a Billo a un lado y a lo que vine. Tal como titulé, hay mosaicos que definitivamente duelen. Un ejemplo de ellos son los llamados «Horarios Mosaico» que se ha implantado en las escuelas públicas venezolanas desde 2023.
En lugar de tener clases los cinco días de la semana con la jornada habitual, los estudiantes asisten a la escuela solo algunos días con jornadas incompletas y variables. De cajón que este horario impide cualquier posibilidad de desarrollar una educación de calidad, lo que termina afectando a los de siempre, a los más pobres, que no pueden matricularse en los colegios privados que tienen jornada diaria y completa.
Seguramente, alguno dirá que exagero cuando califico como «dolorosa» esta inconcebible, situación. No quiero empalagar al lector con un tema que conoce hasta el hartazgo por ser público y notorio, pero es que en verdad duele lo que está pasando.
Con el déficit de docentes, la imposibilidad económica de ir a diario al plantel por los paupérrimos salarios (los más bajos de América Latina, y quizás del mundo), la necesidad de «matar tigres» para sobrevivir y la desatención gubernamental a las solicitudes gremiales, difícilmente se podrá lograr que, en un futuro cercano, las escuelas regresen a un horario normal.
¿Consecuencias? Son muchas, pero citaremos solo algunas para no extendernos, veamos: dificultad para cubrir todo el contenido programático; lagunas en el aprendizaje de los estudiantes; desigualdad educativa con respecto a los colegios privados e impacto en la rutina familiar.
Los horarios irregulares dificultan la planificación del hogar y la conciliación con las actividades laborales de los padres.
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Así es mi estimado, una cosa es que en el mosaico Nro. 7, Felipe Pirela, te remueva el corazón con «Frenesí» y después Cheo García te dé la oportunidad de cantarle en la pata de la oreja de tu pareja ese bello son titulado «No negrita, no», para que vuelva Felipe a estrujarte el corazón con «Ya no me quieres»; y remate Cheo con su alegre «Cuidaíto Compay Gallo» y otra, muy diferente, es que veas crecer a tu hijo recibiendo menos de la mitad de la educación que recibiste cuando tenías su misma edad. Hay mosaicos que duelen.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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