Hay triunfos de triunfos, por Tulio Ramírez
Obtener más del 90% de los votos en cualquier elección, así sea para presidir la Junta Organizadora de la I Convención de Robagallinas de Altagracia de Orituco, no es cualquier pelo de tusa.
Ese tsunami electoral tan fuera de lo común, solo lo he visto en circunstancias muy especiales. Por ejemplo, recuerdo que en mi edificio había un solo candidato para presidir la Junta de Condominio. Si no ganaba por más del 75% de los votos, se escogería uno al azar entre los asistentes. Antes de que terminaran la advertencia, el 100% levantó la mano a su favor.
Cuando estudiaba bachillerato, propuse como padrino de graduación a un escritor latinoamericano ya fallecido, otro compañero de clase propuso a un empresario que nos regalaría los anillos de graduación. Ganó con el 99% de los votos. Aunque voté en contra también obtuve mi anillo. Cosas de la democracia.
En una oportunidad me propuse como candidato para presidir el centro juvenil del Barrio. Mi contrincante era una hermosura que tenía babeando a todos los muchachos, me ganó con el 100% de los votos. Hasta yo voté por ella.
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Ustedes dirán que estos ejemplos están fuera de orden, pero en nuestra historia han sucedido episodios no tan simpáticos como los que he vivido. Casos en los cuales la avalancha de votos no ha sido motivada por las simpatías o promesas del candidato, sino por las malas artes. Como en mi casa siempre me aconsejaron que no me metiera en vainas para no aparecer en ídem, no voy a referirme a los tiempos de la revolución.
Corría el año 1897 y se celebraban elecciones en Venezuela. Joaquín Crespo, presidente de la República y jefe del Partido Liberal, propuso a Ignacio Andrade como su candidato sucesor. En la esquina opositora estaba el Mocho Hernández quien despertaba mucha simpatía entre los electores; también el general Juan Rojas Paúl, conservador y amigo del clero; el general Tosta García, patiquín bien perfumado y muy popular entre las féminas; y el general Arismendi Brito, humanista, soñador y poeta.
Crespo al ver que su candidato no gozaba de «la intención de voto de las mayorías», como diría alguno de nuestros sesudos analistas políticos, se trajo unos campesinos de Guarenas, Guatire y Antímano con machetes linieros y cola e’gallos, para cuidar los centros de votación y amedrentar a los parroquianos, en su mayoría mochistas.
Como era de esperarse, los resultados le dieron el triunfo a Ignacio Andrade quien superó los 400 mil votos. El segundo lugar lo obtuvo el Mocho Hernández con un poco más de 2000 votos, llegando el resto de los candidatos detrás de la ambulancia.
La picaresca criolla que no se pela ningún episodio por trágico que sea, interpretó esta elección bajo el prisma de la joda. Regaron por toda Caracas que, mientras el Mocho Hernández se quedaba con las masas, Rojas Paúl con las misas, Tosta García con las mozas y Arismendi con las musas, Ignacio Andrade, hecho el pendejo, se quedaba con las mesas.
No, no me interprete mal, amigo lector, mi intención no es desmeritar el triunfo de MCM, ni más faltaba. Más bien quiero destacar que los resultados obtenidos en las Primarias son verdaderamente extraordinarios, porque se salen de la distribución normal de votos esperables en cualquier elección donde participen varios candidatos.
Que alguien salga favorecido por más del 90% en cualquier elección sin ningún tipo de artimañas y apelando solo a su constancia, verbo claro, coherencia y, más extraño aún, prometiendo solo trabajo para hacer crecer al país, la verdad, no es algo muy común por estos lados. ¿Será por eso que aquéllos no salen de su sorpresa?
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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