Hechos no palabras, por Teodoro Petkoff
Lo que son las ironías de la vida. “Vamos de cumbre en cumbre y los pueblos de abismo en abismo”: En Margarita se reúne una sobre la pobreza en América, convocada por iniciativa del autor de esa sentencia, nuestro inefable presidente, que en cuatro años largos se las ha arreglado para hacer aún más oscuro y hondo el abismo de la pobreza venezolana.
Tan inútil, seguramente, como todas esas de las que Chávez no pela ni una, la de Margarita producirá alguna grandilocuente declaración sobre la difícil problemática de la pobreza y la exclusión social y ¡chao! hasta la próxima cumbre. Sin embargo, que el tema ocupe la atención, así sea palabrera, de los gobiernos, ya es algo. Peor sería que ni se dieran por enterados.
Sin embargo, Chávez ha colocado la cuestión de la pobreza en el centro de la preocupación nacional (cuando éste logra apartarse, a ratos, de él mismo como asunto).
Cosa distinta es que la administración chavista haya sabido cómo enfrentar ese reto y, de hecho, su balance en materia de lucha contra la pobreza es francamente negativo. No se necesita de estadísticas para percibir la acentuación del deterioro social durante estos años de “revolución bonita”. Pero hoy, al calor del reto chavista, todo el mundo político ha hecho del ítem “combate a la pobreza” el número uno en la agenda de prioridades.
El país político y el país nacional saben hoy que no hay problema más grave que el de la inequidad social. Ya eso es ganancia, porque al menos constituye un punto de partida para que en algún momento podamos entendernos en torno al conjunto de políticas públicas que sirvan de base para un combate exitoso contra la pobreza, la inequidad y la exclusión social. Aunque este tema es terreno abonado para la demagogia, habría que tener claro que lo peor que podría ocurrirnos es enfocarlo desde una perspectiva manipuladora y de instrumentalización política del reclamo social, como ha terminado por hacerlo el gobierno. Más de uno debe haber quedado atónito anoche ante un Chávez que reprochaba a otros países la lentitud en la implementación de soluciones, contraponiéndola a unos supuestos logros de su gobierno en esta materia. Si en algo es visible la distancia entre el dicho y el hecho en la conducta oficial es en la política social. En la política macro, la que tiene efecto sobre millones de personas. Casi cinco años después este país continúa con la seguridad social en ruinas y, lo que es peor, sin proyecto. El gobierno central ha construido en cinco años menos viviendas para los sectores populares que las que construía el más inepto de los gobiernos anteriores en un año. Los hospitales públicos son un desastre inocultable. Caracas misma es el espejo irrefutable de la desoladora crisis social: plagada de indigentes, de indígenas depauperados, de incontables niños mendigos, de una buhonería enorme y difusa, con una criminalidad galopante, dando todo ello la medida exacta del fracaso de las políticas económicas y sociales del régimen. Por eso para los venezolanos resultaba asombroso oír a Chávez jactarse de logros y avances que sólo existen en sus delirios y en la masiva propaganda oficialista.
Sin embargo, un presidente que después de cinco años de pésima administración conserva respaldo en un tercio del país, localizado en los sectores más humildes, constituye un fenómeno para la reflexión. Alguna fibra sensible tocó en los habitantes de los socavones de la miseria –que vibra dentro de la caja de resonancia de terribles carencias materiales, espirituales, afectivas–, como para que ni siquiera su estruendoso fracaso haya logrado limar el respaldo y la esperanza de muchos de los olvidados. Si como sociedad no alcanzamos a superar aquellas carencias de la pobreza jamás tendremos estabilidad política y tranquilidad ciudadana. Ya no es suficiente con hablar de los pobres o para los pobres o por los pobres. Hay que hacer. Obras son amores.