Hijos de la misma violencia, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
En algunas de las entregas, hemos revisado ciertas características de la política. También lo bueno y lo malo de su manejo. Hemos fijado posición sobre su importancia como campo que se ocupa de las actividades y acciones relacionadas con los gobiernos y la administración de los asuntos públicos; lo que implica la toma de decisiones personales y por agrupaciones, la implementación de políticas públicas y la gestión de los recursos.
Nos encontramos con la escala de valores en su campo, el poder y la organización de las sociedades y sobre todo la relación de quienes han optado por su práctica más como un ejercicio profesional que como un voluntariado. Estos últimos son los llamados a convertirse en ejemplo de equidad y equilibrio de las diferentes emociones del ser humano. Lo que no quiere decir que sean seres inmaculados, pero si de gran probidad en acción.
No obstante, la política ha estado acompañada de la acción y relación del ser humano, obviamente, de allí que ella no esté a buen resguardo de los intereses de estos y sus ánimos al intentar alcanzar el poder. En este punto los seres humanos utilizamos todas las herramientas emocionales y físicas disponibles. Es cuando vivimos la presencia de algunos valores como la honradez, responsabilidad y otras virtudes destacadas y no tanto.
Por qué no tanto, porque la política y su práctica trae consigo lo peor del ser humano: la violencia. Sí, eso de tratar los intereses políticos mediante la fuerza y la intimidación, forma parte del otro manual de su ejercicio, ese que algunos tratan de ocultar hasta que llegue el momento de dejarlo salir, que se manifieste tal y como es. O lo que es lo mismo: al llegar al poder, bien sea como gobierno o como fuerza mayoritaria.
La violencia política ha estado presente en todo el mundo y ha tenido muy graves consecuencias en cuanto a derechos humanos se refiere, la estabilidad de los países y hasta la seguridad internacional. La presenciamos en sus crueles manifestaciones o en actuaciones muy puntales.
Son muchos los ejemplos que podríamos citar: el caso del conflicto en Siria, Sudan y Somalia, inmersos en cruentas guerras civiles –es decir: los mismos contra los mismos– que han causado la muerte de cientos de miles de personas y han desplazado a millones. El otro ejemplo más notable es el conflicto instalado en Ucrania desde 2014 con la invasión por parte de Rusia a Crimea, que luego se ha extendido con una guerra mundial de escala pequeña si la comparamos con la Segunda Guerra Mundial.
Por supuesto que nuestro continente no ha escapado de la violencia política encabezada por los gobiernos de corte tiránicos como son los de Cuba, Venezuela, Nicaragua. No obstante, el alcance no llega solo ha ellos ya que en casi todos los países se puede encontrar la presencia de la agresividad política entre unos y otros, aunque son más notables toda la que es ejercida por los gobiernos de manera directa.
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Y es que la presencia de liderazgos inclinados a hacia la práctica de la violencia política, ha sido la causa fundamental de que esta sea lo más común de observar en su ámbito. La siembra del odio por intermedio de discursos incendiarios y en contra del otro, han resultado el arma predilecta.
Tal ha sido el efecto, que muchos de nuestros políticos son atraídos por la tentación de la violencia en verbo y cuerpo, sin darse cuenta de que sus actitudes buscan ser imitadas por sus seguidores. Es decir: si mi líder agrede, yo también puedo hacerlo.
Desde levantar una gran muralla de fuerza pública para impedir el paso de manifestaciones pacificas y con alta presencia de personas inofensivas, cargando solo con la edad que le permite dar sus pasos y alguna que otra consigna, hasta alentar a otro grupo de personas para que agreda, es forma común, por ejemplo, de la dictadura que ejerce Nicolas Maduro y su práctica de violencia política.
Y en la acera del frente, en la oposición (¿?) la cosa no pinta de otro color. Las expresiones orales abundan y recordamos que las corporales comunican tanto como la palabra, por lo que la violencia también es expresada, quiérase o no, con la gestualidad y el tono usado al emitir algún mensaje. De estos, hay muchos. Pero también está la manifestación física.
El último capítulo de sus historias mostraba a unos dirigentes de un partido venezolano, cargando con personas que se habían colado en una actividad que se llevaba a acabo en otro país. No para mi sorpresa, sino para la del común, esos mismos dirigentes, que reclaman la defensa de los derechos humanos como la libertad de opinión y pensamiento, no son capaces de manifestar el mínimo de tolerancia y resolver la situación de una manera mucho más política.
Al final de cuentas, todo parece indicar –y confirmar a la decepción– que aquel que anda en la política es hijo de la violencia repetida una y mil veces por otros, como si se tratara de proles de ella, lo que puede lucir como aquello de que el equivocado es uno y no ellos.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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