Hiperjaladera, por Teodoro Petkoff
El Hiperlíder cogió una calentera de órdago con las críticas que se le hicieron, tanto a él como a algunos aspectos de su «revolución», en un foro de intelectuales que se dicen seguidores del «proceso». Para desagraviarlo, el Concejo Municipal de Caracas (Ojo, no el Cabildo Metropolitano) le otorgó el Premio Municipal de Periodismo Alternativo. En este concierto sinfónico de jaladera de bolas que constituye la banda sonora de la película de Hugo Chávez, lo de los munícipes de Caracas podría pasar por una pieza menor, dado el total descrédito que rodea ese premio, pero vale como una enésima muestra del galopante culto a la personalidad que va envolviendo en su pestilente incienso la figura del Hiperlíder.
Ya que éste se la pasa atragantando a sus focas con dosis para caballos del imponente ladrillo de István Mészáros, le sugerimos de nuevo que lea algo más que los párrafos que le marca Giordani y aborde, por ejemplo, aquellos en los cuales explica el proceso de burocratización de la economía y la sociedad soviética, y el nacimiento y desarrollo del culto a la personalidad de Stalin, que vale para todos los hiperlíderes de los totalitarismos de derecha e izquierda. Puesto que Chacumbele se dice de izquierda, debería prestarle mucha atención al curso que siguió el desenvolvimiento del culto a la personalidad de Stalin –y también a la de Fidel.
La estatización de la economía, dice el oráculo húngaro que desvela a Chacumbele, exige, como es natural, una gente que sustituya a la gerencia privada que manejaba las empresas; y así va naciendo y afirmándose una burocracia -que, dicho sea de pasada, mantiene relaciones salariales de tipo capitalista en las empresas bajo su mando–. Esa suerte de nueva clase, que por vía del control político de la sociedad, se apropia, en lugar de la burguesía, pero igualito que ella y para los mismos fines, de las ganancias producidas (es decir, de la plusvalía), protege su poder y lo reproduce a través del reforzamiento de los mecanismos políticos e institucionales burocráticos y policiales que, inevitablemente, van acompañados del culto al líder, quien viene a ser el broche que cierra todo el dispositivo del poder. Se le adora porque a Él está asociada la supervivencia de todos los beneficiarios del sistema. El miedo hace todo lo demás.
Cuando se oye a Fidel y a Chávez quejarse de la burocratización, como plaga que debe ser exterminada, es obvio que se niegan a ver en qué terreno hunde sus raíces esa patología o, simplemente, no entienden el fenómeno. Si lo vieran, tendrían que negarse a sí mismos y al poder social y político que los sustenta. Por eso los burócratas se saben impunes. Saben que las jaculatorias contra el burocratismo y el culto a la personalidad son meros saludos a la bandera. Ahora, también es preciso tomar en cuenta un factor personal. Hay gente que le gusta que le jalen. Chacumbele, evidentemente, es uno de esos.
Disfruta la adulancia y no sólo la tolera sino que la promueve. El niño que es llorón y la mamá que lo pellizca.