Holodomor, por Bernardino Herrera León
Holomodor significa “matar de hambre” en ucraniano. Con esa palabra, el escritor Oleksa Musienko identifica uno de los tantos genocidios del siglo XX. En ese caso, el que llevó a cabo el régimen dirigido por Joseph Stalin para aplastar la resistencia del campesinado contra la colectivización, entre 1932 y 1933. Los archivos oficiales de la Unión Soviética, aunque reconocen un millón y medio de muertes, niegan tal holocausto. Pero los cálculos de El libro negro del comunismo, escrito por excomunistas franceses, lo estiman en diez millones de víctimas. En Ucrania la tragedia se conmemora el cuarto día de cada noviembre y se admite la aterradora cantidad de 7 millones de seres humanos.
Quienes por distintas razones hemos experimentado el malestar que se siente luego de más seis horas sin probar bocado, tenemos idea de lo extremadamente doloroso que es padecer hambre. Morir de hambre no es como un infarto o una enfermedad respiratoria, que mata rápidamente. El hambre mata de muchas formas en una larga agonía que en promedio puede durar dos intensos meses. En dos días de mal comer se agota la glucosa. En dos semanas, quemamos toda nuestra grasa. El tiempo restante, consumimos todas las proteínas y el tejido de masa muscular. Esta última fase es sumamente dolorosa pues el cuerpo, literalmente, se come a sí mismo. La hambruna es una muerte fácil de ocultar, difícil de calcular, pues se disimula en multitud de enfermedades cotidianas, de epidemias y de pandemias.
En las guerras del pasado, la hambruna fue un “arma de guerra”. Efectiva para forzar la rendición incondicional de los vencidos. Su uso es más frecuente, a medida que retrocedemos en el tiempo, cuando la moral humana se debilita en la barbarie. La relación competitiva entre grupos humanos diferentes fue de una inenarrable brutalidad
Pero una cosa es el uso de la hambruna como arma de guerra y otra la crueldad con se aplicaban premeditadamente estos “métodos” para castigar a enemigos ideológicos o religiosos.
El 26 de agosto de 1789, fue aprobada la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” por una Asamblea Nacional Constituyente, en Francia. Unos años antes, la declaración de independencia norteamericana consagraba también sus principios básicos: justicia, bienestar general y libertad. En aquellas formidables ideas ya se repudiaba el genocidio. Poco después, vendrían los tratados de regularización de las guerras, que intentaban disminuir la brutalidad contra los vencidos.
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Garantizar la vida de quienes se rindieran resultó ser un incentivo para reducir el costo material y humano de las guerras. Pero será desde el 8 de agosto de 1945, cuando se instituye por primera vez el concepto de “crímenes contra la humanidad”, predecesor de otro más elaborado Estatuto de Roma, de 17 de julio de 1998. Desde entonces, los genocidios son condenados y apenas procesados por una aún incipiente justicia internacional.
Todo el peso de este marco moral histórico, toda esta jurisprudencia, hacen mucho más grave el caso de la tragedia venezolana. A un siglo del Holidomor ucraniano, el régimen chavista lleva a cabo otro espantoso genocidio, exterminando a la población de su nación por hambruna, desasistencia médica, altas tasas de homicidios y ejecuciones extrajudiciales masivas, entre otros “métodos”.
El éxodo masivo terminaría de completar el ajuste demográfico que, estiman, sería el ideal para mantenerse en el poder, a bajo costo. Su plan consiste en reducir la demanda social y facilitar el control represivo sobre potenciales brotes de rebeldías y estallidos sociales. Por el momento es imposible calcular el costo en vidas
Todas estas gravísimas afirmaciones ya se observan a simple vista. La premeditación y la alevosía del régimen chavista se confirma por su persistente negación de la crisis. Su discurso, completamente divorciado de la realidad niega la gravedad extrema de lo que sucede. Su empeño en culpar a otros de este desastre es su recurrente negacionista más usado. Antes la “guerra económica”, ahora el “bloqueo”. No bastaron 20 años en el poder, ni los más abundantes recursos jamás percibidos en nuestra historia para alcanzar una supuesta independencia económica de los Estados Unidos. Sabemos que tal dependencia no era tal. Son argumentos completamente falsos.
Es crucial para las fuerzas democráticas que aún sobreviven en el país, y fuera de él, que pongamos en perspectiva esta nueva fase de la tragedia venezolana. La actual crisis humanitaria no es resultado de un mal gobierno. Tampoco del fracaso de una política económica. Este caos es premeditado. Es inducido. Planificado con fría y extrema crueldad. Propia de mentes enfermas, embriagadas de poder y de odio político y social.
Con la dictadura chavista no cabe un “perdónalos señor, que no saben lo que hacen…”. Ellos, sí saben, y muy bien, lo que hacen. Monitorean a diario el avance de su siniestro plan. Es de extrema importancia tomarlo en cuenta, sobre todo, para desmontar el discurso de los teóricos “cohabitacionistas”, que definen al chavismo como un grupo político más, al que simplemente hay que relevar del poder
No lo es. Desde sus orígenes, el chavismo conspiró militar y clandestinamente. La antipolítica, el odio a la democracia está en sus genes. Lo demuestran ahora de forma cruel, brutal y devastadora.
La dirigencia opositora no parece caer en cuenta de este drama tan real como grotesco. Está ocupada en una especie de campaña electoral. Sus dirigentes muestran risas de alegría. No sabemos dónde las obtienen.
No nos damos cuenta. Nos acostumbramos a ver gente comiendo de la basura. A dejar que algunos ancianos, mujeres y niños coman de las sobras que dejamos en los restaurantes. A dar trozos de pan a niños en situación de calle. A observar los cuerpos famélicos deambulando por las calles. Ya es común oír llantos de hambre en las esquinas
Aún no se percibe la crudeza del impacto de la primera fase de la hambruna venezolana. Pero, este último salto hiperinflacionario, que ahora se desata súbitamente, impactará muy rápido. La población que ya arrastra carencias nutricionales se verá de pronto sumergida en una nueva ola masiva de hambruna severa. Comer un bocado al día será un milagro. Las enfermedades acechan.
Como Oleska Musienko con el Holodomor, habrá que bautizar del algún modo, uno de estos días, a esta espantosa tragedia venezolana.