Hombre y mujer, por Federico Vegas
El autor aborda en este libro la crisis del hombre público, a partir de la falta de equilibrio que existe hoy entre la vida pública y la vida privada
Hace un par de semanas comencé a preparar una charla sobre el espacio público y buscando imágenes en Google llegué a la definición de “hombre público”: Hombre que tiene presencia e influjo en la vida social, ilustrada con una fotografía de un libro de Richard Sennett.
¿Cómo sabía “Google” que Sennett es uno de mis autores favoritos? Imagino la respuesta, pues algo sé de esos mecanismos que pretenden conocer y hasta dominar nuestras almas a través del “consenso”, la “relevancia”, la “utilidad”, la “novedad” y algún otro proceso que aún no ha sido traducido al español.
Y todavía hay más: ¿Cómo sabe Google que mi búsqueda calza con el tema central del libro de Sennet? La imagen de la portada está acompañada con dos líneas: El autor aborda en este libro la crisis del hombre público, a partir de la falta de equilibrio que existe hoy entre la vida pública y la vida privada.
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Así podría continuar hasta ensartarme en una narcisista seguidilla sin fondo: ¿Cómo saben los editores del libro que uno de mis cuadros favoritos es La muerte de Marat de Jacques-Louis David?
David nos ofrece un crimen pleno de significados muy sugerentes. Algún investigador propone que Marat se metía por horas en su bañera para calmar el picor que le generaba el gluten, una alergia entonces desconocida y hoy en el tope de la fama. Lo cierto es que Marat improvisaba un pupitre para escribir, en medio de vapores, la larguísima lista de quienes debían ser ejecutados por crímenes contra el Estado. Y cómo no citar a la asesina y heroína Carlota Corday. “He matado a un hombre para salvar a cien mil”, dijo durante el juicio, y luego, al conocer la sentencia: “Solo se muere una vez”
Quizás la imagen de Carlota me llevó a buscar: “Mujer pública”, y encontré una definición igual de breve pero radicalmente distinta: Mujer que ofrece servicios o favores sexuales a cambio de dinero, e impactantemente ilustrada con otra portada de un libro:
El libro se presenta con un resumen de la propia Mónica: La eterna división que envuelve el mito de la conducta femenina radica en la necesidad constante de etiquetarnos: eres buena o mala mujer. El actual diccionario de la Real Academia Española resume la segunda opción en una sola palabra: “prostituta”.
Creo que estas dos visiones tienen que ver no sólo con las diferencias que nos imponemos, también guardan relación con la naturaleza de lo público. Si bien lo asociamos con el universo de la República, del derecho y lo social, también tiene relación con lo popular, incluso lo vulgar y hasta pecaminoso. ¡Cuántas veces veces lo hemos colocado por debajo de lo “privado”, un palabra que lejos de sugerir “privación” la asociamos con “privilegio”!
¿Por qué a la mujer se le adjudicó la cara oculta de la moneda? Se me ocurren varias posibilidades que no me resulta grato desarrollar por basarse en injusticias que los diccionarios y el lenguaje mantienen sin pudor ni misericordia.
Cuando le presenté estas ideas a los alumnos de mi curso (8 mujeres y un hombre) tuve que ofrecerles una compensación. Les pedí que buscaran en sus celulares imágenes relativas a La maternidad en el arte. Aquí cambia la ecuación, pues Google nos ofrece cuadros sublimes y bellísimos dedicados a la madre. En mi búsqueda personal, la ruta de mis algoritmos me llevó a Klimt y me sentí comprendido.
Entre estas primeras opciones que encontré sobre la maternidad en el arte no aparecía la figura más tradicional: la virgen y el niño. Pasé por varias decenas de versiones hasta llegar a una de las menos sacras: La Virgen con el Niño y ángeles, de Jean Fouquet. Es una pintura de mediados del siglo XV que al mismo tiempo tiene algo de futurista y mucho de inquietante profanación.
Luego pasamos a La paternidad en el arte (un apartado que me incumbe, pues he sido padre tres veces y abuelo seis) y me llevé una terrible sorpresa: el panorama es despiadado; comienza con una versión de Goya: Saturno devorando a su hijo.
Y, para, ofrecernos algo más actual y terrestre, una versión de Iván el Terrible matando a su hijo con un candelabro (Ilya Repin ( 1885). Aquí está Iván sosteniendo la cabeza ensangrentada con esa macabra ternura que sigue a los ataques de furia.
Mientras disfrutaba y sufría sumido en estos delirios paternales un amigo me envió un instagram titulado con un escueto Hombres y mujeres. Comienza con un primer subtítulo: Canciones que le dedicamos a las mujeres, el cual ya nos indica en que equipo juega el autor. Recuerdo, y hasta he cantado, las breves estrofas que nos ofrece Leo Dan:
Cómo te extraño, mi amor, ¿por qué será?
Me falta todo, en la vida, si no estás
Y Nino Bravo:
Te quiero vida mía, te quiero noche y día
No he querido nunca así
Y Luis Miguel:
Si nos dejan
Nos vamos a querer toda la vida
Y Roberto Carlos:
Quiero ser tu canción desde el principio al fin
La segunda parte está dedicada a Las canciones que ellas nos dedican, comenzando con Rocío Jurado:
Es un gran necio,
un estupido engreído,
egoísta y caprichoso,
un payaso vanidoso,
inconsciente y presumido,
falso, enano, rencoroso,
que no tiene corazón.
Y Paquita la del Barrio:
Rata de dos patas te estoy hablando a tí
Y cierra con las hermanitas Calle y Francy:
Si no me quieres te corto la cara con una cuchilla de esas de afeitar.
El día de la boda te doy puñaladas, te arranco el ombligo y mato a tu mamá.
¿Se trata de un fenómeno latinoamericano, o existe una constante con basamentos en una suerte de antro-apología universal?
¿A dónde quiero llegar con estas tres comparaciones? Evidentemente quería divertirme y divertir, y, de paso sufrir un poco. No pretendo definir qué es feminidad y qué es masculinidad. Leí en un ensayo que aunque ciertamente existen diferencias entre ser hombre y ser mujer, nadie tenía derecho a definirlas o congelarlas y, menos aún, a esgrimirlas a favor o en contra.
En alguno de sus libros Gaston Bachelard escribió que sólo aquellos que estén atentos al delirio de renacer en cada una de sus experiencias lograrán recrear la atmósfera donde se aman los objetos y las palabras, las cuales “como todo lo que vive, han sido creadas hombre y mujer”.
No dudo que esta dualidad sea una de nuestras más persitente referencias, además de una poderosa obsesión. Lo importante no es usarla como escudo de defensa o arma de ataque, o desprecio, sino como una luz y una fuerza para explorar, para adentrarnos en sus manifestaciones con sinceros deseos de comprender mejor la naturaleza humana.