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Honoris causa, por Pablo M. Peñaranda H.



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Opinión TalCual | abril 10, 2023

Twitter: @ppenarandah


 El talento sin oportunidades es como un árbol sin sol ,

no puede crecer ni prosperar.

                                                             Steven Spielberg

En 1905,  Sigmund Freud publica El chiste y su relación con el inconsciente, su tercer libro en la saga que incluye los sueños, los actos fallidos y los síntomas neuróticos como armazón para explicar el inconsciente. Allí sostiene que el chiste es un medio de liberación de la tensión que produce la represión de la sociedad. Esto tiene la genialidad de haber reparado en fenómenos cotidianos los cuales, para la mayoría de los estudiosos de la mente para aquel entonces, no tenían ninguna importancia.

Lo cierto es que con algunas personas nos relacionamos humorísticamente por razones que, al menos yo, pese a mi profesión, no tengo explicación alguna.

Esa era la forma en que me relacionaba con Pedro Cunil Grau, siempre de buen humor luego de un mis saludos, don Pedro; mis saludos, don Pablo.

Recuerdo que le narré uno de los tantos sainetes de nuestra vida estudiantil para que se aclimatara un poco con nuestra universidad.

Era la época del rector Bianco cuando los problemas y sus soluciones llegaban pronto a la máxima autoridad y ocurre que un grupo de estudiantes, bajo las siglas Copelbo, realizaron una trifulca en el comedor y en el Rectorado, para exigir la mejora de las becas tanto del comedor como las de estudio.

Ambas emolumentos fueron  aumentados sustancialmente y traducidas en bolívares talrd datos debían estar en el informe que la UCV enviaba a la Contraloría General de la República y al Congreso de la nación. Dado que en el texto no podía referirse a organizaciones por sus siglas, tal parece que uno de sus colaboradores le informó al rector el significado de esas siglas, por lo cual, de inmediato, fueron llamados a su despacho los representantes de esa organización, entre los cuales se encontraba un gran amigo mío, estudiante de Biología en la Facultad de Ciencias y cuya fama de ocurrente había atravesado las fronteras patrias.

Allí en su despacho, el Dr. Bianco les dio un discurso de comportamiento ciudadano y dejó entrever las posibles sanciones por la conducta del grupo. Según él, la UCV  quedaba  moralmente en entredicho. Cuando el rector se disponía a marcharse de la reunión, este amigo le pidió que, por favor,  donde todo el mundo hablaba de «Comité de Peladores de Bola», simplemente escribiera «Comité para Pelear por Beneficios  Organizadamente» y que él y todos los estudiantes que lo acompañaban firmarían de inmediato cualquier requisito o documento. El rector salió de la oficina sin decir una palabra más y nadie supo cómo quedó el texto final, pero la risa de Pedro por este charrasquillo fue fantástica.

Con Pedro siempre aparecían  los recuerdos sobre Chile, pero fue aquí en su nueva patria, entre nosotros, que elaboró y publicó lo mejor de su genio  y su talento. Son clásicos en su producción intelectual : Las transformaciones del espacio geohistórico latinoamericano 1930-1990, Geografía del poblamiento venezolano del siglo XIX (1997) y Geo Venezuela (2007), por solo nombrar algunas.

El cuento es que mientras me encontraba en Madrid en uno de mis años sabáticos, me informé de que a Pedro le habían conferido el honoris causa, nada menos que en la Universidad de Salamanca de España. Inmediatamente me comuniqué con el  rector de la UCV, con la finalidad de contribuir a enaltecer aquel evento tan merecido al genial geógrafo y amigo.

Da la casualidad que el Embajador de Venezuela en España para aquel momento, el economista Dr. José Miguel Uzcategui Lima y el rector eran amigos y ciertamente  fui atendido de inmediato. Para mayor fortuna, el Secretario de Cultura era el reconocido y brillante escritor, Adriano González León. Allí se acordó que un vehículo de la embajada nos trasladaría a Salamanca y que yo debía cerciorarme  de los pormenores del acto para garantizar nuestra presencia, incluida el Embajador.

Al salir de la Embajada me comuniqué con dos autoridades de la Universidad Autónoma de Madrid con los cuales ya había hecho cierta amistad y uno de ellos me comunicó que en dos días el Dr. Ignacio Berdugo Gómez de la Torre, rector de la Universidad de Salamanca, se encontraría en Madrid y que perfectamente podía concertarnos una cita. Así fue, acordamos la reunión  a la cual asistiría con el Secretario de Cultura.

*Lea también: Éxodo, por Paulina Gamus

Como el encuentro se pautó para las siete de la noche, Adriano me convocó a las cinco en un distinguido bar situado en la calle Serrano, según él, para planificar la conversación que tendríamos con el rector Berdugo; pero yo, que conocía su afición por los líquidos espirituosos y temeroso de algún desaguisado, me presenté a las 6:30 p.m. con la excusa de que me había perdido en aquella bella e inmensa ciudad.

De inmediato recibí un sermón acerca de la imposibilidad de los venezolanos de realizar alguna tarea noble, dada nuestra manifiesta  irresponsabilidad con los horarios. Como yo cargaba una guía de la ciudad de Dublín, puesto que tenía planificado visitarla en esos días, Adriano se quedo mirándola y muy molesto me dijo: «Poeta, cómo no se va a perder usted si no estamos en Dublín, sino en Madrid, EN MAAADRID, poeta».

Con puntualidad  llegamos a la cita y luego de las manifestaciones de agradecimiento y  orgullo universitario por el honoris causa otorgado a un meritorio académico venezolano, el rector con gran amabilidad nos explicó todo el protocolo y nos proporcionó dos nombres de funcionarios para resolver  lo referente a nuestra asistencia y que tomaría nota de la presencia del Embajador. Allí yo le di la primicia sobre el libro que mi profesor  y amigo  de pregrado el Dr. Manuel Matute estaba por publicar. Este era un texto el cual contenía las cartas de algunos intelectuales de la generación del 98  donde don Miguel de Unamuno era la figura  principal, cartas que estos habían cruzado con intelectuales venezolanos, en especial con Pedro Emilio Coll. Justamente ese movimiento cumplía los 100 años.

El día anterior al acontecimiento partí solo a Salamanca con la logística de la Embajada. El Embajador tenía múltiples problemas que atender por su sustitución y pese a que insistía en su asistencia por lo importante del acto, no pudimos coordinar la salida conjunta. Por otra parte, los graves  problemas de salud que aquejaban a la esposa de Adriano, le imposibilitaron el acompañarnos. De manera  que arribé a Salamanca con la compañía de la Guía Michelin que, dicho sea de paso, le adjudica una estrella a ese maravilloso cielo salamanquino.

Al terminar el recorrido por la ciudad y los predios universitarios, en el hotel  se unió, para nuestra complacencia, un amigo profesor de la Facultad de Humanidades que se encontraba en San Sebastian, País Vasco. Por él tuve la agradable noticia de que se encontraban en la ciudad, el vicerrector académico y la decana de Humanidades de nuestra universidad.

El acto, lleno de simbología y tradición se desarrolló en un hermoso paraninfo donde la presencia de Pedro y sus palabras  de agradecimiento por tal honor, movieron al máximo mis sentimientos. Pedro se marchó recientemente al infinito y yo lo recordaré siempre como el más venezolano de los chilenos.

Solo eso quería contarles.

Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en psicología y profesor titular de la UCV.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

 

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