Howard Hughes, la CIA y el fondo del mar, por Carlos M. Montenegro
Autor: Carlos M. Montenegro
Parece que al asunto del petro le pasa como a las radios cuando se les gastan las pilas, y se va yendo el volumen. No han convencido a nadie con esa “modernez”, pretendiendo ser los inventores de algo que no es más que un disfraz para otro guiso. Seguro que lo consumarán, pero a su estilo: porque sí, es decir, que no han engañado a nadie. Este pseudo artilugio fue el que siguió en la letanía de trucos de magia delincuencial a la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco, ostentoso nombre revolucionario, del conocido Arco Minero del Orinoco, guiso que en realidad es un menú completo. A su lado el dichoso petro no pasa de ser una boutade sin gracia.
Lo del Arco Minero es otra cosa, fue concebido por el difunto presidente no sin cierto “guillo”, que su sucesor, buscando plata que sustraer, lo tomó sin ningún miramiento y ha enredado la madeja involucrando a decenas de empresas de maletín y, tras llevárselas al huerto, ha quedado en una macroconcesión a una corporación o grupo de panas encargados de explotar ese inconmensurable guiso que huele a quemado desde la otra orilla del Orinoco.
Lo de la minería no es nuevo, y desde siempre se ha prestado para descomunales chanchullos, sobre todo si hay oro, diamantes o coltán, el nuevo oro. Ahora que el petróleo, como que mancha, se buscan recursos por cualquier lado arañando la tierra y de paso echándola a perder.
Pero no hace mucho que ha comenzado una nueva tendencia de explotación minera: la extracción de minerales del fondo del mar. Varias empresas pioneras están a punto de comenzar a minar el lecho marino en busca de invalorables metales preciosos. Una de ellas es la empresa canadiense Nautilus Minerals que funcionará en las aguas tropicales del Mar de Bismarck, en las costas de Papúa Nueva Guinea y si lo logra se ganará un lugar en la historia como la primera empresa en el mundo en extraer minerales de una mina en aguas oceánicas profundas.
A nadie se le había ocurrido tamaña odisea, debido tal vez a las dificultades técnicas, sin embargo esta nueva industria se originó, sin querer, a raíz de una operación secreta en tiempos de la Guerra Fría, cuyo objetivo no tenía nada que ver con la actual tendencia minera submarina.
En julio de 1974 un enorme y extraño buque se adentraba en el Océano Pacífico, había zarpado desde Long Beach, California, equipado con una enorme torre de perforación y un moderno equipo de minería, la nave había sido diseñada para llegar hasta el lecho marino y acceder a una fuente de enorme riqueza en el fondo del océano. Se lo consideró el primer gran paso para abrir un novísimo horizonte para la minería, extrayendo metales valiosos del suelo marino. El costo del proyecto fue de 500 millones de dólares lo mismo que cada una de las misiones Apollo para llegar a la luna. Tardaron seis años para tener el barco a punto. Al conocerse el propósito de la expedición se generó un gran frenesí haciéndose muy popular. Pero en medio de todo el furor que el proyecto había desatado, un leve detalle pasó desapercibido: todo era mentira.
En realidad se trataba de un complot diseñado durante la Guerra Fría por la Central Intelligence Agency (CIA) que dejaría casi medio siglo después, sin pretenderlo, el germen de una industria. El verdadero objetivo de los tripulantes del gigantesco barco era localizar, reflotar y llevarse a casa secretamente un submarino nuclear soviético, que se había hundido seis años antes a unas 1.200 millas de Hawái. Los rusos no habían logrado hallar el sumergible K-129, a pesar de una formidable búsqueda; pero gracias a una red de vigilancia satelital y subacuática, los norteamericanos pudieron detectar y ubicar al submarino hundido. Yacía a casi 5.000 metros, a más profundidad que cualquier otra nave jamás recuperada.
Para el gobierno norteamericano sería una enorme ventaja militar tener acceso a los misiles nucleares rusos y poder estudiar las comunicaciones navales de los soviéticos, ese fue el verdadero motivo que llevó a la CIA a crear un plan tan audaz. Su nombre clave fue Proyecto Azorian, pero no solo debían recuperar el K-129, tenían que hacerlo sin que los rusos se enteraran. Para crear una cortina de humo, la agencia concibió que fuera una expedición minera subacuática en busca de nódulos de manganeso, unas pequeñas rocas que reposan en el fondo del mar.
Pero además la CIA necesitaba de alguien que “patrocinara» el falso proyecto, algún personaje lo suficientemente excéntrico y famoso que lo hiciera parecer posible y lo hallaron: Howard Hughes, el magnate, empresario, inversionista ingeniero autodidacta, aviador, productor y director de cine norteamericano que accedió a participar y fue así que se construyó y botó el barco con su nombre.
El barco “Hughes Glomar Explorer” presuntamente estaba equipado con todo lo necesario para minar el lecho oceánico, aunque en su interior el barco estaba lleno de innumerables artefactos tecnológicos que parecían salidos de una película de 007. En el fondo del casco, en la quilla, tenía enormes portones que podían abrirse para alzar y ocultar sin llegar a la superficie el submarino soviético. Dentro había grúas y una pinza gigante con la que se planeaba subir el K-129 desde el fondo.
Para convencer a los rusos de que el interés de Howard Hughes era genuino, la CIA envió alrededor del mundo a supuestos ejecutivos de sus empresas para dar charlas sobre el proyecto y conferencias acerca de la expedición y sobre la minería oceánica. Todo era una audaz invención. Dave Sharp, uno de los agentes de la CIA que estuvo en el proyecto, años después dijo: “Hicimos que la minería oceánica sonara como algo que existía. Realmente engañamos a muchas personas y es increíble que el engaño durara tanto tiempo».
De hecho el complot fue tan efectivo que en las universidades estadounidenses, tan propensas a la innovación, comenzaron a dictar cursos sobre Minería Oceánica, una disciplina sin antecedentes académicos También comenzaron a subir las acciones de las empresas interesadas en el proyecto. La gente debió pensar “si Howard Hughes está involucrado, nosotros no podemos quedarnos atrás”. La misión comenzó el 3 de Julio de 1974, después de que el presidente Richard Nixon regresó de una cumbre de paz en Moscú.
Las cosas no salieron como estaban planeadas. Muchas piezas del equipo sufrieron desperfectos. Si bien las pinzas gigantes lograron sujetar el submarino, este se partió cuando estaba siendo elevado y al final solo pudieron rescatar una pequeña porción delantera del K-129 pero los misiles y los libros con códigos nunca fueron hallados.
El fracasado plan secreto se filtró un año después y la revelación de que el proyecto minero era falso golpeó a otras compañías mineras e incluso a diplomáticos de la ONU, que en ese momento “guisaban” los derechos futuros a los minerales oceánicos. Las acciones se derrumbaron y esto marcó el fin de la minería oceánica durante décadas. Aun así, el Proyecto Azorian permaneció clasificado hasta el año 2010 cuando la CIA publicó una historia oficial al respecto.
Sin embargo, irónicamente, el Proyecto Azorian dio pie para buscar, 50 años después, metales preciosos en el fondo de los océanos, y demostró que con talento, una ingeniería avanzada y mucho dinero es posible operar en lo más profundo del mar.
En este enlace verán cómo funcionaba el Hughes Glomar Esplorer.
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