Huele a quemao, por Teodoro Petkoff
El ministro de la Defensa emitió ayer una declaración sobre el Plan Billuyo 2000 y los señalamientos de «irregularidades» de que ha sido objeto. Vamos a glosarla y comentarla.
«No es doctrina de la FAN colocarse por encima de la ley y de las instituciones y, por tanto, rechaza cualquier tipo de privilegio para ella y para sus integrantes. Al no exigir consideraciones especiales, tiene derecho a sentirse asistida moralmente para reclamar un trato similar al de las restantes instituciones nacionales». Pensará el lector que, con esta introducción, José Vicente prepara el terreno para decir que la FAN está abierta a cualquier investigación, sin escudarse en ningún privilegio. Se equivoca el lector. Rangel produce un sofisma prodigioso: «Sería inaceptable que quien se ajusta a la normativa constitucional y legal (…) sea objeto de tratos discriminatorios y que a sus miembros se les someta a una especie de capitis diminutio; a ataques desproporcionados y a sospechas sin fundamento, pasando la mayoría de las veces por so-bre el principio constitucional que presume la inocencia de las personas». ¡O sea, pues, que quien denuncia actos de corrupción en la FAN, la «discriminaría» al darle un trato que, supuestamente, no se da a otras instituciones! «Pri-vilegiada» sería la FAN si ante sus muros se detuviera la denuncia sobre corrupción, que en Venezuela, ni antes ni ahora, jamás ha «discriminado» a ninguna institución. Por otra parte, ¿es una «sospecha sin fundamento» citar casi textualmente, como lo hizo TalCual, el informe del contralor, en el cual se mencionan de modo preciso distintas vagabunderías? TalCual no mencionó nombres. Ninguna persona ha sido expuesta ante la opinión pública. El nombre del general Rosendo aparece como el de jefe del Plan Billuyo, pero no se le acusa de ningún delito. Se presume su inocencia. Pero, además, José Vicente nos obliga a recordarle cuántas veces Cicerón no acusó a supuestos corruptos sin jamás preocuparse por la «presunción de inocencia». Eso, en nombre de los fueros del «periodismo de denuncia», sobre lo cual en alguna oportunidad filosofó el propio confidente de Cicerón. «Pero de igual modo, el Ministerio de la Defensa aspira a que si de las investigaciones realizadas se comprueba que no hubo nada doloso e ilícito, se proceda a dar las satisfacciones del caso y que quede abierta la posibilidad de que los aludidos puedan hacer uso, ante los órganos de la justicia, de las acciones que la ley les otorga». Esta no es la declaración que le salía al ministro, sino la de asegurar a la opinión pública que de confirmarse la responsabilidad de algunos oficiales en los delitos señalados, ellos serán castigados con todo el peso de la ley. Eso era lo lógico y no deslizar esa amenaza velada de «acciones judiciales». Por cierto, Rangel en esa declaración sale de garante de la honestidad de todos los altos oficiales que dirigieron y/o dirigen el Plan Billuyo. Igualito que en la Cuarta: cada vez que se señalaba a alguien inmediatamente aparecía un jerarca metiendo las manos en la candela por el indiciado. Rangel sabe muy bien que de allí en adelante la justicia suele moverse con mucha cautela. José Vicente, en este caso, no sólo presume la inocencia sino dice que la «reivindica». Es un mensaje demasiado directo a quienes deben completar la investigación y a quienes eventualmente deberán juzgar a los indiciados.
«Esta actitud (la denuncia) adquiere cada día mayores características de un ensañamiento en cuya base estaría un plan político dirigido a provocar a la oficialidad y a desestabilizar el país». No podía faltar esta perla de la politiquería criolla del último medio siglo. De-sestabilizado-res, como habría dicho el agudo periodista José Vicente Rangel, son quienes roban los dineros de la nación, quienes ha-cen negocios sucios con los recursos de los programas so-ciales, quienes ha-cen fortunas a la sombra el poder, quienes ni siquiera tienen el recato de ser discretos sino que ostentan obscenamente las quintas, los carros de lujo, los apartamentos para las queridas, en las narices de esos mismos menesterosos por suya suerte derraman lágrimas de cocodrilo