Huí por mi futuro, por Heisy Mejías
Al principio me resistía. Sabía que todo iba empeorando paulatinamente pero algo me decía que aún se podía, que pronto saldríamos de ese atolladero. Así pasaron 3 años hasta que la cosa ya estaba fea; en Venezuela no se podía comer, vestir, calzar ni vivir. La razón por la cual huí, fue el hecho de que a mi hija la hicieran colorear a un Chávez como personaje histórico en el colegio y al reclamar me dijeran: “mientras estudie en un colegio público, seguirá pintando al comandante Chávez”. Ahí entendí que debía criar a mi hija en otro ambiente, lejos de esa insensatez que daña a cualquier sociedad.
No tenía para los pasajes, el sueldo mensual en Venezuela para ese entonces era de un dólar y medio, ni para llegar a frontera con Brasil o Colombia me servía. Pedí prestado a unos familiares que están afuera (sí, mi familia como la de muchos compatriotas está regada), mientras preparaba mis documentos para estar al día. El pasaporte lo saqué en 2014 (Gracias a Dios porque tres años después el gobierno minimizó la impresión de pasaportes), los títulos académicos me los llevé sin apostillar ya que debía esperar y tuve que irme de carrera, pues se rumoraba que Iván Duque cerraría frontera al hacer toma de posesión. No fue en avión, mi dinero sólo me alcanzaba para el viaje, el primer mes de arriendo, más dos semanas de comida.
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A principios de agosto del año en curso, me dirijo a Cúcuta tras cinco días amaneciendo en el terminal de pasajeros. Muchos se iban por los rumores del cierre fronterizo, estaban colapsadas las líneas y mientras pasaba las más de 50 vallas de propaganda de Maduro (tiene más propaganda que cualquier empresa del país).
Pensaba en mi hija, en mi familia y en las pésimas condiciones que nos hallábamos como sociedad. Me decía, cómo no vamos a estar tan mal si no hay empresas, no hay producción, sólo propaganda, pura propaganda, pan y circo
Llegué a Cúcuta y el miedo se apoderó de mí. Los «asesores de viaje» están pendientes de quién tiene dinero o no, y el día se hizo corto para sellar la salida de Venezuela. Hubo que dormir en la calle, los hoteles eran caros y yo iba con el dinero contado. En esa zona la tierra es de nadie, no hay leyes, no hay reglas, no hay jefes. Pero alguien emite las órdenes y «ofrece» seguridad. «Quien roba muere, quien pelea muere, quien desordena muere» y así vi cómo a unos metros desaparecían a una chica mientras sus gritos se desvanecían en la oscuridad. Allí entendí que en efecto, el totalitarismo está consolidado, en mayor o menor grado según el lugar pero allí está, creciendo con el miedo, el odio y el resentimiento creado por el régimen.
De camino a Bogotá vi a muchos «caminantes», hablé con «traidores a la patria», gente injustamente acusada tras alguna protesta y muchos decían lo mismo, «yo no quería irme, pues estoy forzado porque debo ayudar a mi familia, porque mi calidad de vida está por el piso, porque moriré con diabetes en Venezuela, entre otros».
Hablé con gente como yo, con metas y sueños y que trabajan duro, incluso fuera de nuestro país para volver y hacer de nuestra tierra un lugar digno para nuestro futuro
Secretaria Juvenil de Unidad Visión Venezuela
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