Humillados y retados, por Fernando Rodríguez
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Sin duda sobran las razones para que la tiranía nacional multiplique su ferocidad para no revocar su horrendo crimen electoral del 28 de julio. Además de querer permanecer en el poder, o protegerse de los merecidos castigos por el saqueo y destrucción del país, que siempre suponíamos. Algo muy bueno ha sucedido. Es que ha sido tan bastardo, tan burdo, tan flagrante el fraude electoral cometido –seguramente con pocos antecedentes planetarios- y su sostenida y prolongada ratificación, con decenas de muertos, miles de detenidos y torturados para defenderlo; además de la burla y el desafío de la inmensa opinión internacional que lo ha repudiado también con una fuerza inusitada, que algo como una nueva etapa histórica ha debido abrirse para Venezuela.
Y este es un caso en que más allá de una infame jugarreta política hay una ofensa a la integridad esencial del país, a nosotros sus ciudadanos, de tal magnitud que ha de grabarse en caracteres muy excepcionales en la historia de la nación debilitada que íbamos siendo y que nos obliga a levantar la cabeza y a mirar de frente a los demoledores de nuestra dignidad.
Siempre ha debido serlo, pero a partir del 29 de julio, nos debemos sentir combatientes afrentados y humillados que no pueden dejar de luchar por poder recobrar la integridad perdida. El camino para lograrlo hay que trazarlo políticamente, sí, pero estamos retados moralmente, ineludiblemente.
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Es por eso que creo que este silencio que comienza a sembrarse en el país, esta desesperanza que crece cada día y que tanto se parece a la que hemos vivido estos últimos tiempos; esa suerte de signo oscuro no es, no puede ser el mismo, tal es la herida que el gobierno ha infringido ahora a nuestra más profunda esencia nacional. Paradójicamente yo creo que esa desgarradura brutal es la matriz de una fuerza que en algún momento y con un nuevo y distinto vigor va a restituir la libertad en nuestra nación.
Yo atisbo a considerar sólo una transacción política posible, que la dictadura ceda el poder a quien en inobjetables elecciones y con amplia ventaja lo ha conquistado, Edmundo González. Y que la oposición permita, en buena parte a la chita callando, que los pecadores durante un cuarto de siglo de los delitos de gigantesco peculado y demolición económica y humana del país, puedan atemperar las merecidas penas; y los “inocentes”, si los hubiese, hasta puedan seguir practicando la política. A lo Pinochet, digamos, para citar un ejemplo extremo y en el fondo lamentable. Pero al fin recuperación de la democracia. Cuestión de ver. El resto, ciertas ocurrencias –nuevas elecciones, gobiernos compartidos…- me parecen estrambóticamente inviables.
Pero si así no fuese esa la vía razonable, pensemos que un signo de nuestra recuperación anímica y combativa ha tenido una guía, una líder realmente histórica, María Corina. Es muy probable que ella todavía pueda volver a reactivar nuestra esperanza y combatividad. Eso es de esperar. Si ella no lo fuese, engendraremos nuevos comandos, nuevas formaciones y otras formas de lucha. Que sea realidad el deseo tenaz de recuperar nuestra libertad tanto tiempo escamoteada, pateada, secuestrada. Nuestro último ultraje podría ser paradójicamente el arma para nuestra definitiva rehabilitación moral y política.
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