Ideologías, la arrogancia del necio, por A. R. Lombardi Boscán

La ideología es una niebla mental. Una bruma hacia la confusión. La realidad es negada y deformada. La creencia sustituye lo que pudiera ser evidente dentro de un consenso pactado. El autoengaño nos protege, aunque también, nos falsifica la existencia.
Hasta los más universitarios, académicos y científicos, como campeones de la verdad racional, ceden en los territorios muy fangosos de las ideologías.
Entre los colegas, un pequeño infierno, las vanidades espantan. Dialogar es un imposible y el agravio manda.
Queremos que el mundo se ajuste a nuestras ideas y no soportamos que la realidad sea tal cuál es. El marxismo definió a la ideología como una: «falsa conciencia». Y que la real era la «conciencia de clase».
Otra balandronada más que desde la posición del resentido y humillado social sobrepasa la misma condición del explotado. Para empezar, el explotado, rara vez, es capaz de tener conciencia de clase: para ello debe transitar por los abismos de la cultura y las humanidades. Y si la tiene, su base ética, si no es un pícaro, deviene en fanatismo.
El fanático es el militante ciego. Incapaz de reconocer otras «verdades» diferentes a la suya. Dialogar con un fanático es un caso perdido. Por ello los «Comité de Salvación Pública» en la Revolución Francesa durante «El Terror» (1793-1794) decidieron «proteger» los intereses del Pueblo matando al mismo Pueblo.
En la Independencia de Venezuela (1810-1823) hubo otro paralelismo: para otorgar la libertad al pueblo, lo primero que se hizo, en la «guerra de liberación» muy patriótica contra la monarquía hispánica, fue desgraciarles la vida a casi todos. Menos a los Libertadores y caza recompensas como el héroe y Almirante Thomas Cochrane (1775-1860).
Las revoluciones y dictaduras, las de antaño y las de ahora, persiguen el mismo propósito: servir al pueblo. Aunque ello implique encarcelar a los opositores denunciados como enemigos internos. Los enemigos externos, son otro chivo expiatorio, para mantener las apariencias de un nacionalismo de baratijas.
Las ideologías son frontales. No gustan de los matices. O estás conmigo; o contra mí. Los moderados o centristas son percibidos como sospechosos de un compromiso poco fiable. Son tránsfugas que sienten debilidad por la traición. En cambio, los que se dicen de derecha o izquierda, conforman un espectro definido: su militancia está regida por un acto de fe. Aunque muy pocos se inmolan.
Como es evidente la hipocresía es la mejor definición posible para estos maniáticos de las cruzadas de salvación social o de los que añoran el inmovilismo histórico. Incluso, existen los de buenas intenciones, como los compañeritos de la Sierra Maestra, que le tomaron gusto al poder: se encaminan a los setenta años resguardando los Derechos Humanos del Pueblo.
El caso más reciente de miopía ideológica quedó de manifiesto con un sector de las Madres de Plaza de Mayo: «Hemos estado hace pocos días en Venezuela y pudimos comprobar el carácter democrático y popular de la Revolución Bolivariana, que sigue viva y dando soluciones concretas al pueblo».
*Lea también: Vándalos contra las madres, por Gregorio Salazar
Lo raro de todo esto es que el epicentro del movimiento de las Madres de Plaza de Mayo en Argentina es la denuncia contra las desapariciones y asesinatos de la dictadura militar en su propio país cuando ésta trajo la vergüenza.
¿O es que hay desapariciones buenas y desapariciones malas?
Ángel Rafael Lombardi Boscán es director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia, Representante de los Profesores ante el Consejo Universitario de LUZ
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