Imágenes norteamericanas, por Fernando Mires
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Dos hechos provenientes de los Estados Unidos han ocupado la atención mundial. El primero fue la demostración de las dificultades del presidente Biden para sostener un debate público en el mal llamado duelo del 27 de junio. El segundo, el atentado al ex presidente Trump, el 15 de julio.
Independientemente de la edad –suele suceder a las personas jóvenes también– el presidente Biden sufre de una alteración que le dificulta debatir, polemizar, discutir, tres verbos fundamentales para representar una candidatura. Política –eso seguramente lo sabe Biden por experiencia– es palabra. Las palabras, a su vez, son significantes fonéticos. Los significantes se nos presentan en imágenes. Es por eso que confundir los significantes lleva a confundir los significados y eso, no solo en la vida política, puede ser fatal. Pues si decimos con Ferdinand de Saussure (De la Gramatología) que «todo significante es la traducción fónica de un concepto» y además que «el significado es el correlato mental del significante», la confusión de los signos termina por traducirse en alteración (auditiva y visual) de la realidad que vivimos. Dicha alteración está permitida en las clínicas y en la poesía, pero jamás puede estarlo en la política.
Probablemente el presidente Biden mantiene su capacidad de discernimiento, virtud que puede ser muy decisiva en los espacios no discutitivos de la política, pero en la plaza de la polis medial, sin dotes discursivas, el político –sobre todo si ese político es un candidato– se nos aparece como un nadador sin brazos o como un futbolista sin pies. Cierto, esas también son simples imágenes, pero son imágenes deducidas de la realidad que estamos mirando en un video.
Nadie, ni viejo ni joven, puede hacer todo bien. Por eso cada uno de nosotros debe invertir sus energías, no solo en lo que mejor sabe, sino en lo que mejor puede hacer en las diversas circunstancias que nos depara la vida. Máxima que vale para un plomero como para un aspirante a la presidencia del país más poderoso del mundo. Solo bajo dictaduras y regímenes teocráticos los mandatarios son mantenidos hasta que la muerte los separa (recordemos al esperpéntico Breschnev o al moribundo Juan Pablo ll llevando una cruz sobre sus pobres hombros).
En una democracia en cambio, donde los líderes son elegibles, eso no puede ni debe ser así. No hay ninguna razón entonces para que Biden se autoinmole, mucho menos en la escena medial que domina y controla su antidemocrático contrincante: Donald Trump.
Donald Trump está lejos de ser un superman de la retórica. Por el contrario, tiene serias dificultades para articular una frase con otra. Pero, a diferencias de Biden, no tiene grandes problemas en expresar sus ideas, entre otras razones porque no las tiene. La fuerza de Trump no reside en sus palabras sino en los slogans que sus asesores preparan. No obstante, a diferencias de Biden, Trump, o sus asesores, sí sabe transmitir imágenes.
Hemos visto a Trump inmediatamente después del atentado, levantando un brazo, bajo un cielo azul límpido en donde ondea la bandera de los Estados Unidos, sostenido en el montón de guardaespaldas que lo rodean, quienes construyen una pirámide humana en cuya cúspide aparece el hombre que, con gesto desafiante, ha sabido, gracias a la ayuda de Dios o del destino, vencer a su propia muerte. Si esa poderosa imagen, fabricada en segundos por talentosos agentes publicitarios, hubiera aparecido una semana antes de las elecciones, el triunfo de Trump ya estaría cantado.
Mientras Biden transmite día a día la imagen de su casi tierna fragilidad, Trump, en ese momento, escenificaba la imagen de un poder sobrenatural. Mientras Biden tropieza con sus propias piernas, Trump se eleva sobre los demás hombres, incluso sobre sí mismo, en un gesto heroico cuya función es mitologizar la fuerza de su poder. Un poder que, a la vez, viene del poder de su fuerza. Eso es, al menos, lo que dan a conocer las imágenes seleccionadas por las agencias de manipulación pública.
Naturalmente, no se trata aquí de denostar imágenes. Sería absurdo. Al fin y al cabo, pensamos con imágenes y con palabras. Dicho de otro modo: la imaginación es inseparable del pensar palábrico. Cada imagen reproducida es un mensaje a los demás. Ahí reside por ejemplo la fuerza del cristianismo que, a diferencia de otras religiones, labora con imágenes. El Cristo sangrando en la cruz, o la Pietá de Miguel Ángel nos rompen el corazón cada vez que los contemplamos. Imaginar, quiero decir, no es pensar, pero las imágenes son representaciones intercaladas en cada pensamiento.
Pensamos, reitero, alternando palabras con imágenes. Cada palabra, aún la mal dicha, invoca imágenes. Cada imagen invoca palabras. Cada pensamiento destella imágenes. Cada imagen asocia pensamientos con otras imágenes. Vemos lo que decimos y decimos lo que, exterior e interiormente, vemos. El pensamiento, quiero decir, deletrea sus imágenes. Cuando discutimos entonces, lo que intentamos es construir equivalencias entre las palabras y las cosas (en este caso, las imágenes). Visto así, la retórica, que es el arte del bien hablar, intenta poner las cosas en su lugar. Y el lugar de cada cosa está en su sintaxis.
En cambio, lo que vimos en el duelo televisivo de los dos candidatos norteamericanos fue la discusión entre un ser, Trump, que no sabe hablar pensando y otro ser, Biden, con dificultades para decir lo que piensa. Todo lo contrario a lo que entendemos como discusión o diálogo político. El gran perdedor de esa absurda contienda no podía ser ninguno de los dos: el perdedor fue la política.
El desafío que tienen los demócratas, menos que sustituir al lesionado Biden, es llenar el vacío político que vive el país. Ese vacío político, al no aparecer las ideas, los programas, las estrategias, las visiones de mundo que cada candidato debe representar, ha sido llenado por el equipo Trump con consignas, slogans y sobre todo con imágenes separadas del pensamiento racional. Si Trump resulta ganador, no será por sus ideas, sino por la producción de imágenes desconectadas del pensar, esto es, por la manipulación publicitaria y comercial de su candidatura política.
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Devolver los significantes, en este caso las imágenes, a los significados equivalentes, es algo que cada uno intenta hacer en la vida cotidiana cuando discutimos sobre cualquier tema. En la discusión política debe ocurrir lo mismo. No basta decir «no» a Trump como los franceses dijeron «no» a Le Pen. El público norteamericano, a diferencias del francés, no concibe un «no» sin un optimista «sí». Ese «sí» debe encontrar sus propias imágenes a través de las palabras y de las fotografías. Con Biden y, si no es posible, sin Biden.
La Convención demócrata de agosto tendrá como tarea devolver las imágenes a sus palabras y las palabras a las personas que mejor las digan. De esa dicción dependerá no solo la suerte de los Estados Unidos; eso lo sabemos todos.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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