Impuestos nauseabundos, por Rafael A. Sanabria M.
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¿Qué los pobres no tienen pan para comer? ¡Qué coman tortas!
María Antonieta de Austria, cuando aún
conservaba la cabeza sobre sus hombros
Cuando cualquier gobierno, independientemente de su origen y legitimidad e incluso de su buena o mala popularidad, incurre en un desconsiderado abuso de los ciudadanos, está dando señales de querer suicidarse. Los desmesurados impuestos que en Venezuela se pretenden cobrar a los ciudadanos comunes, calculados con sevicia, es no solo un exabrupto, constituye una humillación que revisando la historia encontramos algo similar en los señores feudales.
Ni en la época de la Colonia se pretendía forzar unos pagos más allá de la capacidad real de los habitantes. Tal como un gobierno extranjero de ocupación, proceden a cobrar unos impuestos mucho más allá de la realidad del país.
Como el asaltante que te roba en un callejón, que quiere tu dinero y no le importa para qué lo llevas ¿será para comprar algún licor de lujo o alguna medicina que tu hijo necesita desesperadamente? Eso no le importa al delincuente, el quiere más y más dinero. Y que no se te ocurra ir “limpio” porque tendrás un castigo atroz. El gobierno venezolano está actuando exactamente de esa forma.
En 1989 Carlos Andrés Pérez pretendió imponer repentinamente una estructura sumamente pesada para los ciudadanos, y ya sabemos lo que ocurrió. Los gobernantes que hemos tenido pretenden abrir más el grifo de las entradas de hacienda sin darse cuenta que no se necesita abrir más el chorro, hay sí que tapar los escapes por donde salen millares de chorritos muy finos que agotan el caudal de la riqueza nacional. Por el contrario han permanecido indiferentes por decir lo menos, porque han rozado el nivel de la complicidad.
Un fin de semana nefasto, ante el acoso policial una jueza corrupta lanzó por la ventana un dinero que recién había cobrado por el dictamen que había vendido. Eso impactó al ciudadano común y le confirmó aun más la vieja percepción de que todos los engranajes del Estado han estado siempre corruptos. Por eso nadie objetó cuando el lunes siguiente el propio presidente Caldera en una no corriente cadena nacional de radio y televisión, dijo que “los jueces ganan muy poco”, indirecta justificación a la corrupción desde la mayor altura del poder civil. En el siglo XXI la justificación bolivariana, con palabras y actitudes desde lo más alto del poder, a la corrupción y el delito, cualquiera fuese éste, fue general y constante.
“Padre, asesiné a una persona”, “Padre robé los alimentos de una comunidad que quedaron sin nada”, así deben o deberían haber dicho algunos al confesar sus crímenes ante un sacerdote católico. No sé que podría haberle contestado éste, pero ciertamente que la confesión del crimen, civilmente, no resarce a sus víctimas. Cuando el presidente ha dicho “se robaron un millón de cajas Clap” ante las cámaras de televisión, estaría haciendo una plausible confesión de culpa, que suponemos buscaría la absolución del pueblo mediante, si ocurriera el siguiente paso: la persecución de los causantes y la enmienda para evitar su repetición.
Si esto no ocurre, ya eso no es una confesión sino una descarada burla al país para mostrar poder e inmunidad. Una señal codificada para dar rienda suelta a un festín sin fin …por ahora.
El gobierno no ha caído (aún) en el disparatado error de decir que los diputados, alcaldes y concejales ganan muy poco y que por eso tienen permitido robar. Pero más allá de las palabras su actitud ha sido de facilitadora de la expansión de la corrupción, que se ve en todas partes, a la luz del sol, que orgullosamente te mira a los ojos con descaro y autoridad.
Se roban más de la mitad de los bienes dirigidos a la población, comprados a precios internacionales, para después usando los carnés de la patria de los propios ciudadanos tomados amenazadoramente, decir al ciego organismo distribuidor “sí, ya recibimos todo”. Y para que los cómplices permanezcan en calma se les dan sus tajadas a los cuerpos armados.
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No es malo que ahora tantos policías repentinamente tengan granjas y críen cochinos, conejos y chivos con animales de cría no fueron enviados para ellos. Usan las instalaciones municipales con personal municipal para que les críen los animales que eran dirigidos al pueblo y hasta los gallos de pelea. De la gasolina no hablaré porque eso ya lo acaba de decir el presidente, en su informe anual:
“Hay que acabar con las mafias nauseabundas de la gasolina”, “Pido el apoyo de todos los sectores honestos del país”. Jugando a la ingenuidad me anoto en esa solicitud de apoyo, con miras a adecentar el gobierno, lo cual sería en beneficio inclusive de los mismos nauseabundos. ¿De verdad que quiere adecentar el gobierno?: se quedará solo.
Actualmente se pretende cobrar unos exorbitantes impuestos. Aquí en Aragua, he debido pagar los impuestos de mi casa paterna, ubicada en un popular sector. El monto fue equivalente al de 9 salarios mínimos. O sea que al gobierno municipal se le paga ¾ de los ingresos anuales en impuestos. En otros municipios el expolio es todavía más abusivo.
Para lograr tan exagerados montos, se sacaron de la manga unos cálculos donde multiplican los valores normales de la superficie del terreno con una constante calculada en petros (un petro varía desde su aparición entre 51 y 55$) es decir, disfrazadamente nos calculan los impuestos en dólares …pero pagan en bolívares.
El descaro y abuso es tal que no aceptan el pago en petros, que los jubilados tienen desde que les dieron ½ petro hace varios diciembres pero que no pueden hacer efectivo. Lo que falta es que nos regalen la propiedad de una estrella que por supuesto tampoco podremos disfrutar.
¿Cómo pagar impuestos, inclusive si fuesen moderados impuestos, a unas instancias que no presentan cuentas (lo cual está detallado en la ley) sobre el dinero nuestro que manejan? Porque las mafias nauseabundas de las que Maduro habló hace unos días son de la gasolina pero de todo lo demás también. Primero hay que quitar la mafia de las mafias, o sea la mamá de ellas, para poder desmontar las otras, una a una. ¿Qué se le ocurre al lector?
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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