Inclusivos, por Paulina Gamus
Twitter: @Paugamus
Las personas que hemos superado la barrera de la tercera edad para adentrarnos en la cuarta, tenemos serias dificultades para entender no solo el mundo que se avecina, sino el que nos está tocando vivir. Por ejemplo, he recibido un mensaje con cinco maneras de entender el metaverso. Lo he leído y releído y cada vez entiendo menos. He llegado a la conclusión de que no lo quiero entender porque cuando todo eso ocurra lo estaré mirando desde otra galaxia.
Este es un mundo en el que suceden cosas jamás vistas, por ejemplo en Suiza, donde nunca pasa nada exótico o estrafalario –la cuna del aburrimiento– hace algunas semanas hubo 25 heridos, muchos de ellos graves, por caminar sobre brasas ardientes en un ritual llamado «Team building» (hacer equipo) organizado por una empresa que, a pesar de ser suiza, no tomó las previsiones necesarias.
Es natural entonces, que muchos seamos reacios a aceptar novedades como lo que hoy se llama «lenguaje inclusivo». Resulta que ellos y ellas, pronombres existentes desde que existe la lengua castellana, ahora desaparecen para ser elles, e@s o eXs. Los promotores y defensores de esos giros del lenguaje, pretenden que con ellos se resuelve el rechazo que aún padecen las personas que integran lo que antes se llamaba homosexualidad y ahora es LGTB.
Me tocó desde niña observar como la manera de molestar a un hermano o a un compañero de clase era decirle –y perdonen el término– «mariquita». También el bullyng o acoso a los niños o jóvenes con gestos afeminados. De las mujeres que podían ser lesbianas se hablaba poco, al menos nunca me enteré en mi niñez. Al ser adulta y adentrada en la vida política, observé que la homofobia continuaba inamovible. La manera más común de atacar a un político era calificarlo de homosexual y a las pocas mujeres que incursionaban en ese mundo, de prostitutas.
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Un grupo de mujeres adecas visitó una tarde a Rómulo Betancourt en «Pacairigua». Nos llevó a ver su corral de pollos y gallinas, y con su inigualable sarcasmo nos dijo: «sólo como aves alimentadas sin hormonas, porque con la fama de marico que tengo debo tomar previsiones». En conclusión, aún abunda el rechazo al homosexual hombre o mujer, aún abundan quienes creen que tal condición es una enfermedad y se puede curar con terapias psicológicas, aún son muchos quienes aseveran que ser transexual o transgénero, es una perversión y no una jugarreta cruel de la genética. Y están los ingenuos que piensan que todo ese odio no siempre velado, se puede superar con el lenguaje inclusivo.
La Constitución venezolana de 1999, muy al estilo hipócrita de los comunistoides, nos fastidió al tener que soportar saludos protocolarios interminables. Antes de «la Bicha» como respetuosamente la denominó Chávez, se decía ciudadanos, diputados, venezolanos y así estábamos englobados los géneros masculino y femenino. La Constitución vigente obliga a incorporar el género femenino a cada sujeto. Suceden discursos risibles al pretender la inclusión, por ejemplo la entonces candidata a la vice presidencia y ahora vice presidenta electa de Colombia, Francia Márquez, dijo en un mitin de campaña: «campesinos, campesinas, mayores y mayoras».
Irene Montero, ministra española de la Igualdad y militante del partido Podemos cuya orientación política ya conocemos, ha logrado que se promulgue la ley del «Solo si es sí». Según la misma y con la supuesta intención de proteger a las mujeres de la violencia de género, obliga a los novios, amantes, amigos con derecho y cualquier otra categoría de aspirantes a tener sexo con una fémina, a firmar un contrato en que la susodicha acepta la relación. Cada hombre debería llevar un formato en el bolsillo para que en caso de presentarse la ocasión de intimar con una mujer, ésta lo firme. El problema reside en que si después de haber firmado y de culminar el encuentro sexual, la firmante se arrepiente, puede acusar al hombre con quien estuvo de haberla abusado y su denuncia basta para que ese hombre sea enjuiciado. A causa de tal exabrupto son muchos quienes creen que España se llenará de mujeres solteronas y solitarias. Imaginemos lo que les pasará a los hombres de ese país. Todo gracias a una ley que se pasa de inclusiva.
Los extremos suelen producir efectos radicalmente adversos. Una cosa es el respeto que merecen las personas de cualquier orientación sexual y otra es promocionarla. Disney ha sufrido múltiples críticas y un merma de sus ingresos, incluidos Disneylandia y Disneyworld, desde que incluyó besos entre niños de un mismo sexo, en sus películas. Aprender a respetar las diferencias de cualquier índole: nacionalidad, religión, grupo étnico, color de la piel, discapacidades físicas y mentales y orientación sexual, es cuestión de educación tanto en el hogar como en la escuela.
Hoy millones de niños y adolescentes padecen acoso o bullyng y muchos se suicidan. No hay leyes que los incluyan. Eso es mucho más grave ahora que en tiempos anteriores a la existencia de las redes sociales. Un caso de ese tipo en Venezuela llevó a las autoridades a la absurda medida de sancionar al niño autor del hecho cuando lo correcto era enseñarle lo dañino de su conducta, educarlo.
Y aquí en la Venezuela cuya Constitución fue pionera en el uso del lenguaje inclusivo, según denuncia de Cofavic, hubo 1.821 muertes violentas de mujeres entre 2017 y 2021 de las cuales el 53% correspondió a femicidios. Los partidos que se auto denominan de Izquierda, como el chavo-madurismo, se hacen del poder porque ofrecen un cambio y de verdad lo cumplen. Pero lo que no explican es que el cambio es por una parte retórico como el lenguaje inclusivo, pero se extiende también a la destrucción de todo lo que funcionaba para sustituirlo por represión, mentiras y miseria.