Incógnita, por Fernando Rodríguez
Pocas veces una elección, y presidencial, es realmente imprevisible a escasos días para su confección definitiva. Lo usual, aun en regímenes despóticos, lo desconocido es quién habrá de ganarla o, al menos con cuánto, cuando lo primero es obvio. Pero en este caso, pasará a la historia del surrealismo político. Lo que no se sabe es quién va a combatir del lado opositor. Solo hay en el puesto de partida un buen número de alacranes, de piratas que se pretenden opositores, y solo le sirven al régimen tiránico para mermar, aunque sea un poco, los votos de quienes lo enfrentan.
Esto sin duda comienza porque el gobierno dictatorial ha sido más canalla que nunca en el manejo electoral, y mira que lo ha sido en el pasado, nada menos que la Constituyente, verbigracia. Esta vez, aterrado por la arrolladora gesta de María Corina Machado que no dejaba ninguna duda que el muy menguado mandarín que se quiere perpetuar en palacio no tendría el menor chance.
Había que hacer cosas manidas unas y otras muy innovadoras para parar el huracán imprevisto. Y vaya que se hicieron. Se la inhabilitó prácticamente de por vida, con lo cual culminó de paso el proceso de destrucción de los partidos en estado ya muy avanzado, hasta los nombres y los símbolos se los arrancaron, era un proceso siniestro en marcha.
El capítulo nuevo es más aterrador y quizás inédito, aun en dictaduras que practican sistemáticamente el fraude, a lo Putin o Lukashenko digamos, y es que el CNE títere decidió escoger el candidato de la oposición y rechazar a los que les venía en gana, sobre todo a la sustituta de la arrolladora María Corina, una pacífica académica sin pasado político y de cierta edad, además candidateada por la unidad opositora. Y solo aceptó un candidato viable, el que flotó para utilizar la inteligente denominación de la politóloga Baptista (La gran Aldea), el gobernador del Zulia Manuel Rosales. Hay alguna otra cosa, pero hasta ahora sin importancia, salvo que in extremis se le concedió a la unidad opositora una tarjeta para su candidato, que sin duda tendrá que pasar la insólita censura de la tiranía.
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Aquí comienza el misterio. De lo que más se habla, y se duda, es que el asunto es entre Rosales y la decisión que vaya a tomar MCM, que sigue moviendo multitudes continuando su ahora fantasmática campaña. El flotante, que, según Baptista, cuanto más flota a los ojos del gobierno más se hunde en el electorado opositor que al menos lo siente gobiernero, parece esperar algún pacto con la dama, sobre todo en el supuesto de que no hay otra jugada visible, al menos por ahora.
Maduro suele tratarlo con cálida familiaridad para producir el efecto de flotación. María Corina no dice mucho al respecto, salvo algunas frases metafóricas que, al menos, indican que trata de salirse del principio –nadie imagina cómo- de que no hay sino dos jugadas, o apoyar a Rosales, hacerlo candidato de la unidad opositora donde el gobernador además tiene sus adeptos o fragmentar la unidad, fomentar la abstención y el desaliento y facilitar la victoria del déspota.
Esto ha dado lugar a dos estrategias. Los practicistas que creen que hay que tragar lo que hay que tragar, hasta sapos y culebras, para acabar con esta larga tragedia y abrir otro escenario, democrático. Aunque se a la manera de Pinochet en Chile. Y que al fin y al cabo Rosales tiene unos cuantos puntos positivos en su currículo: prolongado exilio, triunfos avasalladores en el Estado más grande del país, apoyo de respetables figuras nacionales… Otros, puristas, abominan de él, sobre todo por “flotante” y siguen reclamando los derechos conculcados de María. O, quién quita, dar con una nueva fórmula, que pase el filtro maldito del gobierno y facilite los acercamientos de los críticos, difícil. Pesada escogencia. Que es el meollo enigmático, del que solo caben cálculos y oráculos, al menos hasta hoy viernes. No queda sino esperar, pero tiene que ser para pronto. Implica también volver a pensar en los demonios de la política.
Fernando Rodríguez es filósofo. Exdirector de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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