Increible, por Gisela Ortega
-Ningún Papa ha elegido el nombre de Pedro por considerarse indigno de llevar el título del Príncipe de los Apóstoles.
-En varios pueblos andaluces se cree de mal agüero el nombre de Pedro, y dan como razón que San Pedro negó a Cristo, tres veces. A esta creencia se debe el refrán: ”ni mozo Pedro, ni burro negro”.
-La primera mujer que se llamo Pilar fue una niña de padres desconocidos, abandonada en la capilla de Santa Zita, del templo mariano, el 27 de agosto de 1717. La partida de nacimiento tiene la mencionada fecha y el nombre inscrito en ella es el de María del Pilar, hace constar en el mismo documento las circunstancias apuntadas. La información aparece en el diario Ya de Madrid, correspondiente al 19 de octubre de 1956.
-Nadie ha podido explicar por qué, a los que se llaman José, familiarmente les llaman Pepe. El nombre de José, breve y eufónico, no tiene necesidad de diminutivos. En todo caso, al quererlo condesar, diríamos “Jo” y no “Pepe”.
-Américo Vespucio, émulo de Colón, arrebató a este último la gloria de dar su nombre al Nuevo Mundo. Sabido es que Colón creyendo haber llegado a las Indias desembarco en las Antillas en año 1492. Vespucio afirmaba haber sido el primero en poner pie en el continente en 1497. El asunto no fue aclarado nunca; pero los geógrafos de la época lo decidieron a favor de Vespucio: el primero, el alemán Waldseemuller- que se firmaba Ilacomilus, en latín-, en reedición publicada en Saint-Dié, en 1507, de la Cosmographia de Ptolomeo, capítulos VII y IX, declarando que el cuarto continente “descubierto por Americum Vesputium debiera llamarse Americi terra o América”. Los demás geógrafos se atuvieron a esa opinión.
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El error inicial de Cristóbal Colón tuvo consecuencias enojosas para los nombres que habían de denominar a los habitantes de aquellas tierras. Incluso después de reconocer la equivocación se siguió llamando “indios” a las poblaciones indígenas de América, lo mismo que a los indios de Indostán. Se creyó hallar una solución llamando hindúes a los indios de las India; pero los interesados advirtieron que hindú no se aplica más que a los adeptos de una religión. Por consiguiente, habría que encontrar un vocablo que nos sacara del equívoco, señalo Albert Dauzat, Profesor de Geografía de la Sorbona, Paris, 1955.
-Curiosa es la historia del Océano Atlántico. Ella nos conduce a la mitología griega. Océano era una divinidad de agua dulce; era el padre de todos los ríos, nacidos de su unión con Tetis, -la nodriza-, diosa fecunda y bienhechora. Los griegos creían que un río gigante rodeaba la Tierra. Considerada como un vasto disco, Ese río es el que los primeros navegantes creyeron encontrar al llegar a las “columnas de Hércules”, actual estrecho de Gibraltar. Cuando sus sucesores, de mayor audacia, pasaron más allá convenciéndose que se trataba, no de un gran río, sino de un mar inmenso, el nombre estaba ya aplicado y así quedo.
El epíteto atlántico señala otro cambio de sentido. Es un derivado de Atlas –genitivo de Atlantos-, que entre los griegos, y luego entre los latinos, designaba a un dios marino que sostenía en el extremo del Mediterráneo las “columnas” que separan al cielo de la tierra: las montañas de Mauritania, que han conservado su nombre. El epíteto atlántico no se aplicaba –en latín como en griego-más que a las comarcas o los pueblos del Atlas. Pero Atlas, según la mitología, tenía una hija, Atlantis, cuyo nombre se aplico a una gran isla sumergida –Atlántida- mucho más allá de las columnas de Hércules. Esto inspiró a los geógrafos del Renacimiento la idea de bautizar a este océano con el nombre de Atlántico para distinguirlo del que había descubierto Magallanes al doblar el cabo de Hornos: el navegante portugués llamó a las nuevas aguas Océano Pacifico, sin duda por eufemismo para conjurar las tempestades cuyos temibles asaltos conoció bien.
-Dublín quiere decir en irlandés “agua negra”, pues así son de oscuras las aguas del puerto de la capital de Irlanda por reflexión de luces.
-El nombre de El Cairo proviene de la voz egipcia Al-kajira, que quiere decir “victorioso”. Y en verdad que ciudad victoriosa es, enclavada sobre cuatro grandes ciudades milenarias y sobreviviente feliz a todas las ambiciones y a todas las codicias, desde los primeros reyes asirios.
-La palabra Tíbet, como nombre de un país, es desconocida por los tibetanos, y se carece de datos para explicar su origen. Los tibetanos llaman a su país Pe-yul. Y en literatura poética Gangs-yul, que significa “País de las nieves”. Ellos mismos se llaman Peu-pas.
-La voz “ yanqui” que se aplica a los naturales de los Estados Unidos, parece que se debe a los indios de Massachusetts, quienes llamaban a los colonos ingleses “yenguis”, corrupción de anglais que en francés significa ingleses.
-La ciudad de Chicago debe su nombre, según opinión de algunos, a la palabra chacagua, que quiere decir cebolla silvestre, con la que los aborígenes distinguían el río que allí desemboca y que Chicago se llama también. Los salvajes hacían extensiva esta denominación a toda la comarca, en la cual abundaba dicha planta y particularmente en las proximidades de la ciudad. Opinan algunos que el nombre se lo puso Juan Bautista Point-de-Sable, un mulato de Haití, primer colonizador de esas tierras en 1779. Otros dicen que, con anterioridad, La Salle le había dado el nombre de Checagou, palabra india también que significa “algo grande y fuerte”; que Renato La Salle pasó por allí antes que Point-de-Sable, parece indudable, pero cuesta trabajo creer que el malogrado explorador francés diese nombre tal a una aldehuela como era entonces la futura ciudad, salvo que no entendiese el lenguaje de los indios.