Los «buenos» y los «malos», por Simón Boccanegra
El atentado terrorista de Londres debe ser inequívocamente condenado y rechazado. La mortífera acción no puede ser justificada en nombre de nada. Pero, es imperativo ir más allá en la reflexión. Estamos ante un fenómeno de terrorismo global que no puede ser juzgado tan sólo a través del prisma moral y ético. Existen, por supuesto, sobradas razones de esta naturaleza para repudiar esa forma de lucha e incluso puede sumarse a ellas la famosa imprecación de Lenin contra el terrorismo como arma de lucha revolucionaria, formulada desde la perspectiva política. Pero, las potencias occidentales, en particular Estados Unidos, así como Rusia, tendrían que reevaluar su enfoque sobre el problema. El saldo, hasta ahora, de la lucha contra el terrorismo ha sido catastrófico.
Como fue anticipado por algunas mentes lúcidas, la situación ahora es peor que antes del 11S. La invasión de Afganistán ha dejado un país sumido en el caos, donde las fuerzas del talibanismo se han reagrupado y asumido la ofensiva armada y política. La doctrina de la “guerra preventiva”, que no es sino un eufemismo para denominar el más craso terrorismo de Estado, ha sido reducida a añicos en Irak. El terrorismo que asume el Islam como fundamentación, soportado hasta hace poco en el irredentismo árabe ante el conflicto palestinoisraelí (donde está el epicentro de este colosal quiebre tectónico que cada vez aleja más y más a las dos civilizaciones), añade ahora el reclamo ante el abuso imperial de las intervenciones militares unilaterales de Estados Unidos e Inglaterra en dos países musulmanes. Las dos potencias anglosajonas han alterado de raíz la concepción de soberanía nacional.Para los ejércitos globales no hay fronteras. Pues bien, la reacción ha sido también global y heterodoxa: tampoco para el terrorismo global hay fronteras ni soberanía.
Tenemos un problema político enteramente nuevo, de insondable profundidad y extensión. Desde luego, enunciar la necesidad de un nuevo enfoque es fácil. Lo difícil es concretarlo en fórmulas operativas, pero de lo que se puede estar seguro es de que el modo como Bush aborda el tema, repetido ayer, planteándolo como una confrontación entre “los de buen corazón” y los “malos”, no sólo es políticamente equivocado, lo cual de por sí es gravísimo, sino de una simplicidad que resulta hasta risible.