Guisos con ceros, por Teodoro Petkoff
Todos los países que han pasado por inflaciones altas o por hiperinflaciones, una vez que han abatido estas, han suprimido ceros a su moneda porque ya la de altísimas denominaciones no hace falta.
Los ceros son el resultado de la inflación alta. No al revés. Entre nosotros fue creciendo la denominación del bolívar al calor de la inflación. Ahora, el gobierno está embarcado en el plan de eliminar tres ceros al bolívar. En países donde una vez eso se hizo a la machimberra, como en Brasil y Argentina, con sus respectivos planes “Cruzado” y “Austral”, el resultado fue catastrófico.
Sólo cuando en ambos se implementó una política fiscal responsable y, además, se eliminó el dinero inorgánico, cayó la inflación y a partir de allí se adelantó la reconversión monetaria y desaparecieron las astronómicas denominaciones que habían alcanzado sus respectivos billetes. Los ceros pueden suprimirse sólo cuando ha desaparecido la inflación.
Pero más allá de la discusión macroeconómica, el Banco Central parece haber tropezado con otra derivación del apuro de Chávez: la necesidad de tener para julio o agosto los nuevos billetes y monedas que sustituirán a las viejas piezas monetarias. Hacen falta más de mil millones de billetes de las ocho denominaciones previstas y bastante más de mil millones de nuevas piezas metálicas, que pesan alrededor de 10 mil toneladas.
Ocurre, sin embargo, que la Casa de la Moneda del BCV no está en condiciones de proveer en el perentorio plazo planteado esa enorme masa de billetes y de monedas —entre otras cosas porque su alta gerencia ha sido desmantelada, ya que tanto el gerente anterior como los candidatos para su reemplazo fueron fulminados por la Lista Tascón; ahora ejerce el cargo un señor Ortega, de quien dicen en el BCV que no tiene ni idea de cómo se maneja una empresa tan delicada. Lo cierto es que el BCV ha tenido que apelar a empresas extranjeras para que hagan el trabajo. No son muchas en el mundo.
Pero hete aquí que, según un documento firmado por “Empleados y Técnicos del BCV”, cuya autenticidad nos la garantizó la fuente, una de esas empresas, ciertamente de las mayores y más importantes del planeta, Thomas De la Rue, habría de recibir el contrato, que sería otorgado a dedo, aunque está anunciada una licitación —que, según las fuentes, sería sólo para cubrir las apariencias. Es un contrato por 100 millones de dólares y los “empleados y técnicos” firmantes sostienen que les resulta “sospechoso” que hayan sido Tobías Nóbrega y “el gordo” Guillermo Ortega, célebres por su fama, quienes representaron al ministro de Finanzas en las conversaciones con los agentes de la empresa fabricante. Dicen los denunciantes que estaría armándose un guiso monumental con este contrato y “por ello, como personal del BCV, estamos obligados a advertir sobre estos hechos, para impedir su consumación y con ello salvaguardar los intereses nacionales”.
¿No sería tiempo de que Yo El Supremo desentierre aquella lupa de que hablaba hace añales y se la meta a este asunto a ver si la denuncia tiene fundamento?