¡Cállate!, por Teodoro Petkoff
La exasperada imprecación del rey Juan Carlos a Chávez, junto al sereno pero contundente coscorrón que le propinó Rodríguez Zapatero, seguramente permitirá a muchos en el exterior comprender mejor lo que pasa en nuestro país. Porque los venezolanos tenemos casi nueve años padeciendo en carne propia esa manera grosera de ejercer su mandato, ese estilo pendenciero, chabacano y humillante, con el cual no sólo maltrata a sus adversarios sino hasta a sus propios servidores. Los participantes en la Cumbre Iberoamericana pudieron calibrar, en vivo y en directo, la infinita capacidad de Chávez para colmar la paciencia hasta de los espíritus más apacibles. Muchos ahora se habrán dado cuenta qué es lo que significa ser gobernado por Chávez. José Vicente Rangel, hace añales -durante la campaña del 98, cuando todavía se atrevía a criticarlo-, escribió un articulo memorable, cuyo título, «Por la boca muere el pez», alertaba a Chávez acerca de las consecuencias nefastas de su habla camorrera y malandra. Poco después, ya en el poder, lo excusó: «Ese es su estilo», dijo, pero esta vez para alcahuetearlo. Sin embargo, tenía razón Rangel. Ese es el «estilo» del presidente. El «estilo» que ha llenado de odio y de rencor a este país; que ha lesionado gravemente su urdimbre anímica; el «estilo» que sirve de combustible a esa dinámica infernal que ha provocado divisiones maniqueas e insensatas entre las gentes del país. Es el «estilo» de quien confunde la lucha social y política con una trifulca de taberna, entre matones borrachos. La política, desde luego, no es un juego floral y muchas veces se producen entre sus protagonistas refriegas verbales e incluso a trompadas, pero Chávez la ha sumido en un albañal, la ha degradado y envilecido hasta extremos que sólo viviéndolos se pueden creer. Eso es lo que vivimos los venezolanos; una muestra de eso fue lo que pudieron apreciar sus homólogos de América Latina y España.