Crónica | Salir del Metro en busca de cuatro ruedas
El transporte público recoge el clamor de una sociedad que está hasta el hartazgo de que sus instituciones no despeguen
Autor: Ariadna García / @Ariadnalimon
Salir a tiempo no es garantía, salir tarde tampoco. A cualquier hora, el retraso del Metro recuerda el estado en que se encuentra el transporte público y, también, que solo eres un pequeño número entre los millones de usuarios que a diario atraviesan la ciudad: de norte a sur, de este a oeste.
Treinta minutos aproximadamente me tomó esperar un tren en la Línea 3. Mientras corrían los segundos, un hombre detrás de mí se comía una canilla, otro intentaba vender unas hojitas con frases bíblicas; y el tramo cada vez se cargaba con más gente. Pasó un vagón lleno, tan lleno que la correa de un morral se salía por una de las puertas, allí no pude subirme. Esperé el siguiente.
En el próximo tampoco cabía una persona más, una realidad frecuente en este colapsado sistema. Me monté como pude, a empujones.
Un señor sermoneaba y decía “hay que cambiar de mentalidad o nos pasará como Cuba, mire, 60 años de dictadura”.
Al fondo alguien se burlaba del bono de 700.000 bolívares para embarazadas y a mi lado otro hombre decía: “el problema de este país es que ya se creó una cultura de robar, este roba a este y este roba a este”.
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Unos cinco minutos me llevó esa travesía entre reclamos y desahogos. Me sorprendió escuchar hablar a la gente con tanta valentía y al mismo tiempo con tanto enojo por la calamidad que se ha vuelto vivir en Venezuela.
Subí las escaleras con una sonrisita en el rostro y dentro de mí también se escuchaba un clamor -la gente está despertando, exigen lo justo, sus derechos. Crucé la estación Plaza Venezuela y busqué mi destino: dirección Palo Verde. Allí el retraso se palpaba más. En cuestión de minutos se llenó el andén, completamente. Las filas se solapaban unas a otras y las caras de malestar volvían a aflorar.
Una señora muy simpática se me acercó y dijo: “vengo de Charallave y es la misma cosa, casi son las 10 de la mañana y yo entro a mi trabajo a las 8 ¡Estoy cansada!”. No alcancé a preguntarle su nombre, pero me convenció en salir de la estación para ir en busca de un autobús.
Arriba la situación era distinta, la calle parecía en calma, la ciudad se movía como si nada. Durante el trayecto de autobús, la mujer -que es enfermera y trabaja para una empresa del Estado- contó que solicitará vacaciones. “Ya el cansancio no me permite más, me quedo dormida, necesito relajarme”. Los constantes retrasos que vive de Charallave a Caracas, los lleva con recesos en la Plaza Venezuela “allí me siento y cuando tengo plata me como un helado o si no uno no puede… Esto mata a uno”.
Las denuncias se han vuelto más común en esos vehículos de rayas rojas, amarillas, verdes, azules y negras. La molestia, la incomodidad, pareciera que los venezolanos ahora sí quieren salir de esa estación que aprieta. Ahora sí los venezolanos quieren salir en busca de cuatro ruedas.
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