La desconfianza crece ante la percepción de un voto que no decide
Con una tendencia creciente a la abstención, el gran reto de la oposición venezolana es, antes que todo, lograr convencer a sus simpatizantes de votar, para lo cual es preciso designar un candidato que ayude a superar el sentimiento de la inutilidad del sufragio
Autor: Armando J. Pernía
Más que definir un candidato presidencial unitario, el reto de la oposición venezolana es vencer un sentimiento abstencionista que va creciendo y es cada vez más evidente en las encuestas, tanto las públicas como las que manejan los partidos internamente.
Un miembro de la dirección nacional de Voluntad Popular, partido que ya decidió una línea abstencionista ante las elecciones presidenciales del 22 de abril, indicó, de manera extraoficial, que las encuestas que maneja la organización apuntan a un 65% de abstención entre los definidos como opositores, y de 58% entre quienes se definen como no alineados o “ni ni”.
En Acción Democrática, partido que tiene más de un año con estructura de campaña montada alrededor de su secretario general, Henry Ramos Allup, fuentes de la alta dirección apuntan que, a finales de enero, la proyección de abstención del voto duro opositor superaba 65%.
En un escenario de acuerdo en República Dominicana, ya plenamente descartado, los adecos proyectaban una abstención “dura” de 32%.
La encuesta pública más reciente, de la empresa Meganálisis, establece un escenario aún más oscuro, ya que su proyección de abstención electoral es de 71%.
¿Significa esto que la sociedad venezolana ha renunciado al voto como mecanismo de acción política? En los partidos priva el criterio de que no es así, pero parece que, por fin, algunos dirigentes han entendido que el país es hoy menos ingenuo. Ya no funciona el discurso aquel de “somos mayoría y si salimos a votar masivamente, el fraude es imposible”.
Vencer la desconfianza
El encuestador Félix Seijas, presidente del Instituto Delphos, ha señalado en diversos escenarios que los retos de la oposición ahora son estratégicos, más que tácticos. A su juicio, el voto sigue siendo un valor fundamental para el venezolano, pero la desconfianza en la dirigencia democrática ha crecido de manera ostensible en los últimos meses.
Para este analista, la oposición necesita, más que decidir si participar o no en las elecciones presidenciales de abril, establecer una estrategia de consenso que conduzca a una transición democrática. “Tiene que haber claridad en qué hacer el día después de las votaciones”, enfatiza.
Esta idea conduce a una hipótesis difícil de aceptar para algunos: Nicolás Maduro seguiría en el poder por un nuevo período constitucional y, por lo tanto, la oposición tendrá que articular una estrategia que precipite una eventual caída del gobierno en un plazo más largo, en medio de un clima de desesperanza y desmovilización que, seguramente, seguirá a las votaciones de abril.
La oposición necesita activar a dos o tres millones de votantes, hoy muy desconfiados sobre los comicios, para tener alguna posibilidad de triunfo».
Félix Seijas, Instituto Delphos
Evitar este escenario es el argumento básico de los partidarios de participar en las presidenciales de abril.
Seijas reitera sus cálculos. En su opinión el gobierno está en capacidad de movilizar a las urnas no más de 5.500.000 electores, por lo que la oposición necesita activar a 2.000.000 o 3.000.000 de votantes, hoy muy desconfiados sobre el proceso comicial, para tener alguna posibilidad de triunfo.
Varios politólogos coinciden en que la oposición debe recuperar la ofensiva, imponer la agenda política y enfrentar al gobierno de diferentes formas. Sacralizar lo electoral es tan erróneo como apostar exclusivamente por “la calle” como vía para lograr un cambio.
Voto legitimador
Hay mucho análisis sobre la estrategia del gobierno para desnaturalizar el voto como herramienta de participación decisiva de la sociedad y convertirlo en un mero instrumento legitimador.
El gobierno ha obtenido éxitos en algunos temas claves:
- Las elecciones se han convertido en procesos de “ingeniería” política, mediante el control institucional, el manejo poco transparente del sistema electoral automatizado, el ventajismo histórico del oficialismo en las campañas, la manipulación de las normas y, sobre todo, el control social creciente sobre sectores de la población.
- El chavismo ha impuesto el criterio de que el voto es un mecanismo de participación, pero no de decisión, pues las decisiones están en manos del liderazgo revolucionario. A partir de esta idea -muy poco democrática, por cierto-, los actos comiciales no son, realmente, importantes, a menos que convengan a los designios de “establecimiento”. Por ello, se posponen elecciones, se prorrogan mandatos por vía de hecho, o se designan autoridades ad hoc a funcionarios elegidos popularmente.
Las elecciones en Venezuela cada vez son menos competitivas, porque las reglas de juego cambian según las necesidades del gobierno y su periferia política. El autoritarismo en el ejercicio del poder tiene, en consecuencia, un correlato de control electoral casi absoluto, y el “casi” es importante porque aún existen posibilidades de ruptura, pero está claro que si el chavismo sigue en el poder, las elecciones serán más espaciadas y cada vez menos competitivas.
Naturaleza Democrática
Hasta ahora, la oposición ha tenido muy poca capacidad de reacción frente a esta estrategia de desnaturalización del voto popular, clave en la imposición de un sistema cada vez menos democrático en la forma como en el fondo.
La posición de Julio Borges, jefe del equipo opositor que asistió al proceso de diálogo en República Dominicana, representa un cambio relevante en este aspecto, porque la oposición, por fin, puso en el centro de su estrategia electoral el establecimiento de unas condiciones competitivas equitativas. Eso es inédito.
Este cambio es notable, porque la naturaleza de la oposición política actual es democrática y electoral, por lo que plantearse el dilema entre participar o no en unas elecciones presidenciales, independientemente de las condiciones, representa un reto a su propia esencia.
Y entonces ¿Qué hacer?
Una lectura paciente de artículos, textos, informes de partidos y el contenido de redes sociales de importantes influencers, demuestra una realidad desoladora: no existe un camino claro a seguir.
La oposición, frente a unos comicios vitales que se realizarán en poco más de dos meses, no puede tener una situación más difícil: el candidato que potencialmente mueve más apoyo, aparentemente no tiene intenciones de participar, mientras que los que ya están en campaña no logran, según las encuestas, despertar el fervor de sus bases.
Encuestas recientes muestran que los precandidatos Henry Ramos Allup (AD) y Henri Falcón (Avanzada Progresista), los más activos hasta ahora, no llegan a 10% de intención de voto. Según el sondeo de enero de Meganálisis, la candidatura, por ahora poco probable, del empresario Lorenzo Mendoza supera el 20% de intención, como opción más destacada.
La oposición tiene una situación muy difícil: el candidato que potencialmente mueve más apoyo, al parecer no tiene intenciones de participar»
Ramos y Falcón insisten en primarias, junto con el outsider Claudio Fermín, quien ha dicho que este mecanismo permitiría “vigorizar” el ánimo electoral del pueblo opositor. Otros creen que no hay tiempo y hablan de un mecanismo de consenso, pero el peligro es que un sistema no electoral de selección del candidato abra la puerta a los rebeldes y espontáneos.
Seijas resume una conclusión esencial de muchos analistas: si la unidad no es total en las fuerzas opositoras, las opciones de éxito en las presidenciales se reducirán aún más, si cabe. Por eso, el gobierno apuesta por la división y la desmovilización de sus potenciales rivales, y en eso ha trabajado activamente.
*Lea también: El enemigo es la abstención
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