Siria, la guerra que no fue, por Fernando Mires
Autor: Fernando Mires | @FernandoMiresOI
Hay que tener cuidado con los periódicos y no solo con los de la prensa amarilla. No pocos de los llamados serios inundaron sus páginas anunciando el estallido de la Tercera Guerra Mundial. Nada menos que eso. Afortunadamente el ataque al centro de investigación sirio en Barzah realizado por el eje EE UU, Francia e Inglaterra, fue fulminante. Lo suficiente para que nadie reservara un viaje a la luna, para que nadie retirara sus dineros de los bancos, y para que a nadie le diera un ataque al corazón, de puro pánico.
La verdad es que la palabra guerra –sobre todo si a ella agregamos el adjetivo “mundial”– despierta cualquier tipo de asociaciones. Razón para que nos pongamos al día. Las guerras post-modernas (para usar un concepto de Herbet Münkler) cuando son realizadas por potencias militarmente avanzadas se parecen y se parecerán cada vez menos a las del siglo XlX y a las de mediados del XX. Las guerras de ahora son preventivas, disuasivas, limitadas, digitales.
Del mismo modo debemos diferenciar entre una guerra y un simple acto de guerra. El ataque ejecutado por el eje atlántico fue un acto de guerra pero no una guerra. Visto de un modo simbólico, una advertencia. ¿A quién? Por de pronto no a Assad sino a su protector, Putin. Eso lo sabe todo el mundo aunque por razones diplomáticas, nadie lo dice.
El ataque militar fue realizado no a lo que fue Siria sino a lo que ha llegado a ser: un protectorado militar ruso. Las razones humanitarias fueron solo la ideología del acto militar. Así lo declaró el Pentágono: “nuestro objetivo no es deponer a Assad”. Eso no quiere decir que Assad no sea un “monstruo” como dijo Trump. Pero a la vez, hasta Trump lo sabe, el mundo está poblado de monstruos. Y si un día los chinos aplican armas químicas en contra de algún enemigo, EE UU no hará nada, como tampoco intervino en Chechenia cuando Putin arrasó con todo, aplicando armamentos muy poco convencionales.
Las guerras no se hacen para salvar a nadie, a menos que se trate de un aliado incondicional. Por lo general ocurren por razones más prosaicas: entre ellas, defensa de los intereses de una nación, eliminación de amenazas en cierne, o simplemente persiguiendo objetivos de índole económica o geopolítica. Trump –cuya lógica está mucho más cerca de la de Maquiavelo que de la de Francisco de Asís– lo dijo muy claro: “no estamos en condiciones de luchar en contra de todos los males de este mundo”
El ataque a Siria fue, reiteramos, un acto de advertencia no a Assad sino a Putin. ¿Advertencia de qué? Ese es la pregunta que hay que responder. Y para hacerlo hay que conocer la estrategia global de Putin la que por supuesto tampoco está guiada por razones humanitarias. Y bien: esa estrategia tiene como objetivo la reconstrucción del imperio soviético, pero bajo nuevas formas. Eso significa: Primero, sometimiento de las antiguas repúblicas soviéticas, sobre todo las caucásicas: objetivo ya cumplido. Segundo, recomponer la hegemonía rusa en Europa del Este, lo que Putin está logrando por medios políticos gracias a los nuevos gobiernos autoritarios, ultranacionalistas, teocráticos y putinistas aparecidos en la región. Tercero: desestabilizar al occidente democrático gracias al servicio que prestan las quintas columnas políticas, las que no son los partidos comunistas del pasado sino los movimientos ultranacionalistas anti-europeos al estilo del lepenismo francés y de la AfD alemana, o ultraizquierdistas al estilo del Podemos español, el melenchonismo francés y la Linke alemana. Cuarto:– y este es el punto relacionado con el ataque a Siria por parte de la alianza occidental– reestructurar las alianzas tejidas por Stalin en el Medio Oriente y en el mundo islámico en general, objetivo que Putin está a punto de cumplir a partir de la ocupación de Siria, hecha en nombre de la lucha en contra del terrorismo.
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Recordemos: durante el siglo XX dictaduras laicas y “socialistas -nacionales” como las de Attatürk en Turquía, Nasser en Egipto, Gadafi en Lybia, Hussein en Irak, fueron aliadas incondicionales de la URSS. Hoy, dictadores religiosos como Rohani en Irán y Erdogan en Turquía son ya aliados estratégicos de Putin. El ataque a Siria, desde esa perspectiva, puede ser visto como una disposición (tardía) del occidente político orientada a impedir la consolidación de un “islamismo putinismo” en la región. El intento de Trump para anular el contrato atómico entre EE UU e Irán también debe ser entendido dentro de ese proyecto.
En otras palabras, el ataque a Siria debe ser evaluado como una pequeña pieza en el marco de una contra-estrategia del occidente político destinada a desactivar el proyecto global de Putin. Siria, por lo tanto, es solo un frente en un conflicto global que contiene muchos frentes. Para entender mejor la tesis expuesta, será conveniente realizar un ejercicio de interpretación.
Antes del ataque a Siria hubo dos hechos que no pueden ser considerados aislados uno del otro. El primero fue el levantamiento de un poderoso cerco anti-misiles en Polonia, una muestra clara de demarcación de líneas militares por parte de los EE UU, la que Putin debe haber entendido perfectamente. El segundo, la enorme solidaridad internacional occidental creada alrededor del “grito de Theresa May” en contra de la injerencia rusa en el Reino Unido. El ataque a las instalaciones químicas de Siria fue solo un tercer hecho.
A través del primer hecho, EE UU en nombre de Occidente intentó dejar claro que hay límites geográficos que Putin no deberá transgredir. A través del segundo, el occidente político intento demostrar -y con éxito- que la solidaridad entre sus naciones se mantiene incólume y que deserciones económicas como la del Brexit no afectan a la unidad política y militar inter-occidental. A través del tercero, la alianza militar norteamericana, francesa e inglesa, demostró claramente a Putin la disposición occidental de pasar a la ofensiva sin esperar las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
Después de “la guerra que no fue”, USA, los gobiernos europeos y Putin, pasarán –ya están pasando– a la fase de las negociaciones diplomáticas. Putin seguramente retrocederá un paso esperando una nueva oportunidad para avanzar dos. A su favor habla el hecho de que China, eventual tercero en discordia, levantó su voz en contra del ataque militar a Siria. También debe haber mirado con agrado como la fidelidad de los gobiernos y movimientos ultranacionalistas europeos a Rusia se mantiene intacta. Y no por último, el aparecimiento de ingenuas posiciones “pacifistas” entre algunos políticos europeos debe ser computado como otro punto a favor del mandatario ruso. Así como el pacifismo del pasado abrió el camino al fascismo –leve variante de una frase de Heiner Geißler– hoy puede abrírsela perfectamente al putinismo.
Esto recién comienza señores. Y nada indica que “la guerra que no fue” haya sido no el final sino el comienzo de una historia que nadie quiere en estos momentos imaginar