La fotografía y la muerte, por Fernando Rodríguez
Autor: Fernando Rodríguez
Como quiera que estamos hipersaturados de fotografías y, en grado mayor, de imágenes, valdría la pena releer el libro de Roland Barthes, La cámara lúcida (hay PDF), seguramente el más denso y desconcertante que se haya escrito sobre ese medio ya secular y que ha engendrado otros gigantes de masas como el cine y la televisión y el resto de una descomunal familia; uno de sus nietos más recientes es, al menos en gran parte, el Internet: piense cuantas fotos se han compartido solo en Instagram, decenas de miles de millones. Es un libro que sorprenderá sobre todo a los aficionados a hacerse selfies de una enternecida pose y sonrisa para la eternidad.
Por supuesto que no tenemos ni energía ni espacio para extendernos sobre la cantidad enorme de temas y matices que sugiere esta bellísima indagación sobre la fotografía y, también, sobre el humano destino que es su secreto y decisivo tema. Tan solo trataremos de exponer su idea central que pensamos bastará para conquistar lectores para la odisea metafísica de esas no muy numerosas páginas. Digámosla de una vez: el sentido último de toda fotografía, su esencia, es la muerte. Lo es si logramos llegar a sus entrañas reales, lo que velan las instantaneas de las alegres piñatas y los prometedores casorios de la familia.
Esa tesis central tiene sin duda antecedentes, Barthes sólo la lleva a su máximo patetismo y puede esquematizarse de una contundente manera. André Bazin, ¿Qué es el cine? (hay PDF), uno de los grandes teóricos de ese gran arte de la contemporaneidad, en especial del realismo cinematográfico, encuentra entre los muy pocos mitos realmente universales, como el de volar por ejemplo, está el que llama de la momia. Es decir el tratar de sacar del flujo aniquilador del tiempo seres o avatares de la especie, liberarlos de la muerte. Esa función es la de esos faraones preservados para existir para siempre. O los retratos o escenas memorables del naturalismo sublimado de la pintura del renacimiento y el barroco. Y es, ya analogía perfecta, la de la fotografía. Atada al referente necesaria e indisolublemente, a la realidad, la esencia de la fotografía, de toda fotografía, la sintetiza Barthes en la fórmula: “Esto ha sido”, captura veraz del pasado que el hombre nunca había podido hacer. Pero este intento es paradójicamente fallido en su última intencionalidad, porque en la medida en que sustraemos algo, un instante, del tiempo para impedir su desaparición lo sacamos de lo viviente. Lo que vive vive en el tiempo. La foto congela, momifica, lo real adquiere la inmovilidad de lo que ya no es, lo inerte. Por ello dice nuestro autor que antes de ser una forma testimonial o un arte toda fotografía es un acto de magia, hace presente lo ausente, hace “vivir” lo muerto. Lo pasado, lo ya sido, lo que nunca volverá, no es un recuerdo (mucho más vago icónicamente y un peculiar acto de conciencia), es en la fotografía una extraña reencarnación.
Es por ello que el temple con que nos acercamos a la fotografía, no para buscar en ella una huella familiar, una rememoración histórica, un registro civil, un reportaje, una obra de arte o una manera de pasar el tiempo en la antesala del odontólogo…cuando nos acercamos amorosamente por ejemplo, en el caso de Barthes en el libro es la ansiosa búsqueda del verdadero rostro de su madre recién muerta, nos damos cuenta de la irreversible pérdida del ser amado, pero también de mi finitud, y en definitiva de la especie toda. Y cualquier foto puede hacer surgir estos sentimientos primarios frente al tiempo y la caducidad de nuestras vidas. Por ello una cierta congoja nos acompaña cuando vemos fotos, sobre todo cuando se alejan del momento presente y es más flagrante la demolición incesante del tiempo, !qué hermosa era mi hermana en su primavera!. En ocasiones extremos una suerte de locura se evidencia en esa presencia mágica, una locura que llama piedad el autor. Esa que hizo a Nietzsche camino de su propia sinrazón abrazara el caballo muerto, piedad por el tiempo que pasa y aniquila, piedad por nuestra limitada contextura humana.
Es posible que este libro sea la manifestación del duelo desgarrador en que fue escrito. También, que como reconoce el gran ensayista, sea un libro del fin de una era y poco viable en los tiempos más banales y mediáticos que vivimos o más turbios y violentos, pero basta pensar de nuevo para reencontrarlo en su densa belleza. Dice Barthes algo sarcásticamente “Todos esos jóvenes fotógrafos que se agitan por el mundo consagrándose a la captura de la actualidad no saben que son agentes de la Muerte”. A meditar.