Seguir el ejemplo que Unasur dio, por Sergio Arancibia
La decisión de seis países sudamericanos de congelar su participación en Unasur –no seguir participando y no seguir financiando – es una medida bastante interesante en la diplomacia regional. Lo más usual ha sido que los organismos que no sirven para nada sobrevivan durante largos años porque los países que los integran no se atreven a darle el golpe de gracia. Cuando el organismo deja de servir, los países suelen preferir, por lo general, usar el método de irse atrasando en el pago de las cuotas de funcionamiento, enviar a las reuniones de los máximos representantes gubernamentales a funcionarios de tercer nivel, restarle apoyo a las iniciativas que proponga la cúpula directiva, elegir para los cargos directivos a funcionarios de escaso peso político, etc. Pero esto de retirarse masivamente, o de congelar su participación, no era una medida que se hubiera usado con anterioridad.
Después este paso, Unasur tiene dos alternativas: o se auto disuelve, emitiendo su propia carta de defunción, o se redefine en términos muy profundos y radicales. Es obvio que una mera reforma cosmética no lograría llevar nuevamente al seno de ese organismo a los seis países que dieron ese paso. Y para que Unasur pueda sobrevivir a la actual crisis es necesario ponerse de acuerdo para que puede servir ese organismo. Originalmente el Presidente Chávez, secundada por los presidentes de Argentina, Brasil, Bolivia y Ecuador, concebían ese organismo como una caja de resonancia de su política internacional, caracterizada por una retórica antiimperialista, una oposición a los tratados comerciales con los grandes países que lideran el comercio internacional, y un apoyo político y económico a los movimientos radicales que surgían en el continente. Hoy en día esa política no tiene destino, no tiene líderes, no tiene financistas, ni tiene tampoco quien la aguante en forma pasiva.
El otro organismo que tiene que poner sus barbas en remojo es el Celac, que fue otra creación de la diplomacia chavista y que no ha logrado justificar su existencia.
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El ALBA, por su parte, seguirá existiendo mientras existan gobiernos tipo Cuba, Nicaragua, Venezuela o Bolivia, que tienen muchos de común entre sí, y que tienen, por lo tanto, pleno derecho a asociarse y ayudarse mutuamente. Pero es una alianza que no pretende ir mucho más allá de los que comparten una cierta postura ideológica, con la excepción de algunos pequeños estados caribeños que están allí solo por la conveniencia financiera y petrolera. Pero el ALBA no tiene ni pretende tener más representación que esa.
En el plano económico, y en el plano de las formas de inserción en los circuitos del comercio internacional contemporáneo, se ha ido consolidando Aladi como el gran foro regional de negociaciones comerciales –fundamentalmente de carácter arancelario– y se han conformado subgrupos de países tales como la Comunidad Andina de Naciones, la Alianza del Pacifico y el Mercosur, que puede que confluyan en algún momento en un solo proyecto regional, pero que mientras tanto tiene cada uno un espacio bien consolidado, precisamente porque tienen propósitos claros, y no pretenden convertirse en cajas de resonancia de consignas políticas.
Pero Unasur no supo ver a tiempo los signos de los tiempos – y Celac parece que tampoco – y los dioses ciegan a los que quieren perder