Sí es posible avanzar, por Gregorio Salazar
Si los sucesivos aumentos salariales llegaron a darle algún margen de maniobrabilidad al gobierno, al menos a los fines propagandísticos de seguirse autoproclamando el gran protector del pueblo, tal efecto quedó definitivamente extinguido con el incremento de salario mínimo y de cestatickets aprobados esta semana por Nicolás Maduro.
Aquellos gestos que el pueblo menos favorecido antes tal vez apreciaba como una sobadita solidaria, esta vez fueron recibidos como una verdadera patada en el vientre, una burla macabra de quienes no ven en el pueblo sino el objeto mediante el cual instrumentar sus mecanismos de dominación y perpetuación. ¿Cuál aumento? ¿De qué me habla, señor presidente?
La misma mañana que se oficializó el nuevo monto integral de los ingresos a Bs. 2.555.500 un kilo de espaguetis tenía en los anaqueles, ante los ojos de los consumidores boquiabiertos, un costo de Bs. 2.228.200 y el envase de 500 gramos de margarina Bs. 1.200.000. O lo que es lo mismo, una comida con esos dos ingredientes, un resuelve apenas, necesita una erogación que consumiría toda la remuneración de un mes de trabajo y todo el salario mínimo del siguiente, que además no se recibe de una sola vez.
Por supuesto, no vamos a incurrir en la necedad de contarle a usted vicisitudes, angustias, penurias que todos corremos en esta Tierra de Gracia y de las cuales la referida no es más que una de las tantas muy elocuentes que nos asedian. Si la usamos como introducción de esta nota es con la única intención de llevar a preguntarnos: bueno ¿y qué viene después? ¿Adónde conduce este absurdo? ¿Hasta dónde puede caer un país sumido en este sin sentido? ¿Por cuánto tiempo es soportable, para el gobierno y nosotros los ciudadanos, esta situación surrealista en la que transcurre nuestra cotidianidad?
*Lea talmbién: El 21, el 21, el 21…, por Carolina Gómez-Ávila
El proyecto chavista se ha convertido en la sin razón de las sinrazones y sin embargo sus ejecutores no se dan por aludidos. No abren juego a la búsqueda de soluciones. Desde hace meses no se adopta una sola medida económica –mucho menos un programa– a la que pueda atribuírsele una mínima dosis de racionalidad. Eso sí, todo es grandioso y rimbombante: el Petro, el nuevo cono monetario, la operación “manos de papel”, unas barritas de oro que son exhibidas fugazmente ante las cámaras, la intervención del principal banco del país, pero finalmente volvemos a la dura y cruda realidad: el país está perdiendo aceleradamente su viabilidad e incluso ya hay quien vaticina que, al paso que vamos, dejaremos de ser exportadores de petróleo. Lo que produzcamos se lo tragará el consumo interno.
Si fuera poca esa desgracia, en esta coyuntura económica y social que ha potenciado los niveles de rechazo al gobierno de cuatro por cada cinco venezolanos, encontramos que la oposición perdió el sentido de unidad que antes la condujo a la victoria. Se percibe un trasfondo de resentimientos y heridas no cicatrizadas. Sus partidos se muestran como archipiélagos donde no fructifica ni un discurso integrador y coherente, pues si algo se le critica a su dirigencia en la profunda mudez en que se encuentra. Una sola palabra sale de allí: abstención. Y eso evidentemente no basta.
Hay una profunda desmovilización y eso se notó en las calles en fecha tan emblemática como el 1 de mayo.
Uno aspiraba a que las elecciones presidenciales del 20M, un hecho político cierto independientemente de quien las hubiera convocado, sirviera para que la oposición se reunificara: harta ganancia; definiera un liderazgo para estos tiempos tempestuosos y que alrededor de cual cerráramos filas cuando todo, incluido el propio gobierno, pareciera a punto de un envión para el derrumbe económico definitivo.
Por el contrario, estamos presenciando una guerra sucia descomunal, donde participan factores del gobierno y la oposición, contra el único integrante de esa unidad que tomó la decisión de participar electoralmente, una vez no fueron oídas sus propuestas de escoger una candidatura por consenso o primarias. Los factores de oposición no pueden tratarse como si después del 20M no se fueran a necesitar o como si el país se acabara ese día. El 20M debía ser una fecha, todavía puede serlo si así lo decidiera el pueblo urgido por su drama existencial, una fecha para avanzar.