Más vale haber perdido, por Tulio Ramírez
Es muy difícil no referirse a las elecciones del 20M. Es como cuando en una fiesta, todos en la hora loca deciden hacer el trencito. Por más que uno quiera dárselas de indiferente y echárselas de seriecito, la vorágine te lleva a aceptar la invitación de los que bailan la Conga y te incorporas a la rumba aceptando que te coloquen la peluca multicolor y el collar hawaiano. Lo confieso, me he dejado vencer por la tentación y he sucumbido a los pies del tema obligado. No iré contra la corriente.
Comenzaré diciendo que estoy seguro que me catalogarán como un “analista ingenuo” y no me molestaré por ello. Sin embargo, a diferencia de los expertos opinadores, sí creo en lo que voy a decir. Mi sentencia de arrancada es la siguiente: los resultados de la “jornada electoral del 20M” indican que todos perdieron, incluyendo no solo a los candidatos “opositores”, también a los voceros del abstencionismo y, por supuesto, a Maduro “el ganador”. No es cuestión de dialéctica humedecida con vapores etílicos, es mera cuestión de lógica. Vamos a ver.
En apariencia, los que llamaron a la abstención vieron recompensados sus esfuerzos. Ese 80% que no fue a votar pasará a la Historia de Venezuela, como la abstención más alta en por lo menos 60 años de contiendas electorales. Pero hay que aclarar algo. El andar en las busetas, mercados y el Metro, me autoriza para decir que buena parte de la gente que no salió a los centros de votación, lo hizo sin estar obedeciendo los llamados de algún liderazgo opositor. Así que atribuirse esa “victoria” es voltear la cara al hecho de que ese mismo liderazgo no alcanzó en ninguna encuesta un porcentaje decente de aceptación, credibilidad o simpatía.
Henri Falcón también perdió, por supuesto (del Pastor no hablaré por falta de espacio y ganas). Pero no me refiero solamente a las elecciones. De manera muy extraña apostó todo en una pelea de gallos donde el suyo era manco, tenía vendas en los ojos y hasta se sospechó que era una gallina disfrazada. Mientras que su contrincante tenía espuelas envenenadas y hojillas hábilmente escondidas entre las alas. Por si fuera poco, el árbitro era dueño del gallo envenenado y de la gallera. Estaba cantado que perdería, todos lo sabían y se lo advirtieron con mucha antelación. Sucedió lo que todos sabíamos, incluyendo su comando de campaña.
Ahora bien, el asunto es que Falcón perdió más que las elecciones. Puso en juego su futuro político. Desde el momento en que no se atrevió a emular al peruano Toledo renunciando días antes de las elecciones, ni fue lo suficientemente contundente en su desconocimiento del proceso y del resultado una vez conocidos este, se generó entre quienes tenían alguna expectativa sobre su eventual liderazgo una suerte de desengaño anunciado. Esa timidez en la denuncia se pareció mucho a la del muchacho bravucón que cuando es retado sorpresivamente por un debilucho, se asusta y dice “te salvas porque ahorita no quiero pelear”. En esas situaciones, esos falsos bravucones pierden rápidamente admiradores.
Finalmente queda Maduro “el que ganó”. Coloco entre comillas la expresión ganó, porque, al igual que la inmensa mayoría, no creo que sea cierto. En la calle se dice que no fueron votos ganados sino adjudicados por el CNE. Pero ese no es el tema. Mi análisis va más allá de la farsa del 20M. Pongan atención. A Nicolás hay que aplicarle el dicho popular que reza “perdiendo también se gana”, pero al revés. El gran derrotado es Maduro. Gobernar un país donde más del 80% de sus habitantes lo desprecia como persona, no puede asumirse como “una gran victoria”. Tendremos un “presidente” al que el pueblo entrecomillará y mencionará en minúscula. Su destino será mantenerse encerrado en la soledad del Palacio, desconfiando hasta de su propia sombra. Mi pronóstico es que en breve tiempo ese temor se agigantará al evidenciar que los pocos que hoy le adulan, también se le voltearán. Dirá entonces: “más vale haber perdido”.