La crisis política italiana, por Fernando Mires
Para un analista político, un caramelo. Para Italia una catástrofe. Hemos estado presenciando, y al parecer por primera vez en la tormentosa vida política italiana, un abierto conflicto entre la máxima expresión del Estado y la mayoría electoral. Entre el presidente Sergio Matarella y el principio de representación política, configurado en la coalición formada por los dos partidos populistas de la nación, Liga Norte (LN) y Movimiento 5 Estrellas (5S).
El punto de partida fue la decisión de Matarella de vetar la designación del octogenario Paolo Savona como ministro de finanzas. En cualquier otro país del mundo, un ministerio sin grandes resonancias políticas internacionales. En Italia no. Prácticamente toda la campaña de los partidos ganadores ha estado centrada en su oposición a la UE y por supuesto al euro.
Savona, quien si no es un fascista es lo que más se parece a un fascista, es, por lo mismo, un declarado enemigo de la UE y del euro, y por supuesto, de la representación corpórea de esa enemistad: Angela Merkel. Otra vez: en cualquier otro país, algo normal. El problema es que Italia no es cualquier país. Italia es uno de los iniciadores de la UE, y el nombre del insigne Alcide De Gasperi figura con letras de oro al lado de Konrad Adenauer, Jean Monnet y Robert Schuman como uno de los fundadores no-solo de la EU sino, además, de la Europa moderna.
Italia no es un país europeo situado al margen geográfico y político de Europa Occidental como la Hungría de Orban, ni tampoco una gran isla con pretensiones micro-continentales, como Gran Bretaña. Italia late en el corazón de Europa y Europa sin Italia no sería Europa, con todo lo malo y con todo lo bueno que es. Por esa razón, una persona como Savona, enviado por LN con el cometido de desmontar al euro y preparar la salida de Italia de la EU, significaba para Matarella una amenaza a la identidad histórica de la nación. Desde su lugar presidencial no podía sino vetarlo. La renuncia del profesor Giuseppe Conte fue el corolario inmediato. En su lugar Matarella designó al economista Carlo Cottarelli, es decir, a alguien con baja connotación política y probada eficiencia profesional.
Tal vez la intención del presidente fue bajar un tanto el perfil antagonista del conflicto. Pero también pudo haber sido su gran error. Savona fue enviado al Ministerio de Finanzas por LN a cumplir una misión esencialmente política. ¿No habría sido mejor que el presidente hubiera encargado la formación de un nuevo gobierno a algún connotado político europeísta, a alguien que, aunque sin saber nada de economía hubiera estado en condiciones de debatir políticamente en contra del anti-europeísmo de los populistas?
LN sí entendió el momento. Sin esperar nada, desató toda su artillería en contra de la persona del presidente, algo inédito en la historia moderna del país. Más todavía, junto con sus socios de 5-S aparecen hoy erigidos nada menos que en representantes del principio de la soberanía popular. Formalmente, tienen incluso razón. La coalición LN-5S es expresión de la inmensa mayoría nacional. Que Matarella represente la identidad histórica de la nación, no parece impresionar demasiado a nadie. Que la gran mayoría electoral italiana, como suele ocurrir con muchas mayorías electorales en otros países, se equivocó rotundamente al elegir a dos partidos populistas, es parte de juego democrático y con esos errores trágicos toda democracia debe contar.
El gran ganador político ha sido sin duda la gran coalición populista. Si bien el procedimiento presidencial fue impecablemente legal, la legitimidad de facto está al lado de los populistas. Y eso sí cuenta en política. LN aparece ahora no solo como representante de segmentos empresariales y ultraconservadores sino del principio de la soberanía popular amenazada por el Estado -lo ha dicho el mismo Salvini-. Definitivamente, LN y 5S están en condiciones de causar un inmenso daño al estatuto presidencial y con ello a la integridad de todo el Estado. Al atacar al intocable, al presidente, los populistas asedian ahora a la última línea de defensa de la república.
Como si fuera poco, los populistas recibieron un regalo de donde menos lo esperaban: Desde la propia UE y desde la persona que era la única que debía quedarse callada. Nos referimos a otro connotado tecnócrata, Günther Oettinger, comisario de presupuesto de la UE. Sin que nadie se lo pidiera, Oettinger -quien según vox populi fue enviado por Merkel a la UE para que no hablara disparates en Alemania- aplaudió la medida de Matarella, y adujo, como si el problema fuera solo un impasse económico, que los italianos, en las próximas elecciones entenderán las ventajas que proporciona el euro.
Con el automatismo propio a los más empecinados tecnócratas, sean de izquierda o derecha, Oettinger redujo el complejo problema italiano a un simple detalle financiero. Peor aún: se olvidó de que él es alemán y por supuesto, de que en las condiciones políticas que vive Italia, la mayor torpeza que puede cometer un político alemán -sobre todo alguien tan cercano a Merkel como Oettinger- es entrometerse públicamente en los problemas internos de los italianos. Por supuesto, el astuto Matteo Salvini de LN no dejó pasar la oportunidad. Lo mismo Luigi Di Maio de 5-S (llamó nada menos que a una revuelta en contra de la casa presidencial).
Para los nacional-populistas Alemania es lo que fue para la izquierda latinoamericana “el imperialismo norteamericano”. Un recurso fácil al que se puede echar mano a conveniencia, la configuración de un demonio externo culpable de todos los males internos, la amenaza que se cierne sobre los “verdaderos” intereses de la nación.
Las próximas elecciones (si es que las hay) -es la opinión generalizada- no resolverán el problema. Probablemente, ocurrirá lo contrario. Que hoy los demócratas italianos estén buscando una solución nada menos que en un eventual retorno político de Silvio Berlusconi, solo nos habla de la aterradora profundidad de la crisis política italiana.
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Por si fuera poco, Italia no participará en el próximo mundial de fútbol, hecho que aumentará los rencores internos que corroen a la nación (no es broma). Solo un milagro -ciertamente, muchos italianos creen en milagros – puede salvar a Italia. Y con ello a Europa.
PS
Habiendo terminado este artículo llegó la noticia de que los dos partidos populistas -desde ahora habrá que denominarlos: los dos partidos de gobierno- optaron por la senda del compromiso y -emociones y orgullos aparte- negociaron a la controvertida figura de Savona para ubicarlo en un lugar más intransendente del gabinete (encargado de las relaciones con la UE, en cualquier caso un puesto peligroso). Regresa Conte a formar gobierno. Ministro de Economía será el profesor romano Giovani Tría.
No obstante, la crisis de la política italiana no está superada. Al contrario, recién comienza. La contradicción entre el ejecutivo populista y el Estado democrático continúa. El problema es que el bloque populista tendrá desde ahora en adelante todas las herramientas en su mano para demontar a ese Estado y hacerse del poder total. Por ahora no se ven alternativas democráticas. La oposición está todavía muy lejos de conformar un bloque de acción política. Pobre Italia. Pobre Europa