Producir todo lo que se necesita, por Sergio Arancibia
Una forma fácil, pero poco seria, de ganar aplausos – sobre todo ante audiencias poco versadas en materias económicas – es postular que Venezuela puede producir todo lo que necesita. Eso permite inflar de sentido patriótico y nacionalista los corazones de quienes escuchan. Pero la verdad verdadera es que ningún país puede producir todo lo que necesita. Si así fuera, no necesitaría participar en las complejidades del comercio internacional contemporáneo, que se basa precisamente en la idea de que un país vende aquello que puede producir con más facilidad o con menos costos, y compra en el mercado internacional, con esos ingresos obtenidos por la vía de las exportaciones, una serie de mercancías que el país no puede producir en su propio territorio, o que, de producirlas, lo haría con costos y sacrificios mucho mayores que por la vía del comercio internacional.
Veamos algunas situaciones concretas. Exportar petróleo y sus derivados, petroquímicos, hierro y sus derivados, aluminio y sus derivados, ron, cacao u otros productos similares con los cuales Venezuela se inserta hoy en día en los circuitos de comercio internacional contemporáneo, le permite generar ingresos en dólares o en otras monedas duras, y con ellas comprar insumos, materias primas, maquinarias, equipos y repuestos que se necesitan para producir en Venezuela una serie de bienes manufacturados. También se importan bienes finales que no se pueden producir en la propia Venezuela, tales como computadoras o trigo, por ejemplo, por razones relacionabas con el costo que ello tendría y/o con limitaciones tecnológicas.
Más concreto aun: todo lo que se produce en Venezuela, requiere algún tipo de insumos o materias primas importadas. Ningún país puede producir internamente todo lo que necesita. Eso se intentó en el siglo XX mediante los procesos de industrialización sustitutiva que se llevaron adelante en toda la América Latina, y eso no resultó, precisamente porque la carencia de exportaciones y de dólares, paralizó la capacidad de seguir creciendo de una industria que se abastecía de insumos desde el exterior. En las décadas posteriores, los países que no han tenido capacidad de exportar, o que se han visto imposibilitados de hacerlo, han tenido que encerrarse dentro de sus propias fronteras, pero han tenido que pagar por ello altos costos en términos de producción, de productividad y de competitividad.
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Incluso en el campo agropecuario – donde pareciera que las vacas y el maíz crecen sin necesidad de nada que no esté en su entorno geográfico más cercano – los insumos importados son imprescindibles. Se necesitan fertilizantes y agroquímicos, para lograr buenos rendimientos agrícolas, y de soya y otros ingredientes para poder producir alimentos concentrados para que los animales se alimenten y crezcan adecuadamente.
Por lo tanto, esa idea romántica de que un país produzca todo lo que necesita, es una idea que no solo no marcha con los tiempos actuales de la globalización, sino que no tiene nada que ver con lo que ha sido el desarrollo económico mundial en los últimos 200 años.
Lo único que tiene sentido en los tiempos actuales es reflexionar respecto a cómo cada país puede insertarse en la forma más exitosa posible en los circuitos del comercio internacional. En otras palabras, como exportar lo más que se pueda, para tener capacidad y opción de adquirir los bienes de consumo y los bienes intermedios que su economía y su sociedad necesitan. Lo demás es pura poesía