La Ciudad de Vasco, por Fernando Rodríguez
No hay que decir que Vasco es Szinetar, quizás sí que tiene una exposición sobre Caracas en la galería Zpacio Zero de Bello Monte, Caracas postcards, y esto porque andamos muy maltrechos de prensa cultural. Y, por supuesto, que hay que ir a verla por Vasco y por Caracas.
Tampoco hay que decir que el autor es esencialmente un retratista y especialmente del mundo cultural, nacional e internacional. Un retratista que ya ha salido al ancho mundo donde ha despertado notorio interés. No sólo porque no hay personalidad local o ilustre viajero, cuando solían pulular viajeros por estas tierras, que su tenacidad no haya metido en su cámara oscura sino porque lo ha hecho con un estilo intransferiblemente personal. En este a menudo el fotógrafo se fotografía con el fotografiado, en una época en el más inesperado de los escenarios, las salas de baño, su espejo. En otra haciendo que el fotografiado se convierta en fotógrafo activando el disparador mientras el fotógrafo hace alguna morisqueta. Esto hace no sólo insólita su labor de cronista cultural icónico sino la llena de humor y desenfado, multiplicada por los autorretratos de un muy diestro comediante. Pero esta vez se trata de otra cosa. Porque además de cronista estupendo de varias décadas de nuestra vida cultural, hoy tan desvivida, en ocasiones Vasco se pone serio, muy pero muy serio y hace unas muestras muy dramáticas, donde ya no su picardía sino sus heridas existenciales – ¿se conoce alguien que no las tenga?- salen a flote sin miramientos y le hace a uno recordar a Barthes y aquello de la fotografía como trampajaula del tiempo y la finitud.
En esta muestra está el otro Vasco. Serio y, además, arrecho. Como estamos todos, o lo mayoría, porque nos han truncado la vida y nos han vuelto mierda el país, y la ciudad para sintonizar con la muestra. Sobre esta exposición creo que hay una parte, en realidad está constituida por tres que no sintonizan del todo, que me parece una de las más notables páginas de nuestra fotografía de estas dolorosas décadas, la de entrada, que son esos seres solitarios, terrible y no sé porque irremediablemente solos -a lo mejor por pobres, enfermos, desaseados, viejos…-, perdidos en una ciudad fantasmática, insalubre física y espiritualmente, también trágicamente solitaria.
El diálogo entre esos seres perdidos en el vacío y el siniestro entorno multiplican la angustia y la desesperanza de las imágenes y replican magníficamente la de nuestros espíritus de estos días»
Por el contrario no encontré conexión con la sala siguiente en que fotos de íconos de la tradición revolucionaria, a lo mejor algunos de un lejano Vasco, con las caras intervenidas, borroneadas, que escapan al tema de la ciudad, son más de su subjetividad, y repiten sin muchas variantes un esquema algo simple. Por último un gran mural con múltiples escenas de violencia de calle está muy bien resuelto plásticamente, algo pictorialistamente pero lo que no impide que cumpla su función de acusar a los asesinos con fuerza y complete la vivencia de la ciudad de estos tiempos en que la sangre y la violencia corre por sus calles, como su sabia.
Es sin duda una exposición importante. Vasco ha hablado de apuntes fotográficos, quizás eso permita adentrarse mejor en su espíritu, y limitar la búsqueda de unidad y homogeneidad en ella. Ojalá sigo apuntando, literalmente y en todos los sentidos. Es una gran hora para la fotografía, ese irremplazable testigo.