Caos y tiranía…, por Bernardino Herrera León
Las tiranías no gobiernan. Se mantienen sobre el caos que producen al generar incertidumbre. Gobernar implica un cierto orden, un esquema predecible que requiere la sociedad para funcionar de algún modo y al menos planificar la vida cotidiana.
El juego de conceptos del párrafo anterior intenta explicar la diferencia entre gobernar y tiranizar, para propone una comprensión de lo que ocurre actualmente en Venezuela. Porque, el escaso gobierno que quedaba, y realmente quedaba muy poco, ha sido ocupado por una tiranía abierta, casi absoluta.
Las tiranías no se definen como regímenes despóticos y represivos, aunque tengan mucho de ello. Se definen fundamentalmente por la arbitrariedad con la que conducen a la sociedad a la que someten. Esa arbitrariedad es la que produce el caos, que se entiende como la ausencia de orden, o reglas a las qué atenerse.
Ciertamente, no se conocen gobiernos absolutos, es decir, que actúan conforme a un orden y sus reglas. Cada gobierno en el mundo se reversa una dosis de arbitrariedad, como mecanismo de preservación. Sin embargo, mientras más ordenado y aburrido sea un gobierno, más ofrece certidumbre y seguridad. De esos hay muy pocos, realmente.
La tiranía venezolana ha sido resultado de un proceso gradual. No nació de la nada. Su joven vida republicana ha sido copada, en su mayor parte, por gobiernos oportunistas, erráticos e improvisados. Muchos de ellos con estilos dictatoriales, como los 28 años de Gómez o los ocho años de Marcos Pérez Jiménez. Las últimas cuatro décadas del siglo XX transcurrieron sobre un orden débilmente democrático, tutelado por un sistema de partidos dirigidos por caudillos arrogantes y mandones. Aunque ese fue, sin duda, el período de mayor apertura que jamás hayamos conocido, en nuestra muy joven historia como nación.
La actual tiranía venezolana comenzó como un gobierno con grandes expectativas, sustentado en el resentimiento contra los partidos caudillezcos.
El rencor y la insatisfacción, por la inmensa riqueza mal repartida, no permitió que los venezolanos advirtiesen que el nuevo gobierno emergía de la mano de un caudillo de origen militar, mediocre y pervertido.
Un caudillo que fue creando un costoso culto alrededor de su personalidad, a medida que acumulaba un inmenso poder. El gobierno de Hugo Chávez fue asesorado y dotado de una ideología de redención social embaucadora. Progresivamente sus poderes no tenían límites. Podía transferir dineros directamente a cualquier cuenta en el mundo sin ningún tipo de control. Pocos gobernantes podían hacer tal cosa.
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Ese inmenso poder lo fue transfiriendo y compartiendo con una banda de personajes siniestros, tan mediocres y corrompidos como él. La ideología fue vaciándose y convirtiéndose en un camuflaje propagandístico. Y la tiranía derivó financiada no sólo de la corrupción, que ya era una forma de recompensa política y social, sino además de actividades delictivas.
Combinar corrupción con delincuencia organizada no fue un invento del chavismo. Las tristemente célebres FARC y el régimen de Fidel Castro probaron suerte compitiendo exitosamente en el oscuro mundo del narcotráfico, como forma de financiamiento. Y una cosa llevó a la otra. El tráfico de drogas al fabuloso negocio de la legitimación de capitales. Y ambas modalidades poseen hoy una poderosa capacidad de corromper hasta las más sólidas y ordenadas democracias en el mundo.
El caso venezolano es particular. Realmente nunca fuimos una economía productiva, en el sentido de la diversificación. Siempre fuimos monodependientes de algún rublo. El petróleo es el último y más influyente. Esta condición incentivaba la profusión de gobiernos arbitrarios, muy dados al estatismo y a la complicidad empresarial y política.
Al chavismo no le fue tan difícil corromper a una sociedad que ya estaba enferma de dádivas, populismo y riqueza fácil. Le fue fácil tiranizar a una sociedad muy subsidiada
La tiranía que acaba de emerger en toda su absurda y disparatada forma, de la mano de los herederos del último caudillo, ha acumulado una inmensa fortuna. Son muy ricos y poderosos, y escasamente escrúpulos y pobres en sentido de humanidad. Pagan un ejército de mercenarios. Asesinos profesionales. Se preparan para someter mediante el caos, la completa incertidumbre, la desinformación y hasta con la locura lo que queda de la nación.
Ya no hay gobierno en Venezuela. Sólo tiranía y caos. Y no hay manera de saber, por cuánto tiempo se mantendrán en esta desconocida y oscura fase de nuestra triste historia republicana.