Un dictador en Nueva York, por José Domingo Blanco
Tener que ocupar unas líneas, analizando algo en lo que los venezolanos no deberíamos malgastar nuestro tiempo, ideas y esfuerzos es, a primera vista, muy contradictorio. Pero, resulta que el discurso de Nicolás en la Asamblea General de las Naciones Unidas -que me calé completico para poder opinar con propiedad y saber dónde estamos parados- generó una serie de reacciones impúberes, con atisbos de necedades, que me obligan a fijar una postura. Quizá, una posición muy antipática para quienes, después de ver que Maduro llegó a Nueva York, y habló desde donde el día anterior lo hizo su “archienemigo” Donald Trump, colman sus redes sociales con comentarios y ofensas que, en este momento, con la gravedad de lo que nos ocurre, resultan insulsas.
Por qué enfocarnos en la gordura de Nicolás cuando el problema sustancial es otro. Es cierto que Maduro tiene sobrepeso, es público y notorio. Además, se jacta de lucir sus kilos de más, no sólo cenando como un marajá en Turquía. Pasea su gordura en USA o Venezuela, con la desfachatez propia de un dictador a quien poco le importa que en su país el hambre esté diezmando a la población. Lo que no concibo es que los ¿líderes opositores? que deberían estar enfocados en salir de esta situación país, se queden enfrascados en unas discusiones estériles y banales, que no resuelven el verdadero problema que tenemos en Venezuela. Están obviando algunos detalles, a mi juicio, relevantes; que me permito compartir con ustedes, a manera de reflexión a viva voz.
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Maduro habló en la ONU. En la Asamblea General de las Naciones Unidas cuya sede está en Nueva York. Viajó a Estados Unidos a escasas horas de que en Venezuela conociéramos las nuevas sanciones que ese país le imponía a algunas de las fichas claves de su régimen. Sanciones que también recayeron sobre su Cilita; a quien poco le importó la medida que, muchos creían, le impediría el viajecito, junto con su maridito, a la Gran Manzana. Pero, volvamos al punto: mientras oía a Nicolás, sólo veía a una persona que no tiene el más mínimo respeto por sí mismo.
Su conciencia no pude estar limpia porque carece de los componentes esenciales de la integridad. Ser íntegro implica hacer lo que uno hace, porque sabe que es lo correcto. Y pese a que él, Nicolás, no es íntegro; no titubea a la hora de interpretar su rol en el juego de la política internacional
Me duele corroborar una vez más -porque me duele profundamente todo lo que le ocurre a mi país- que esa falta de integridad es un mal que afecta a la mayoría de los políticos en Venezuela, sin importar a cuál ideología obedezcan. Ser íntegros significa regirse por principios morales que no dependen de la conveniencia ni de las circunstancias. La falta de integridad nos ha hundido en este caos, del cual la dictadura obtiene ganancias. Nada dignifica más que el respeto a uno mismo. Pero, cuando un narcoestado descubre a qué precio negocian algunos políticos su moral, el soborno entra en juego y la complicidad surge de manera inmediata, sin importar los daños irreparables que se le causan a una nación.
Por supuesto, luego de la alocución de Nicolás sobraron las reacciones. Entre ellas la de la Fiscal, ahora transformada en enemiga del mismo régimen que, por años, avaló. Convertida en adalid de las causas perdidas. Mi buena memoria me impide olvidar sus abyectas mentiras. Intentaré complacer a quienes me piden que le conceda el beneficio de la contrición… Sin embargo, ¿alguien puede explicarme qué pretende Luisa Ortega declarando que espera que el gobierno de Estados Unidos detenga a Maduro?
Ella debería saber que la Convención de Viena protege a los mandatarios. ¡La Convención de Viena protege a Maduro! Porque es lo que llaman un “Agente Diplomático” y la sede de las Naciones Unidas es, y será, territorio “neutral”
Por otra parte, ningún país en el mundo ventila a los cuatros vientos que va intervenir a otro. No lo anuncia con antelación porque el factor sorpresa es indispensable para el éxito de la misión. Esa imagen que muchos esperaban el miércoles mientras Maduro hablaba en la ONU, esa donde un comando SWAT irrumpía y arrestaba al dictador, no ocurrió. Ni ocurrirá.
La sede de la Organización de las Naciones Unidas es un espacio donde, incluso los tiranos más sanguinarios como Muamar Gadafi, han tenido oportunidad de hablar. Por cierto, permítanme recordarles que no fue en la Asamblea General de las Naciones Unidas donde Gadafi encontró su merecido final.
Yo sé que cuesta digerir y entender cómo es posible que un dictador viaje a Estados Unidos y ofrezca, tan campante, su trillado discurso en la ONU. Sigo enumerando tiranos que, en su momento, también pasaron por allí: Fidel, Chávez y otros más de la misma calaña hablaron desde donde también lo hizo Nicolás. Eso, para la situación que estamos viviendo, es irrelevante. La denuncia de seis países ante la Corte Penal Internacional contra Maduro es lo sustantivo. No nos desviemos. Allí es donde debemos poner el foco y nuestra atención. No caigamos en las provocaciones de Nicolás. No seamos parte de ese juego perverso que él, junto con sus cómplices, diseñó para aturdir nuestras psiquis y mantenernos ocupados discutiendo estupideces, mientras ellos avanzan, a pasos agigantados, en la consolidación de su Socialismo del Siglo XXI.
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