La ira habló en Brasil, Américo Martín
Más de 18 millones de ventaja le sacó Jair Bolsonaro a Fernando Haddad. El analista Paulo Sotero apreció que el sesgo anti bolsonaro de la elección cambió bruscamente enfilándose contra el PT. Quiere decir que impedir el retorno de Lula-PT prevaleció sobre las negatividades de la retórica ultraderechista. Fue el voto-castigo, la ira, lo que se acaba de pronunciar en Brasil
Una tarea homérica espera a Haddad: lograr que una masa descomunal de votantes abandone a Bolsonaro en el tiempo que va del 12 al 28 de octubre, o no le sume el algo menos de 4% que le falta. Seguramente Haddad acentuará el perfil de la moderación y la inclusión pero le costará mostrarse libre de la tutoría de Lula, cosa que con seguridad le recomendará el experimentado reo.
No es sencillo desarticular los factores que causaron la hecatombe de Lula y el PT. Diría que cuatro de ellos fueron determinantes.
El primero, el fracaso insondable del modelo venezolano, que Brasil no quiere ni a palos repetir.
El segundo, la vergonzosa corrupción que arrastró a la cárcel al popular Lula y a muchos otros líderes de su partido.
El tercero, la agonía de la armazón latinoamericana coronada por la ALBA, hoy reducida virtualmente a escombros. Arrancó con galope de pura sangre y ahora mengua en cansino trote asnal.
Y el cuarto, el retroceso económico de Brasil, con un drama social intensificado aun sin llegar al extremo de la tragedia madurista. La primera potencia latinoamericana necesita fortalecer el mercado, reconstruir la confianza y atraer inversiones. Geraldo Alkmin era “El candidato de los mercados” pero al final decidió sumarse a Bolsonaro atraído por una posible victoria en primera vuelta. No es probable que esa franja electoral (10%) se desdiga.
Se recuerdan, con justificada alarma, la homofobia, el racismo y el antifeminismo de Bolsonaro. Si las encarnara en actos administrativos y de gobierno levantarían en su contra un muro de hostilidad y rechazo. El ultraderechismo es grave como lo es todo extremismo. Brasil no merece pendular entre la pavorosa corrupción populista y el retorno a la Edad Media.
Otto von Bismarck, el fuerte canciller que logró la unidad de Alemania, era un duro ultraderechista, sin embargo dotado de un brillante sentido pragmático que le permitió aprovechar los imperativos de la realidad. Bolsonaro ha salpicado su estilo de un agresivo fundamentalismo que le causará problemas si no puede controlarlo. Dados los peligros que afrontará el gran país hermano, ojalá prefiera al menos a Bismarck, quien ganó la guerra franco-prusiana sin ensimismarse en excesos extremistas ni dejar de usar la mano izquierda.
El liderazgo depende ahora de entramadas realidades globales más que de solitarias pulsiones personales. La corriente hemisférica va hacia la democracia y rechaza las dictaduras de cualquier signo, no importa las virtudes que se arroguen, porque a los hombres -que dijera Maquiavelo- no hay que juzgarlos por sus declaraciones de virtud.
¡Si fue válido en el siglo XVI, cuánto más podría serlo en la huracanada nueva realidad!