Enfrentando el autoritarismo, por Félix Arellano
El autoritarismo en diversas expresiones está creciendo en el mundo. Por mucho tiempo parecía una constante y un castigo en muchos países en desarrollo, donde gobernantes, con falsas promesas de salvación, buscaban perpetuarse en el poder. García Márquez, con su pluma magistral, lo inmortalizó en “El otoño del patriarca” y, una de sus manifestaciones más representativas, ha sido Fidel Castro.
Lo novedoso en estos momentos es que países desarrollados, con una sólida institucionalidad, también están empezando a enfrentar las embestidas de un populismo que se va tornando autoritario
Frente a este grave flagelo pareciera que la solución más eficiente es consolidar la democracia, no solo en el plano nacional, también en el marco global.
Si la creciente tendencia populista que avanza en varios países de Europa, promovida, entre otros, por Steve Bannon, con sus planes nacionalistas, proteccionistas, xenofóbicos y un discurso de polarización, odio y exclusión; logran llegar el poder, es previsible que inicien un proceso de control o desmantelamiento de las instituciones democráticas, para tratar de consolidarse en el poder. En nuestra región, los proyectos más autoritarios (Venezuela, Nicaragua, Bolivia), llegando al poder por la vía democrática, han avanzado en el destrucción de las instituciones democráticas, los controles y limitaciones para perpetuarse en el poder.
Frente a estos rudos escenarios lo ideal es que el propio sistema democrático pueda generar los correctivos, controles y equilibrios; gracias, entre otros, a la división de los poderes; la libertad de expresión y los medios de comunicación; el papel institucional de las fuerzas armadas; la oposición democrática y la sociedad civil. Pero la experiencia venezolana de los últimos años es muy significativa y hace evidente como un grupo en el poder puede llegar a controlar todas las instituciones, manipulando la voz y el voto del pueblo.
No parece comprensible en la racionalidad política, pero en algunos casos los proyectos autoritarios se orientan a destruir el país, empobrecer la población y controlarla; paralelamente, controlar las instituciones, para perpetuarse en el poder. Son varias las experiencias históricas que se podrían mencionar, pero la más cercana en la región ha sido la dictadura de los Castros en Cuba, que con el falso discurso marxista ha logrado controlar el pueblo cubano que, plenamente empobrecido, terminó controlado por la camarilla dictatorial que se presenta como “dictadura del proletariado”. La camarilla disfrutando los privilegios del poder, el pueblo (¿será el proletariado?) en la miseria, esperando las dádivas oficiales que llegan como una tarjeta de racionamiento, un carnet de la patria, una caja o una bolsa de alimentos. Nicaragua y Venezuela pareciera que avanzan por esta vía.
Estos casos hacen evidente que no resulta fácil desde el plano nacional poder restablecer la institucionalidad democrática, el poder del autoritarismo, que se sostiene con las bayonetas, no permite mayores oportunidades a una débil y fragmentada oposición democrática. Un caso bien patético y dramático también los encontramos en Cuba con las “damas de blanco”.
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En tales casos no resulta muy justo que la comunidad internacional le exija a una oposición detenida, expulsada, intervenida, desbastada y amedrentada que se tiene que organizar sólidamente para poder avanzar con el apoyo internacional. No es real y podría ser un argumento a favor del poder, pues no existen mayores posibilidades de organización y fortalecimiento de la oposición democrática; en consecuencia, el apoyo de la comunidad internacional es fundamental y no debería establecer requisitos previos.
En escenarios como el venezolano el papel de la comunidad internacional a través de: las instituciones multilaterales, los grupos de presión, los medios de comunicación globales, las redes, la sociedad civil internacional; es fundamental. Desde el ámbito internacional se puede conformar controles y límites para los autoritarismos nacionales. Pero la experiencia venezolana reciente también evidencia que la institucionalidad internacional puede resultar frágil débil y lenta.
Ahora bien, nuestras vivencias deben contribuir para la identificación y denuncia de los problemas y, lo más importante, para promover soluciones eficientes que permitan corregir las debilidades detectadas, fortalecer las instituciones internacionales y, en consecuencia, fortalecer tanto los derechos humanos como la institucionalidad democrática.
Es evidente que para contribuir a limitar los autoritarismos nacionales se requiere incrementar y fortalecer la democracia en el contexto global, entre otros, con una mayor participación de la sociedad civil. Las cartas democráticas han demostrado su debilidad en cuanto al acceso de los afectados. La Corte Penal Internacional también está demostrando limitaciones, entre otros, demasiado poder y pocos controles a la figura del Fiscal, que como pareciera que está ocurriendo, se puede parcializar y entorpecer la investigación.
Debemos avanzar en la investigación y registro de las debilidades y en la formulación de propuestas de cambio, en la promoción de iniciativas novedosas que permitan garantizar el acceso a los más débiles. Debemos trabajar exhaustivamente con la mayor participación posible, desde la academia, las ONG, los amantes de la paz, los derechos humanos y la democracia para construir una mayor y más sólida institucionalidad democrática global