Teodoro, El Cid, por Américo Martín
Gana batallas, o sigue ganándolas después de muerto. Es lo que se decía de Rui Díaz de Vivar, el invicto y mítico campeón castellano del siglo XI. La leyenda parece tener más de fábula que de verdad, no obstante da para explicar la riqueza del accionar de la generación venezolana en la que brilló Teodoro. Los almorávides se sentían perdidos al ver el cadáver del Cid con adarga y lanza amarradas a su rocín.
Lo recordé al medir el impacto de su fallecimiento. Muchos captaron el auténtico valor de aquel luchador búlgaro-zuliano. Por ese astuto regalo de la Historia se percibe que efectivamente las batallas que libró Teodoro o a las que estuvo asociado, son favorecidas en la proliferación de balances espontáneos acerca de su desempeño.
Teodoro era de condición binaria, “sustancia humana” de dos elementos: pensamiento y acción. El binario Teodoro los integraba en su hacer político. La acción retaba al pensamiento a renovarse y éste irisaba la senda de aquella. Ambidiestro al fin, brilló en la política y el periodismo, dos oficios muy arriesgados en tiempos de dictadura o intolerancia. Por eso fue preso político y también director muy exitoso de periódicos igualmente perseguidos.
TalCual, heredero de su lucidez, lo seguirá siendo aun sin su capitán en el timón. TalCual fue su walking-sttick, cuando perdió el partido que había construido con el gran Pompeyo Márquez. Le proporcionó ímpetu, fundamento teórico, imaginación y motivación al logro. Una pléyade de escritores y periodistas honrarán su memoria manteniendo erguido el valiente periódico. Darle un lugar prominente en estos proyectos a un genio de la pintura como Jacobo Borges es una prenda de creatividad. Jacobo es uno de los grandes artistas plásticos del Planeta. Petkoff fue alma y demiurgo de TalCual.
Permítanme ahora mis desocupados lectores que me valga de una conversación ficticia entre Teodoro y yo para esclarecer sus motivaciones:
– ¿Y ahora que has perdido tu partido cómo mantendrás la causa?
– El periódico es la clave. Creo en una prensa veraz, corajuda, democrática al servicio del desarrollo, sin asomo de pensamiento único
– ¿No habías roto con Lenin y el leninismo? ¿Cómo es que asumes la convicción del líder bolchevique de empezar con el diario comunista?
– No lo había pensado pero tú más que nadie sabes que no hablo de pasquines partidistas, sino de un diario de interés general para servir al país sosteniendo la democracia, la libertad, el desarrollo en pluralidad. Un periódico indoblegable, que sea recordado por no rendirse al poder o al privilegio.
A ratos parecía una contradicción viviente. Creo que todos, poco o mucho, lo habremos sido. No obstante en Teodoro era en parte un asunto de apariencia.
Al ver sus mostachos estalinianos, el tono terminante de su voz y su rostro en apariencia agresivo, algunos se formaban opiniones muy alejadas de su verdadera condición humana.
Debajo de ese rostro y maneras severas se escondía un personaje bondadoso, sencillo, capaz de reconocer la importancia de opiniones ajenas y resaltarlo, a veces con ingenua admiración.
Ambos llegamos a convencernos durante no poco tiempo que estábamos bien preparados para gobernar nuestro maltratado país. Cada uno por su lado trabajó para lograrlo pero no fue posible. En forma diáfana renunciamos a la candidatura.
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Dejémosle eso a quienes tienen el tanque lleno, me soltó de repente, animado porque a mi vez le había comunicado mi deseo de ayudarlos.
Disfrutamos del inmenso tesoro de debatir ideas sin tosca garrulería. Con su periódico, su elocuencia, su fuerza persuasiva cumplió Teodoro hasta el agónico final que nos espera como un rufián detrás de un árbol. Por desgracia le tocó a Teodoro, a Pompeyo, a Moisés, a Manuel Caballero, a Freddy, a Rodríguez Bauza, a Iván Urbina, a Alfredo Caraballo y a una larga lista de amantes de la Libertad. Sí, esa Libertad de la que ya no disfrutarán.
Ahijados somos de la Parca.