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La vida continúa, la muerte también, por Fernando Rodríguez



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Fernando Rodríguez | diciembre 4, 2018

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La brevedad de la vida es uno de esos temas perennes del arte y el pensamiento. Tengo para mí que no tiene demasiado que ver con el tiempo en que residimos en la tierra. Más bien con la finitud de seres que conciben el infinito, que diría Pascal, para quien unos cuantos años más o menos no mutaban la naturaleza de nuestra aventura vital. Como es bien sabido ese tiempo finito ha aumentado sustancialmente con los desarrollos de la ciencia y algunas comodidades materiales y por lo visto seguirá esos rumbos, a menos que la naturaleza o la especie misma no decida acabar con la vida, lo cual no es nada impensable. ¿Quién lo sabe?

Pero por ahora tenemos lo que tenemos y los países más prósperos ya andan en una expectativa de vida que supera los ochenta y tantos. No olvidar que los menos prósperos viven la mitad. Lo cual puede ser el signo más elocuente de la horrenda desigualdad que todavía reina en el planeta. Pero tampoco es por ahí nuestro desvarío, es más local el asunto.

Durante cuarenta años venezolanos de hoy nos acostumbramos a que cambiabas en los gobiernos cada quinquenio, lo cual no implicaba que se trastocaran demasiadas cosas pero algunas sin duda, para empezar la cara del jefe de turno cuando se metía en casa a través del televisor. Y eso crea hábitos, un cierto ritmo vital. Por ejemplo decir que sólo falta un año para salir de esta vaina. O ilusionarse con las promesas primaverales de los primeros meses, que por lo general luego se van diluyendo y hasta desaparecen de la memoria. O mi tío va para un cargote cuando gane Perencejo y voy pegado en esa nave.

*Lea también: El negocio de los escombros, por Carolina Gómez-Ávila

Resulta que eso se acabó un buen día. Tan se acabó que una buena parte de los venezolanos no conoce lo antes descrito y debe pensar que la vida tiene otros lapsos, por lo pronto veinte. Y ya veremos. Al comandante le gustaba aterrar a sus súbditos, a todos, hablándoles de muchos decenios y hasta siglos bajo la bota militar. Dije a todos porque pienso que nadie se alegraba de tanta monotonía y reiteraciones. Eso decía Borges, Jorge Luis, de lo aburrida que debía ser la eternidad.

Si a eso le agregamos que esas dos décadas han sido las más degradantes y crueles de nuestra historia, cosa que decimos muchos y de un tiempo para acá casi todos, el asunto es complejo.

La valoración de la vida de la mayoría no debe ser muy grata que se diga. Los migrantes son la mejor prueba: vámonos de esta vaina, ya. O, tema emergente, el crecimiento exponencial de suicidas, migrar de la crueldad del mundo. Pero también esta es una premisa

Lo que quiero decir es que hay dos maneras de vivir esta nueva temporalidad. El sentido del tiempo, diría un fenomenólogo. Una que consistiría en vivir esta temporada en el infierno como una especie de paréntesis, de ansiosa espera de que vuelvan a reverdecer los árboles y fluir el agua de los ríos y la luna a pasearse sonriente por los cielos. Adelanto, no es buena cosa porque no podemos anular un pedazo tan sustancial de nuestra cuota vital, que se va tan presta y no hay otra.

La segunda sería vivirla con toda intensidad, que no nos es dado escoger donde y cuando nacer y vivir, y a su sombra, por siniestra que sea, debemos adaptar nuestros sentimientos que más o menos son los mismos desde siempre, la alegría y el dolor.

Esto nos tocó y esto debemos administrar. ¿Se puede estar alegre hiperinflacionariamente? Digamos que a ratos, cuando el kilo de papas lo encontramos a la mitad de lo que lo vimos ayer. ¿Se puede encontrar alguna satisfacción en tanto combatir las huestes del mal y sus crueldades? Creo que sí, hay un goce moral en enfrentar la desgracia que a lo mejor termina por saber mejor que un día de playa en la ciudad de Miami, sobre todo si es con plata contaminada.

Por supuesto que todos esperamos la nueva luz del amanecer. Pero no somos solo una espera, una ansiedad, una incomplitud, somos un presente pleno que tenemos que afrontar como decía Nietzsche, amándolo por la simple razón de que no tenemos otro y ese es el reto mayor de nuestra existencia, de nuestro tiempo intransferible.

Y la muerte, qué dirían nuestros difuntos si no les hacemos dignos obituarios porque estamos embelesados esperando que el tirano y sus huestes se vayan para siempre y el nuevo ciclo de la historia muestre sus nuevas facciones. No sería justo

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