Teodoro, el que conozco, por Eloy Torres Román y (V)
La vida y muerte del Catire, me trae a la mente a Wagner quien lo refleja, de alguna manera, cuando musicalizó el Mito de Parsifal. Es el viaje al interior de sí mismo. Es ese Mito de Parsifal, cuya vigencia la encontramos en su búsqueda del Santo Grial (la copa que usó Cristo en la última cena) que ilustra cómo podemos buscar y descubrir nuestra vida, nuestro destino. La historia está repleta de elementos referentes a esa figura.
Fue el mito de quien busca su sino y sus verdades existenciales. Inicialmente, protegido por su madre quien lo alejó de las condiciones que provocaron la muerte del padre de éste y de sus otros hijos: Ella cree que Parsifal, estaría a salvo. No contaba ella, que Parsifal quería ser también Caballero. Cuestión que consigue al cumplir su primera misión: derrotar a un temible caballero rojo a quien vence, por lo cual inmediatamente pasa formar parte de la Mesa redonda de los caballeros.
Esa mitología nos muestra cómo Parsifal asume su segunda misión: encontrar el Santo Grial y traerlo de vuelta a la corte del Rey, no sin antes escuchar las indicaciones que le da Gournamond, un viejo sabio. Éste le dice: si, alguna vez llegas al Castillo del Grial y consigues la reliquia, el Vaso sagrado, debes preguntar: «¿A quién sirve el Grial?»
En su camino, Parsifal buscó refugio. Se encontró con unos campesinos; éstos, le advirtieron que no le podían dar refugio ni cobijo. Deambuló más adelante y tropezó con un hombre que pescaba en un lago a bordo de una barca. Éste le invitó a su casa. Le indicó cómo llegar, pues no estaba muy lejos. El iría, un poco más tarde. Cuando Parsifal arribó a ese lar, se encontró con que era el castillo del Santo Grial y observó que el Rey Pescador estaba enfermo, pues sufre por una herida no cicatrizada. Fue cuando Parsifal comprendió que el pescador era, de hecho, el Rey Pescador.
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Éste, durante el banquete, le entrega a Parsifal una espada. La ceremonia fue testigo de cómo bebieron los comensales. El Santo Grial pasó de mano en mano. Todos beben de la copa de Jesús. Excepto Parsifal y el Rey Pescador, este último no lo hizo pues debía esperar que la herida curase. Mientras, Parsifal, a lo largo del banquete guardó silencio, tal como su madre le aconsejó. No preguntar. La leyenda establecía que llegaría un joven inocente e ignorante al Castillo y preguntaría «¿A quién sirve el Grial?» y con ello sanaría el Rey. Todos en el banquete esperaban ansiosos para que ésta, se cumpliera.
Pero no. Parsifal no habló, no preguntó nada y a la mañana siguiente no había nadie. El castillo estaba vació, pero la espada si estaba en su cintura. Años después Parsifal continuó su sino de Caballero. Éxitos y logros le acompañaron. El Rey Arturo lo homenajeó con un banquete. En medio del festín, una vieja bruja sacó a relucir los errores y pecados de Parsifal, entre los cuales destacó, el más terrible: su incapacidad para preguntar por el santo Grial, cuando tuvo la oportunidad.
Parsifal, humillado vuele a buscar el Castillo del Grial. Comienza una vez más, pero todo lo que encuentra son más batallas. Un día, se topa con unos peregrinos quienes le reclaman andar vestido con armaduras en un momento sagrado; el Viernes Santo. Lo llevaron a un viejo eremita quien vivía en las profundidades del bosque. Éste, como la bruja, lo reprendió por perder la oportunidad de preguntar por el Santo Grial. Fue, cuando Parsifal se despojó de su armadura y quedó apenas vestido con ropa de campesino; entonces, de nuevo, fue llevado al Castillo del Grial. Parsifal obtuvo su segunda oportunidad. Pudo demostrar su valía en la más importante para su sino. Preguntó: «¿A quién sirve el Grial?»
De nuevo, el Grial pasó de mano en mano y el Rey Pescador logró tomar de la copa y sanó. La moraleja de este mito o leyenda, el cual lo encajo en la personalidad de Teodoro Petkoff, es que, para cumplir nuestro destino, debemos desechar y negarnos a nosotros mismos, mediante la superación de las ideas con las que nos formamos.
Teodoro, es el epitome del Parsifal, pues, representa la osadía de desafiar su pasado y romper con las ideas que lo formaron. Ah, pero, lo hizo no para convertirse en algo distinto a lo que él fue. La idea que lo cubrió, a lo largo de toda su vida, fue la soñada por muchos pensadores, pero, también de hombres de acción. Malraux estuvo presente con su novela “La Condición Humana”. Kyo, el principal personaje malrauxiano quien, muere en el momento cúspide de esa novela, es mostrado como el arquetipo de los comunistas que sacrificaron todo; se comportaron cual héroes, con su dignidad, fraternidad y coherencia y luego, decididos a sacrificarse por la idea que los motivaba.
Teodoro, no murió durante la época de la violencia, pero, estuvo frente a la muerte en varias ocasionas: lo que lo elevó, desde mi perspectiva, así no les guste a algunos, a la condición de héroe.
Fueron muchos los años dedicados a la idea de la revolución. Teodoro se reinventó en más de una ocasión y lo logró. Lo único lamentablemente es que, en los últimos años, no tuvo fuerzas físicas para combatir a estos forajidos del siglo XXI.
Lo intentó, pero, estos individuos superaron la línea de la indecencia. La política se vistió de un traje tenebroso. Creo, las causas, de su enfermedad, se acrecentaron con su agotamiento físico, mas, la impotencia por no poder enfrentarlos
Su enclaustramiento, a mi manera de ver, respondió a un intento por no martirizarse con la desgracia que cubrió al país, fundamentalmente porque éstos, se robaron sus sueños de juventud y de buena parte de su larga vida, como la de otros tantos. Estos inescrupulosos gobernantes de turno se apropiaron de su Utopía y la de muchos de nosotros. La confrontación con esta banda de facinerosos, le confirmó a Teodoro y a muchos otros que sus sueños de otrora, conducían a una pesadilla.
Pensar que decenas de hombres murieron, con la alegría de su parte, por creer en algo distinto para el país y hoy, éste, es un campo donde unos pocos lo utilizan para enriquecerse y asesinan a los que los adversan. Teodoro, equivocado, triunfante, perdido, pugnaz, iconoclasta, fanatizado, ganado para la reflexión, o dogmáticamente imbuido de la idea de ser un luchador por la sal de la tierra, siempre fue Teodoro. Fue sincero, valiente, trabajador, culto, honesto y cristalinamente capaz de reinventarse para ser el Teodoro Petkoff que yo admiro, quiero, venero, amo y aplaudo como uno de los hombres más grandes, junto a Eloy Torres, mi padre, Gustavo Machado, Antonio José Urbina (Caraquita) y Pompeyo Márquez, entre otros. Es el Teodoro que yo conozco.