Sentimientos borrascosos, por Américo Martín
Aunque alguna razón debe explicarlo, a mí me resulta totalmente incomprensible la insistencia algo tortuosa de buscarle fallas a la Asamblea Nacional probablemente para negarle el enorme papel que le corresponde en circunstancias tan decisivas como las actuales. Eso de encontrarle “la caída” a un poder que contando con mayoría opositora goza del reconocimiento universal es en realidad raro y algo borrascoso si recordamos que parte de los que van para el cielo y van llorando son opositores sin tacha y seguramente sienten sinceramente extraños temores cuya naturaleza no se nos alcanza si solo la comparáramos con la ANC y el Poder Ejecutivo.
Deslegitimado aquel por inconstitucional y colocado éste en estado crítico si la gran cantidad de países que calificaron de fraudulenta la elección del 30 de mayo no reconocieran el 10 de enero la reelección de Nicolás Maduro.
¿Qué puede ser más importante para los venezolanos que sufren y desean un cambio de poder que esa riquísima posibilidad de encontrar una solución de fondo e incruenta a la tragedia que los azota? ¿No es obvio que rodear de afecto y defender a la Asamblea Nacional es la primera tarea del orden del día? Tanto, diría, como la primera del régimen es desacreditarla y asociarla a maniobras torcidas.
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Infamar al único Poder del país mundialmente reconocido y, por añadidura, controlado por la oposición, alegando el crítico –por cierto, sin lujo de pruebas- que algunos diputados se venden, es como pegarnos un tiro para evitar que un bellaco nos mate en una esquina. Verdad es que la revolución ha hecho de Venezuela el país más inseguro del Continente, pero sería delirante pretender acabar con la violencia suicidándonos todos.
En una confrontación trascendental como la que toca la puerta en Venezuela la Asamblea Nacional coronó una primera victoria sin necesidad de suicidios. Se había librado una absurda campaña infamando a los diputados que pactaron la rotación interanual de la directiva de la Asamblea Nacional. Aseguraron disponer de pruebas de violación del indicado acuerdo. Resultó falaz. La nueva directiva se instaló pacíficamente en el histórico 5 de enero del nuevo año.
No cuestiono la buena fe de los críticos. Mucho desearía que acompañaran a la Asamblea Nacional, ahora presidida por el lúcido diputado Juan Guaidó. La crisis es de desenlace improrrogable. El gobierno empeora perdiéndose en el juego de “ganar tiempo”. ¿Ganarlo? ¡Qué va! Las variables económicas y sociales empeoran, el PSUV se disuelve en costosas deserciones, los presos militares y políticos se unen en las cárceles. Venezuela no está sola. El Grupo de Lima exige al gobierno de Maduro que negocie en serio, con agenda pertinente y supervisión internacional. La eficacia de cualquier negociación depende de la fuerza de las partes. La del cambio democrático se incrementa con respaldo planetario. El marco no es otro que Constitución y elecciones libres.
¿Por qué el PSUV se arriesgaría a contarse? ¡Hombre! porque en la más compleja de las situaciones más vale tener abrigo constitucional que alzarse contra todo y contra todos. De infructuosas operaciones topo a todo están sembrados los océanos.