Contra el punching bag, por Rubén Machaen
Empiezo el año quemando textos adolescentes. Es una tarea que decidí postergar hasta llegar a cierto grado de adultez desde el que pudiese, sin ápice de remordimiento, incendiar ideas sobre las que nunca jamás quiero volver.
Recuerdo las palabras de un amigo escritor: madurar se trata de decir que hace 10 años eras un bobo y que hoy, sí estás claro.
Y así, por las décadas que siguen y amén.
La adolescencia se trata de eso, de adolecer. Adolecer de experiencia, criterio propio, personalidad, independencia económica, habitacional, cálculo, recato y un larguísimo etcétera.
Pero esto no es del todo malo.
Adolecer de todo aquello es lo que te hace bocazas, contestón, sobrado, juerguista, canchero. Años de iniciación en los que se puede estar a favor de todo y nada a la vez; curiosear en lo hondo y volver a la superficie; descubrir obsesiones estéticas, políticas, sexuales, etílicas, gastronómicas y psicotrópicas y tragárselo todo para, al día siguiente, escupirlo todo y recomenzar.
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Pasa que corren tiempos en los que todo lo anterior puede ser expuesto —con nuestra venia, entusiasmo y más absoluta voluntad— al mundo. Ese que detrás de infinitas pantallas puede hacerse eco de tus ideas desde una aparente empatía; refutar desde ciertos puntos medios; invitar al debate o, cual Savonarola, incendiar tu nombre y arrastrar tus palabras sobre el asfalto hasta colgarte de una hoguera.
Recuerdo con vergüenza mi primer blog, donde colgué poemas terribles que pensaba maravillosos y disruptivos; los primeros ¿Qué estás pensando? de Facebook; la parafernalia de exponer juergas beodas y poses lascivas; el video de Caracas, ciudad de despedidas, que hizo combustión espontánea gracias a la furibundita de rigor y cómo fuimos —otra vez, por voluntad propia— punching bags de los opinólogos más grandes, los intelectuales o entusiastas del intelecto, los que sí saben. Esos que, como nosotros, querían ver al mundo arder.
Creo que lo único que le reprocho a Umberto Eco es aquello que dijo en 2015 y que Los Legionarios del Saber repiten hasta hoy: que las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas.
Si algo han demostrado los primeros 19 años de los 2000, es que salimos a las redes para decir algo y ver qué dicen de nosotros. Y quizás sí, pueda ser idiota quien escribe, pero en la libertad de ser y hacer, cada uno voltea a donde quiera ver
¿Quién es entonces el idiota y qué diremos 10 años después?