Punto de quiebre, por Vladimiro Mujica
Con poca frecuencia se produce la circunstancia de que un acontecimiento histórico tenga fecha anunciada, sobre todo cuando se trata de una situación de tanta inestabilidad como la que vive Venezuela. Las grandes batallas, el comienzo de las guerras, los atentados, las conmociones sociales, son, por su propia naturaleza, eventos sometidos al azar y al secreto mantenido por los actores y factores determinantes. Este no es el caso del 23 de febrero, cuando se anuncia una colisión, con hora y posición precisas, entre las fuerzas de la dictadura del usurpador de la Presidencia de Venezuela, y las fuerzas de la resistencia democrática, dirigidas por el presidente (E) Juan Guaidó, actuando en estrecha cooperación con una coalición internacional, encabezada por Colombia, Brasil y los Estados Unidos.
No es exageración afirmar que el drama venezolano mantiene en vilo a buena parte del mundo. De los lugares más inesperados surge la pregunta: ¿Qué va a terminar por ocurrir en Venezuela? Por un lado, están los más de cincuenta países que han reconocido a Guaidó como presidente encargado, y que respaldan el deseo abrumadoramente mayoritario de los millones de venezolanos que se han expresado en las manifestaciones en contra del régimen. Del otro, un grupo reducido de naciones, Irán, Nicaragua, Cuba, Bolivia y Rusia, que aún apoya al estado forajido y fallido dirigido por la oligarquía chavista. Todo pareciera indicar que el proceso de deterioro político del régimen Madurista es irreversible, y que tiene sus días contados. Pero es exactamente esa conclusión la que debe ser examinada con detenimiento en estos días cruciales.
Maduro y el chavismo perdieron el corazón del pueblo. El estimado más optimista es que tienen un 10% de apoyo de la población. Eso lo saben ellos y el resto del mundo. Pero tienen de su lado a una buena parte de la Fuerza Armada, al ejército de ocupación cubano, a la guerrilla colombiana y las bandas armadas
Mucha gente de nuestro lado está convencida de que existe una suerte de operación quirúrgica militar, como ocurrió con Noriega en Panamá, que permitiría que Maduro y su camarilla salgan con los ganchos puestos en un abrir y cerrar de ojos y que se acabará la pesadilla y comenzará el nuevo amanecer. La verdad es que estamos obligados a examinar otras opciones.
Lo primero que quiero precisar es que estoy convencido de que estamos en el mejor momento de los últimos diez años, para poder salir de la dictadura del usurpador. Elementos racionales de construcción política colectiva de la oposición, cuyos actores principales se han ido haciendo públicos poco a poco, y elementos psicológicos impredecibles en una población apaleada por el maltrato de un esquema de dominación criminal sustentado en el miedo y el hambre, han convergido en el milagro Guaidó. Por las razones que sean, ya eso deja de ser relevante, Guaidó ha levantado la esperanza de una nación que la había perdido.
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Quedará para la historia analizar como un hombre joven, de la así llamada generación del milenio, relativamente desconocido, saltó a la presidencia encargada de la nación en uno de los momentos más difíciles de su historia. Sin duda que es mucho más que el hecho de que le tocaba por ser el presidente de la AN. Algo en su conducta y aplomo, en su proceder, que ha incluso generado la comparación con un líder carismático como Obama, jugó un papel determinante. Pero a diferencia del líder norteamericano, Guaidó no es el líder constructor de la resistencia. Guaidó no es tampoco Mandela. Guaidó es un fenómeno de la política y la psicología social y es, al mismo tiempo, un hombre en el medio de una complejísima negociación política, y ahora militar.
Quienes creemos en la posibilidad de rescatar a Venezuela de las garras del chavismo, estamos obligados a respaldar el milagro de Guaidó. Y eso incluye prepararnos para todos los escenarios para que el milagro no perezca. Lo que ocurra después de la salida del usurpador será otra historia. Ahora estamos moral, ética e históricamente obligados a empujar en la misma dirección, porque se trata de un ejercicio de supervivencia.
Y en presencia de la muerte que representa el madurismo no se pregunta uno qué color de calzoncillos, ni qué collar, ni qué pulsera pretende vestir para el viaje final
Aclarado el punto, regreso al análisis de escenarios. Estoy convencido de que la posibilidad de una acción unilateral militar de la coalición liderada por los Estados Unidos es baja. Todo apunta a que será necesario algún elemento de rebelión dentro de la Fuerza Armada venezolana. Incomprensiblemente, esto no ha ocurrido en la dimensión adecuada, a pesar de que es indudable que existe también un malestar profundo en nuestras tropas, y de que es indiscutible que hay gente de mucho valor que ha estado sometida a la más cruel persecución. Falta este ingrediente esencial del pronunciamiento militar para que se consolide la salida al laberinto venezolano. En su ausencia, Guaidó ha usado sabiamente las dos herramientas restantes: la movilización popular y el apoyo de la comunidad internacional.
Nos acercamos al punto de quiebre el 23 de febrero con la decisión del gobierno constitucional de Venezuela de solicitar el ingreso de la ayuda humanitaria al país, con el apoyo de la comunidad internacional, enfrentados a la decisión del régimen usurpador de impedirlo. La pregunta más importante en este momento es si esta colisión se resolverá política y pacíficamente, o si la violencia que el país ha vivido en los últimos 20 años se escalará hasta transformarse en un conflicto civil y militar. No hay respuestas claras a esta pregunta esencial. El gobierno constitucional le ha subido el costo político de la represión al gobierno usurpador hasta el cielo. Pero para la camarilla de Maduro su mejor apuesta es prolongar la no resolución del conflicto con la amenaza de una guerra abierta. Eso y contar con que el desabastecimiento de medicinas, alimentos y combustible acabe por irritar a la población hasta el punto en que la gente termine por responsabilizar a Guaidó de sus dificultades. Cada día que pasa sin que el conflicto con el régimen usurpador se resuelva, es un día de riesgo para nosotros.
Hay que entender que la lógica de la guerra es muy distinta a la lógica de la política. Si la amenaza de un conflicto armado se hace cada vez más real, otros actores comenzarán a operar y otras condiciones se harán más exigentes. Entre ellas las de negociar, y las de convocar un acto electoral temprano
No de otra manera hay que entender las recientes declaraciones de Luis Almagro llamando a los venezolanos a la desobediencia ciudadana y a prepararse para un acto electoral con garantías internacionales. Ello viniendo de uno de los apoyos más firmes de Venezuela es muy revelador. La única manera de imponerle condiciones absolutas al chavismo es ganarle una guerra al usurpador y sus apoyos militares. Una opción distante.
La mejor preparación para proteger el milagro y salir con bien, es que la gente esté bien informada y preparada para todos los escenarios. Que nada fracture al milagro porque no hay sustituto para ello