En 3 y 2, por Américo Martín
Estoy entregando este artículo el jueves 21, dos días antes de la entrada de la ayuda humanitaria. Difícil es no imaginarla en despliegue triunfal aunque sea por ahora imposible precisar sus multiformes consecuencias que sin embargo pueden ser ya objeto de anticipaciones.
Al analizar fría y objetivamente las debilidades del régimen, las más resaltantes son una impopularidad casi absoluta y la compacta solidaridad militante de la comunidad internacional en favor de la causa democrática, todo en el marco de una inimaginable pobreza con derivados que suscitan la ira, la desesperación y la pasión desenfrenada contra los voceros del poder. El anhelo de cambio democrático se alimenta de tan inocultables realidades. Digamos que esas son, incluso para los autores del desastre, las debilidades más notorias del oficialismo.
¿Pero cuáles son las fortalezas que hasta ahora lo retienen en Palacio empuñando los símbolos del poder?
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La respuesta ha sido unánime. El wallking-stick que le impide derrumbarse es el apoyo de los uniformados. Con su dictadura mediática, como la definió el comunicólogo Marcelino Bisbal, ha usado a su gusto y aire el poderoso factor. Proliferó la presencia de militares en la administración pública, empresas y negocios del Estado y supuestamente bajo la protección del poder se intensificó el negocio de los estupefacientes. La solemnidad intimidante de la cúpula, los desfiles y otras manifestaciones militares fortalecieron la dura imagen proyectada, alimentando el pesimismo de la disidencia.
Quienes padecieron la forma como el general Pérez Jiménez exhibía el respaldo de las armas a su dictadura estaban anímicamente preparados para reducir a sus reales dimensiones tales manipulaciones. Lo que vemos hoy es una repetición al carbón
Pérez Jiménez llenó las pantallas con el pecho-inflado cubierto de condecoraciones y rodeado de colegas de su confianza. Foete en mano se daba golpecitos en las negras botas de cuero mientras conminaba a la rendición a los aviadores alzados en Palo Negro. En la cárcel los prisioneros políticos naufragaron en esa enfermedad del alma que es el pesimismo, entonando burlas contra los arrebatos optimistas de algunos dirigentes políticos.
No he podido evitar el recuerdo de aquellas imágenes desde mi doble condición de preso y estudiante, al ver a Nicolás Maduro en plan de repetirlas
Cuando se dispone de una buena brújula o de sobrada experiencia, las políticas que se formulen tienden a ser confirmadas y sus logros superados. La aparente fortaleza militar atribuida al oficialismo debería ser contrastada con la realidad. Y en efecto, en las condiciones actuales así ha ocurrido. Pasando sobre la fuerza inhibitoria del pesimismo, se estudió con solvencia la raíz del descontento militar y creciente renuencia a reprimir protestas civiles justificadas. Saltó a la vista que como venezolanos eran víctimas al igual que sus compatriotas civiles de la descarnada pobreza y el incremento de la inseguridad.
Se postuló el acercamiento a los militares no para invitarlos a dar golpes de estado, sino para que se negaran a masacrar manifestaciones civiles y de paso comprendieran las razones constitucionales que sostienen la causa democrática y explican la autoridad de la Asamblea Nacional y de su ya célebre presidente Guaidó. Inteligente la oferta de amnistía a los militares que luchen resueltamente por el retorno de la democracia en dialogo insistente y amistoso.
Las noticias de malestar se han intensificado con la declaración de un general de la mera cúpula del poder: Hugo Carvajal poniéndose a la orden del presidente interino Guaidó. Excelente y oportuna noticia en retractaciones que alentarán otras en la medida en que se toma conciencia de la tragedia de esta nación.
La palinodia de los uniformados impulsa la reunificación de militares y civiles en el amplio horizonte de la unidad nacional