Y Todo se Derrumbó, por Carlos M. Montenegro
El terco manejo de la situación política en la que se ha metido el gobierno usurpado, no tiene parangón con nada conocido en el mal hacer al gobernar, claro, que como el tiempo ha demostrado, gobernar no era el objetivo de los fundadores ese régimen, ni de los socios que fueron cosechando por el camino. Lo suyo en realidad ha sido establecerse delincuencialmente como un cuerpo colegiado de mafiosos, estilo Cosa Nostra, donde a cada familia o grupo, se le cede un área, respetando los límites, donde ejecutar sus fechorías.
Se trata ni más ni menos que de una organización criminal que se apropió paso a paso de esta nación empezando por sus instituciones y de todos sus inmensos recursos apoyándose, en una cúpula militar sin principios convirtiéndolos en socios y cómplices, así como en colectivos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) encapuchados y en pranes* armados para el caso; paramilitares al fin, que suelen usar técnicas aprendidas del Ejercito de Liberación Nacional (el ELN, guerrilla colombiana) o del Hezbolá turco, organizaciones que campan en territorio venezolano con la venia del actual gobierno usurpador, desde mucho antes de serlo.
El tiempo ha demostrado que la verborrea del fundador de semejante proceso, que en principio ilusionó a gran parte de una sociedad desprevenida en busca de un tótem, bosquejado y entrenado en el exterior, seleccionado en un macabro casting, por el gurú cubano de los rufianes políticos latinoamericanos, para acatar órdenes al pie de la letra sentado, como un muñeco, en las rodillas del ventrílocuo que trazaba la hoja de ruta para lanzarse al asalto del país que ya le hizo fracasar una vez.
Por un tiempo parecía que lo habían logrado pero… tanto el éxito como el fracaso suelen tomarse su tiempo. El inefable socialismo del siglo XXI, fue haciendo empeorar a Venezuela satisfactoriamente de acuerdo a sus designios, con lo que el régimen cada vez estaba mejor instalado, henchido de poder y de dinero, producto de la bonanza petrolera con que el nuevo siglo recibió al recién electo presidente, lo que le permitió ejercer de “golden boy” alrededor del mundo durante casi una década a partir de 2005.
Pero al igual que la vida, en la canción de Blades, también la historia te da sorpresas. El viento cambió y el panorama político tambien. El primero en irse de manera sobrevenida, en 2013, fue el muñeco y pocos años después el ventrílocuo. A partir de 2016, el régimen parecía continuar sin sobresaltos, aunque cada vez con menos dólares excepto en sus cuentas privadas. Por otra parte, sin la atracción principal el circo no era el mismo; hasta los enanos empezaban a crecer y la mujer barbuda se iba quedando lampiña; la gente acudía al circo pero con menos entusiasmo, el GPS del gobierno no funcionaba bien y se perdía buscando los sitios a donde quería llegar; ni siquiera Simón Bolívar y Francisco de Miranda (me refiero a los satélites chinos) trazaban bien el rumbo del barco que nos iba a llevar hacia el mar de la felicidad, y por si fuera poco no tardó en hacer agua por debajo de la línea de flotación. Lo rojo rojito se les fue poniendo negro, negrito y el vendaval de la historia empezó a sacudir el toldo del circo haciendo temblar los postes que lo sostenían; a las fieras se las notaba inquietas, no dejaron de rugir pero se les notaba el miedo dentro de la jaula por si no podían salir, pues tampoco sabían muy bien a dónde ir.
No es fácil dar seguimiento a lo que está sucediendo en Venezuela, por lo vertiginoso de los acontecimientos. Pero la verdad es que los responsables de este gobierno espurio no dan pie con bola. Los acólitos que secundan al presidente usurpador se comportan como auténticos desequilibrados, sus discursos son auténticos desvaríos y sus criminales medidas producen estupor, horror, nauseas y cada vez y más rechazo internacional en todos los niveles.
El asunto, por ejemplo, de negarse a dejar ingresar al país una enorme cantidad de ayuda humanitaria en medicinas y alimentos indispensables para salvar la vida a trescientos mil ciudadanos, especialmente niños y ancianos, al borde del fallecimiento por hambre y enfermedad, debido a la casi absoluta escasez de todo, causada por un gobierno delincuente controlador hasta del último peldaño de la cadena de distribución, que haciendo alarde de una corrupción inmensurable y una ineptitud criminal, parece importarles poco ser unánimemente abominados debido a sus actos lesivos a la patria y a la humanidad, además de causar el mayor genocidio del siglo XXI.
Pero este régimen amoral, merced a su infinita torpeza, al fin ha encontrado la horma de su zapato. Gracias a la conjunción de tres circunstancias: primera, un decidido apoyo internacional desde todas las partes del globo y en múltiples instancias, segunda una Asamblea Nacional que reaccionó, so pena de perder el apoyo de una sociedad que la acusaba en el mejor de los casos de un comportamiento laxo y tercera ellos se convirtieron en el verdadero motor que recuperó la calle, esta vez sin banderías.
Por casualidad, suerte o habilidad, qué más da, ha sucedido el milagro de que sorpresivamente emergiera un político sin mácula aparente que está liderando, y ojalá que acierte, una ola de cambio que se pensaba nunca llegaría. Pero lo cierto es que la conjunción de todo eso ha metido al régimen fallido cada vez más en unas profundas arenas movedizas.
Dentro de su desespero por tapar lo ya inocultable, en cuanta burda acción que hacen o declaran, se van hundiendo un poco más y se nota que están con la arena al cuello por mucho que pretendan ocultarlo haciendo bulla, y lo peor del caso para ellos, es que a este paso y no es un decir, cada vez hay menos gente dispuesta a echar un cable, o una cuerda para sacarlos.
Y para concluir, parece claro que sin ventrílocuo ni muñeco, sin mujer barbuda, con enanos grandísimos, con la carpa en el piso, unos payasos con el maquillaje chorreado, y con las fieras muertas de miedo y sin saber pa’donde coger, es muy probable que ese circo no de muchas funciones más.
* «Pran» es una suerte de mandamás que tiene un ejército de malandros a su disposición y controla los negocios existentes en las cárceles, o en barrios, percibiendo así los beneficios económicos de dichas actividades.